Cuando se habla de historia mínima, uno corre el riesgo de patinar hacia un error, el de escuchar resumen Lerú, apunte, esquema. Pero las historias mínimas de Turner y el Colegio de México están calibradas como introducciones manejables a temas inmensos -la literatura española, el neoliberalismo, Rusia, las ideas políticas en este continente, el cosmos mismo- que funcionan como balsas en la mar. Esta reciente Historia Mínima de Israel se mete en uno de los grandes berenjenales de este mundo, pero gracias a la capacidad de aclarar las cosas del autor se llega a la otra orilla.

Mario Sznajder es israelí y también argentino, es un hombre muy politizado, doctor en Ciencias Políticas, profesor emérito en la Universidad Hebrea de Jerusalén -una potencia en el tema- y autor de libros importantes sobre fascismo y sobre derechos humanos. Lo que logra en las menos de trescientas páginas de este libro sobre un país tan, tan complicado, es armar un andamio para que el sufrido lector pueda entender la base de un conflicto aparentemente incomprensible. Más mérito aun, con mano pareja le da un lugar a cada parte, más interesado en explicar que en juzgar.

Como el tema es Israel, el primer capítulo da un enorme barrido desde el 1700 AC hasta fines del siglo 19, lo que debe ser un récord. El tema es que hay que armar un hilo de Abraham a Egipto, de Jerusalén a Roma, pasando por opresores persas, templos salomónicos, diásporas, expulsiones inglesas y españolas, y ghettos por toda Europa. La primera cuestión no es sólo la historia sino la construcción de una identidad judía en situaciones muy peculiares y muy extremas.

Pero los orígenes del Estado de Israel arrancan con el antisemitismo moderno, casi exacto contemporáneo de la aparición de una identidad judía diferente, laica, sionista, a veces marxista, siempre llena de contradicciones y preguntas. El arranque es, entonces, a principios del siglo veinte con esta nueva ideología y la bandera todavía minoritaria de volver a Medio Oriente, volver a la semilla redescubierta como semilla. Sznajder sigue este hilo conductor en el marco de migraciones masivas a Estados Unidos, Argentina, Sudáfrica, Australia, con una mayoría de comunidades judías europeas y norafricanas que ni se plantearon moverse. El sionismo y la tierra ancestral atraían a muy pocos.

Hasta que llegó Hitler, las fronteras se cerraron y tantos países dijeron no, como en la canción de Drexler. Aquí Sznajder se pone sutil, porque deja en claro que el Holocausto no creó Israel -sin bandera y bajo mandato británico ya estaba ahí, con una Tel Aviv flamante y hasta una industria naciente- pero que tampoco se puede decir que el Holocausto no cambió nada. El de Palestina es visto como un caso particularmente endiablado de descolonización, uno que enfrentó derechos excluyentes entre sí y del que los ingleses se lavaron las manos hasta el último minuto. Israel nace con una guerra entre desesperados por ser libres.

Y después siguen las guerras, las dos intifadas, la política, las resistencias civiles, el fundamentalismo, los partidos religiosos, la notable fractura de grupos y grupitos formando y rompiendo coaliciones. Aquí el libro se hace útil como mapa de Ben Gurión a Netanyahu, de la OLP y Septiembre Negro a Hezbollah, del Israel de los kibbutzim socialistas a la potencia altanera que se enterró en el Vietnam libanés. En este aparente caos hay una lógica interna que es inevitablemente política y que Sznajder, politizado él, navega con mano segura. Así uno se entera de qué era y por qué importan entes como Histadrut, de dónde salió el Likud, por qué se rebelaron los israelíes de origen norafricano, cuáles eran los proyectos originales de integrar a los palestinos, cómo fue que Egipto hizo las paces y Siria no. En fin, un esquema para salir del campo minado que venció a las mejores intenciones.

Sznajder pincha unos cuantos globos míticos de todos los bandos simplemente recordando lo que pasó. La desmedida euforia de haber ganado la Guerra de los Seis Días en 1967 llevó al casi desastre de la Guerra de Yom Kippur de 1973, las negativas de minorías cerradas llevaron a violencias, asesinatos y magnicidios. Si la imparcialidad es no comprarse el mito de un bando, este libro es un modelo de imparcialidad. Y, de yapa, una solución linguística: por una vez en la vida, los nombres de todos y cada uno de los muchos personajes está transliterados directo al castellano y no mal adoptados del inglés.