Desde Tijuana
Erick Duran y Pedro Pastor se conocieron hace tres años por Facebook. El primero, guatemalteco. El segundo, hondureño. Son pareja desde entonces, pero se casaron hace dos semanas en Tijuana, México. Ambos, Duran y Pastor, son parte del éxodo centroamericano que trata de llegar a Estados Unidos. Al menos 7 mil personas que vienen caminando desde que la primera marcha salió el 14 de octubre desde Honduras. Huyen del hambre y la pobreza. En el caso de Duran y Pastor, también de la discriminación. Centroamérica no es lugar para la diversidad sexual. 

Los jóvenes explican que decidieron contraer matrimonio pensando en el momento en el que soliciten asilo en el vecino del norte. No quieren ser separados durante un proceso largo, que puede extenderse durante meses e implicar que los solicitantes permanezcan encerrados en una especie de cárcel hasta que un juez resuelva sobre su situación. Por eso Duran y Pastor se casan. Se quieren, claro que sí, pero también tienen urgencias. Han atravesado Centroamérica y México y ahora se enfrentan al paso más difícil: tratar de alcanzar Estados Unidos.

“Vamos a construir una nueva vida y le necesito conmigo”, dice Pastor, minutos antes de contraer matrimonio. La ceremonia tiene lugar en el exterior de un espacio comunitario denominado Enclave Caracol. Aprovechan el momento para casarse siete parejas: una heterosexual, dos trans, otras dos entre mujeres y el resto, hombres. 

Los primeros integrantes de la caravana acaban de llegar a Tijuana. El colectivo LGTBI, en concreto dos autobuses, ejerció de avanzadilla. Sentían (era un hecho) que estaban siendo objeto de burlas y ataques por parte de sus compañeros. Una organización de apoyo financió el transporte y permitió que el grupo, de 70 personas, llegase a la frontera mucho antes que sus compañeros.

No es fácil ser homosexual en Centroamérica. 

Según un informe del Acnur, el 90% de los integrantes de la comunidad LGTBI procedentes de Centroamérica y que solicitan asilo en Estados Unidos reportan haber sufrido violencia sexual y de género.

También lo padecieron Duran y Pastor. 

El primero fue expulsado de su casa cuando tenía 15 años. Es algo que ocurre mucho en países como Guatemala, Honduras o El Salvador. Nos encontramos con familias muy tradicionales, con un tremendo peso de la religión, especialmente, de la evangélica, que irrumpió con fuerza en los últimos años. No son extraños casos como el de Duran, que por ser homosexual tuvo que abandonar su vivienda. Quedarse solo con 15 años no es fácil. En su caso, cayó en una red de explotación sexual, ejerció la prostitución y tardó años en salir adelante. Su pareja también tiene un pasado complicado. Pandilleros (no dice si del Barrio 18 o la Mara Salvatrucha, las dos principales maras que operan en todo Centroamérica) le atacaron, golpearon, y reventaron la boca con una piedra.

No es fácil ser homosexual en Centroamérica, donde la Iglesia pesa mucho y hay familias que prefieren repudiar antes que aceptar. 

Este es un argumento que debería valer para que Duran y Pastor puedan acceder al asilo. Según la abogada Charline De Cruz, con amplia experiencia en trabajo con migrantes, para alcanzar la protección en Estados Unidos alguien debe haber sido perseguido por alguna de estas cinco variables: opinión política, nacionalidad, raza, creencias religiosas o pertenencia a alguna minoría perseguida. Ahí entra la identidad sexual y en eso confían Duran y Pastor: no es fácil ser homosexual en Centroamérica, una de las regiones más violentas del mundo.

La boda tuvo algo sui géneris. Fue oficiada por un religioso católico llegado desde Argentina (ni su nombre quiso dar para evitar ser expulsado de su congregación) y por representantes de la Iglesia de la Gran Comunidad, un movimiento religioso de raíces protestantes pero que reconoce la unión entre personas del mismo sexo. 

México es una excepción en América Latina. Se trata de uno de los únicos cinco países que han ampliado derechos y permiten el matrimonio entre personas del mismo sexo. Los otros son  Argentina, Uruguay, Colombia y Brasil. En el caso mexicano, la igualdad es parcial. Solo 15 de los 32 estados de la unión permiten este matrimonio, pero Baja California, lugar en el que se ubica Tijuana, se encuentra entre ellos. 

Simone Dalmasso
Maritza y Erick reciben las bendiciones de los presentes

No obstante, esta ceremonia no tiene validez legal.

Lo explica Leslie Takahashi, activista vestida de reverenda que oficializa la ceremonia. “No es un documento legal pero es más que algo simbólico; sabemos de matrimonios que ahora están en Estados Unidos solamente con un monitor de tobillo”, dice. Los papeles son fundamentales en el proceso para el asilo. Papeles que demuestren que tu vida corre peligro. Papeles que demuestren que la persona que está a tu lado es tu pareja. 

La comunidad LGTBI ha sufrido una doble discriminación a lo largo de esta larga marcha de los hambrientos. Por un lado, como migrantes, padecieron todas las penurias de sus compañeros: hambre, deshidratación, frío, enfermedad. Por otro, como parte del colectivo, han sido estigmatizados por sus propios compañeros. Cada vez que el grupo atravesaba un lugar concurrido se escuchaban insultos, piropos burlones, palabras gruesas. Eso llevó a que, por ejemplo, en la asamblea celebrada en Juchitán (estado de Oaxaca) a finales de octubre, un representante de la diversidad sexual subiese a la tarima a exigir respeto. Se llama Anger, tiene 23 años, cortes en ambos brazos y dice estar huyendo del Barrio 18, quien le exigía que colaborase con ellos cobrando la extorsión en la zona 1 de la capital de Guatemala. “A veces nos discriminan, debemos exigir respeto”; explica el joven. Aquel día, ante cientos de personas que le recibieron con gesto burlón, Anger se ganó que le escuchasen. Pero no duró mucho. Finalmente, su grupo terminó autoexcluyéndose. 

Adrián Eneuterí, de 29 años, y nacido en Ciudad de México, y Nati Vanegas, de 18, originaria de San Pedro Sula, en Honduras, conforman otra de las parejas casadas el 17 de noviembre. Vanegas es transexual. Eneuterí le conoció hace menos de un mes, en Ciudad de México. Ni siquiera tenía pensado migrar el joven mexicano, pero en aquel momento estaba convencido de que seguiría a su recién casada esposa hasta Estados Unidos. 

La vida de Vanegas ha sido difícil. Repudiada por su familia (“vos no sos de aquí”, cuenta que le dijo su madre), salió de su casa sola, sin nadie, abandonada. Llegó octubre y la caravana. “La oportunidad”, para muchos centroamericanos. Así, al menos, han logrado evitar el penoso proceso por el que miles de compatriotas emigraron antes que ellos. Han caminado en la calle, conscientes de que son migrantes irregulares, pidiendo ayuda a los carros que pasaban cerca. No han tenido que pagar a grupos criminales para atravesar el país ni exponerse ante las frecuentes redadas del Instituto Nacional de Migración (INAM). 

Esta ha sido una inmensa acción de desobediencia civil que ha desafiado las leyes migratorias de México. Aunque Vanegas, el día de la boda, no está para hablar sobre estrategias políticas, sino nerviosa por el enlace. 

Todo fue muy rápido, cuenta. Ella le propuso matrimonio y él recogió el guante. 

Ahora están a punto de darse el “sí quiero” ante un altar improvisado en la calle, con la bandera arcoíris, símbolo de la diversidad sexual, presidiendo el acto.

No duró mucho el matrimonio. 

Una semana después cada uno había marcado por su propio camino. Él, de vuelta a Ciudad de México. Ella, en Mexicali, un municipio fronterizo a 176 kilómetros de Tijuana.

Parte del grupo se enfadó y se desgajó. Pasa hasta en las mejores familias. Mientras que miles de personas (al menos 7,000, según fuentes oficiales) se encaminan hacia Tijuana, este grupo ha realizado el camino inverso y aguarda una oportunidad en Mexicali. Ahí, quizás, sea más fácil cruzar. 

Desconocemos qué ocurrió con el resto de parejas que contrajeron matrimonio en el centro comunitario de Tijuana. Confiamos en que, al menos, lleguen juntas hasta el proceso migratorio. Ellos quieren cruzar pidiendo asilo. Este es un proceso largo y complejo que puede terminar en la deportación. Si no lo ven claro, habrá quien recurra al camino tradicional: contratar un coyote y cruzar irregularmente hacia Estados Unidos. Ahora que se han casado, pueden hacerlo juntos.