¡Esa está afinada en sí!” En un esquina de Palermo, Micaela Chauque apaga el fuego con un helado y se divierte analizando las notas de las bocinas que una y otra vez interrumpen la charla. “Son los sonidos naturales… ¡de la naturaleza porteña!”, dice entre risas. Así parece ser la gente que se crió en las inmensidades del norte andino: tranquila y contemplativa, independientemente de si se encuentran en el silencio parsimonioso de la Quebrada de Humahuaca o en la histeria escandalosa de la ciudad. Uno de los mejores talentos artísticos del interior del país se prepara para presentar este domingo en la Usina del Arte su tercer disco, Jallala, y no parece atormentada por el batifondo metropolitano. Al contrario: luce entusiasmada con la vorágine a la que Buenos Aires la empuja cada vez que viene a mostrar lo suyo o a dar cursos sobre el folclore que cultiva y propaga por el planeta.

Chauque es de ascendencia quechua y nació en una comunidad indígena del departamento salteño de Iruya. A pesar del que el mandato cultural del norte ubica a las mujeres en el baile de trajes típicos y trenzas, a los trece años tomó una decisión inédita para su género: “Me armé un sikus para demostrar que podía salir a tocarlo en un ámbito masculino. Tal vez fue una reacción inconsciente, pero parece que salió bien”, reconoce con humildad. No era la única chica que había decidido estudiar ese instrumento en el colegio pero sí la que continúo militándolo más allá del aula hasta convertirlo en un modo de vida.

Así fue que, cuando terminó el secundario, se mudó a Buenos Aires gracias a una beca que le permitió estudiar profesorado y licenciatura de folclore argentino. En sus tiempos libres se curtió en Plaza Francia, donde tocaba música andina en la puerta del Centro Cultural Recoleta. “A algunos les gustaba, a otros otro, pero a mí me re ayudó. Pasaba del sikus a la quena, de ahí al charango o a la guitarra, y así ocho horas cada día que me sirvieron para practicar”, confiesa. Poco después le presentaron al maestro Jaime Torres, con quien tocó un tiempo hasta que llegó la hora de volver al norte. A fines del 2001, “en pleno quilombo”, rindió su última materia y decid establecerse en Tilcara.

La platea rockera la descubrió en 2010, cuando Divididos la invitó a la presentación de Amapola del 66 y ella encendió el Luna Park con el encanto de sus coplas y la polenta de su sikus. Fue la primera de una serie de vinculaciones que Micaela estableció con el rock, entre las que están el show que el trío dio en Tilcara o su participación en un disco de Hugo Bistolfi, tecladista de la mayoría de los álbumes de Rata Blanca. “Sinceramente, no conocía el rock pero me encantó. Todo lenguaje musical me parece apasionante”, reconoce, versátil y apasionada.

Para entonces Chauque ya llevaba un intenso recorrido por distintas peñas de la Quebrada, donde tocaba y cantaba para locales y turistas. Fueron estos los que la motivaron a grabar su primer disco, toda vez que al terminar su show le preguntaban si tenía algún material para comprarle. La experiencia fue tan buena que publicó otro álbum en 2012, con una selección de canciones grabadas en distintos lugares. Ese fue el que la propulsó a una expansión internacional que hasta la fecha la tiene viajando todos los años por varios países.

Mi primera gira fue en 2012 por Australia. Toqué en una cátedra de cultura latinoamericana de la Universidad de Sidney y mucha gente lloraba porque era la primera vez que escuchaban esa música en vivo, y decían que los trasladaba a la región. Hay videos en YouTube sobre esto y fue una de las cosas más zarpadas que me pasaron en la vida. Después fui a conocer un campamento del movimiento indígena australiano en Canberra. Estaban apostados frente a la Casa de Gobierno reclamando por sus derechos en salud, educación y tierra. ¡Lo mismo que pasa acá… pero en inglés!”, detalla.

Si bien tiene una banda establecida, con mayoría de porteños, que la alentó a reemplazar algunos de los instrumentos tradicionales por batería, bajo y violas con pedales, también suele viajar sola. “Pongo el pie de la guitarra a un costado, el charango en el otro, un bombo a mano y una mesita con vientos. ¡A veces me siento una ekeka!”, bromea. “Llevo una vida trashumante y cuando vengo a la ciudad me subo a un ritmo que me acelera. Pero cuando me canso vuelvo a Tilcara para pensar y ordenar las ideas.”

En sus viajes también le piden que dicte cursos, talleres y seminarios, algo que todo año hace de manera permanente en la escuela provincial de artes de Humahuaca. “Prefiero subirme a un escenario y tocar mis canciones, pero últimamente hay mucha curiosidad por la cultura andina no sólo de parte de músicos sino también de turistas que quedan fascinados con la región. Son sonidos que te vinculan con la Quebrada, el Cerro de los Siete Colores de Purmamarca o el Hornocal, y eso a mí me moviliza.”

El patriarcado habita en todos lados, ya sea un cerro o una estación de subte, y Micaela procura desmontarlo desde su lugar artístico y geográfico divulgando una nueva manera de componer e interpretar la música andina, mostrándose como ejemplo de perseverancia y también de organización, al producir cada verano en Tilcara un festival para mujeres. “Mucha gente me busca por las redes sociales, sobre todo pibas, porque este estilo todavía sigue siendo dominado por varones”, asegura. “Tilcara es un lugar interesado por la cultura, ya que el que no toca o canta, sabe bailar, teje o hace cerámica. Todos tienen alguna habilidad y buscan conectar con otro artista. Pero ahora es tiempo de transformar nuestras tradiciones para volverlas más inclusivas de lo que ya son”.

* Micaela Chauque toca este domingo a las 20 en la Usina del Arte, Agustín Caffarena 1.