Límite y resguardo. Así en el cielo como en la guerra

¿Cuál es la diferencia entre límite y resguardo? El límite es en el campo del Otro, el límite, en un sentido, está en la dirección de un permiso, un contrato determinado.

El resguardo, por otra parte, atañe a la intimidad de los lazos devenidos como efecto de ese contrato. Hasta su extenuación, en los bordes incluso difusos de una experiencia solipsista, hasta desgastar –o en la dirección de esa devastación de la experiencia–. Así funciona el campo de las ideas y también el campo enmarcado por la relación de los cuerpos con la sexualidad, en ese “no hay relación sexual.”

¿Y qué es la guerra? La extensión del sojuzgamiento –en las relaciones jurídicas de la relación de ese lazo que determina el significante– hasta su estallamiento, su extremaunción, la borradura del borde y no la barradura de la división subjetiva. Rompe el límite, no lo traspasa, fragmenta la experiencia con las relaciones de objeto y en el hacer lazo social. Una guerra está instalada en el decir mismo de ese mecanismo que el psicoanálisis delimitó como del orden de la envidia, de los lazos en los que el falo omnipresente se parapeta eclipsando cualquier invención de la lengua. En esa posición subjetiva, lo que tenemos es una tensión persistente hacia la agresión y el enfrentamiento. Es la antesala de los fraticidios, del mismo modo que toda guerra es una guerra en la que se pone en juego un fraticidio, una guerra de superposiciones en las relaciones de parentesco, arrasando por lo tanto el contrato social, el contexto imaginario y la posición de un sujeto en la relación con la letra.

El capricho autista –si así pudiéramos llamarlo, en el promontorio del fenómeno solipsista– es el cénit de esa experiencia devastadora.

La guerra, entonces, arrasa las relaciones del sujeto con la letra hasta desaparecer el rastro.

Este gobierno actual vive y gobierna en la guerra, en su estética y en su lógica agazapada. La dinámica que a esta lógica le imprimen depende de los vaivenes en los acontecimientos que disputan su poder. Esa serie de vaivenes puede ser político, económico, de índole social o incluso de tensión ideológica. El desdén permanente del que hace gala la ministra de Seguridad Bullrich es asimismo el de intentar promover una planificación del control opresivo hacia una pulverización del significante por la vía del arrasamiento del contrato, del contexto y del campo en los que se producen los acontecimientos.

Por efecto de este tipo de políticas que Hannah Arendt nombró “banalidad del mal”, no sólo se trata de producir campos sostenidos en la burocracia del sentido y de la letra, sino como paradoja persistente en el intento de desaparición de la experiencia humana.

La desaparición, como concepto problemático ligado a la lógica del significante, no es sin embargo una extinción de lo humano.

Gestapo

Aun en estos casos extremos, al “Otro le hacés falta”. Eso que está afuera del protocolo es asimismo la oportunidad de producir una diferencia. No supone responder compulsivamente a esa demanda del “me hacés falta” amoroso, incluso cuando esta se expresa bajo la mascarada del odio, sino de mantener la diferencia. Ahí cantan los hechos, no sin el poder de una invención, tanto como la intervención de Lacan con la analizante traumatizada por la circunstancia en la que la Gestapo irrumpe en su casa y se lleva a su familia. Gestapo por “gest a peau”, un gesto en la piel, una caricia, un contacto en la superficie del cuerpo piel –una proyección del yo como instancia psíquica– que es a un tiempo encuentro con lo real. Un contacto cierto, un encuentro. También gestar una piel.

La guerra, por el contrario, es la perversión del límite y del resguardo, ambas siempre del lado problemático y conflictivo de las neurosis.

La guerra es entonces una regresión hacia la modalidad del lazo por la vía del capricho o de la lógica sadomasoquista.

Mantener esta diferencia del gesto pone coto al fraticidio, a su estética y a su dinámica brutal y embrutecedora.

Si la guerra pretende siempre, en última instancia, un fraticidio, precisamente allí el psicoanálisis nos propone los principios de “su poder” en la cura, por la vía de la transferencia y del significante. Esto es lo que probablemente tenga para ofrecer el discurso en transferencia por el cual es posible un psicoanálisis. Si bien no intentamos con esto proyectar –instancia y concepto siempre afín al delirio– un psicoanálisis hacia los modos de construcción de poder y de organización de lo social, sí consideramos que es perfectamente plausible entender que esta lógica ataña a la política libidinal, la política de los cuerpos, la política de la organización social y por consiguiente sobre la potencia de producir un posible ordenamiento de eso que Freud señaló como jurídico en el corazón mismo de lo humano, el subrogado de esas mociones parricidas y fraticidas reguladas por efecto de la cultura. Si bien jamás podrá eliminarse y mucho menos pretendemos negar que en la condición humana yace la lógica de la guerra, es allí, en la problematización del discurso político, donde ésta comienza a detenerse a favor de una serie de intercambios que comienzan por ser los propios de la letra en el discurso, y más precisamente en el discurso capitalista. 

En Aguirre, la ira de Dios, película morfológica sobre la tensión entre juris y asesinato primordial, Herzog deja morir a su protagonista, solo y quebrantado en el medio de una Amazonia ancestral y canibalística, deja agonizar también a su amigo y némesis Klaus Kinski. Nunca encontré metáfora mejor para pensar el fraticidio.

After Hour

Los espectaculares y delirantes acontecimientos en espejo de nuestro delirante país, alrededor de la final de fútbol de la Copa Libertadores de América –¡qué nombrecito!–, el River-Boca postergado es un cierto ejemplo sobre una propuesta de control social en la que se pone en evidencia una estética, y esta estética es la de un sacrificio. Ante esta lógica, subalterna a la guerra, no podemos más que contestar con una ética, la del significante y la del deseo: creer y crear, dos variantes de los efectos de la división subjetiva.

Lo que allí se puso en juego es ya una proyección, la de una posible interna entre facciones paramilitares, sectores de la Seguridad Nacional y de la inteligencia de los Servicios de Inteligencia del Estado. Y eso después fue proyectado de manera arrasadora a lo social. Este último mes lo socio mediático estuvo inoculado de este tipo de lógica paranoide: las células del Hezbollah que resultan ser apenas ecos de una sombra, trastos viejos e inservibles que son dados por armas de guerra, modestas comunicaciones intrafamiliares que son confirmadas por sabotajes internacionales. Como en la última dictadura cívico militar en nuestro país, entre 1976 y 1983. Todos estamos sospechados.

La del sábado y domingo últimos alrededor del River-Boca trunco, postergado y descompuesto, fue apenas una puesta en escena, corolario de otras que se habían estado sucediendo, detrás de la que están los servicios de inteligencia, la Doctrina de la Seguridad Nacional, el G-20 demasiado próximo.

Y en esta pretendida inoculación del arrasamiento subjetivo por efecto de los designios siempre absolutos del Estado de Excepción, humillación y arrasamiento tan próximos a ese “Corazón de las tinieblas” de Joseph Conrad en el que se descomponía y derretía la condición humana, encontramos una placa que se viralizó en las redes sobre la suspensión de la final futbolera y otras garantías excomulgadas, y tal vez sea la muestra genial de esta desventura del decir en relación con la verdad, símbolo perpetuo del país siempre por realizarse pero nunca realizado, símbolo de la grandeza que antepone una soberana impotencia, una estupidez pueblerina y también banal, una telenovela de lo no nacido y siempre por nacer. Transcribo:

“Noticias. TyC Sports: el partido estaría suspendido. ESPN: le darán el partido ganado a Boca. Direc TV Sports: falleció Pablo Pérez –el futbolista de Boca que recibió un proyectil en el ojo–. TN: imputaron a Pablo Pérez por los cuadernos de las coimas. C5N: ganó Boca por amplia diferencia. FOX Sports: se juega a las 19.15 hs. Clarín: la herencia K. El que tiró la piedra sería amante de la mucama de los K. Investigan la ruta del dinero. La Nación: el partido suspendido perjudica al campo. Se trataría de otro intento desestabilizador de La Cámpora. Crónica: faltan 37 días para el verano.”

Humor inquebrantable. Patria tilinga.  

Por contrapartida, en simultáneo, una paciente angustiada por los designios de su hijo adolescente y su padre caído, dice: “es el objeto de mi angustia”. Ella es peluquera, estilista, coiffeur, o como quieran llamarle, y de las buenas. Piensa para sí, piensa para con él, Relata: “le propongo que ofrezca un After hour en cortes”, un dos por uno en cortes, no un dos por uno de las complicidades para dejar libres a los torturadores de los campos clandestinos de detención, a los responsables de los crímenes de lesa humanidad. En cambio, estos after hour, after cortes, son un intento de inventar algo, una serie nueva en la inhóspita vida de su hijo. Ante las desventuras con el padre, propone esto otro “after”, después de hora, “para que se la crea”, asocia y dice la paciente. “Para que se lo cree de una vez”. Eso nuevo, eso propio, eso inscripto, eso escrito, eso padre y también más allá del padre.

Si pudiéramos hacer una y otra vez con los pedazos rotos de una experiencia, como ocurre en el psicoanálisis, que hace con el discurso de los analizantes y de sus roturas irreversibles –las del sujeto y los avatares de una vida– creando un lazo nuevo, invención de un mundo. Y que probablemente en esa invención haya un reenlazarse al Otro de la lengua y de los vestigios de la cultura. Esos vestigios que están, necesariamente, en el futuro. 

Cristian Rodríguez: Miembro de EPC, Espacio Psicoanalítico Contemporáneo.