Los cuarteles de la simulación política y la manipulación emocional se han puesto a trabajar para modelar el escenario electoral de 2019. Se disponen a agitar fantasmas y barrer la crisis bajo la alfombra para intentar prolongar el actual modelo de concentración económica y descarte social. El ejército se equipa con armas informáticas y de mapeo social para reclutar voluntarios que intervengan los territorios y siembren semillas de discordia en la población. Su estado mayor funciona como brazo político del nuevo modelo de liberalismo digital basado en la información y en su procesamiento mediante algoritmos.

 La palabra algoritmo tiene un insospechado origen árabe, legado por un matemático del Asia Central que se radicó en Bagdad hace más de un milenio. Desde entonces, el vocablo transitó un largo camino, asociado siempre a los pasos que orientan un proceso matemático para obtener un resultado. Uno de los investigadores más famosos vinculados con el tema es el criptógrafo inglés Alan Touring, que construyó la máquina que lleva su nombre y que lo hizo famoso por su desempeño durante la Segunda Guerra Mundial, cuando trabajó en descifrar los códigos nazis, particularmente los de la máquina Enigma. El análisis de aquellos datos permitió anticipar bombardeos y salvar vidas.

La teoría matemática de la información redujo luego los procesos a puros intercambios de datos y más tarde la cibernética empezó a reemplazar los humanos por el intercambio entre computadoras. Esa convergencia fue vaciando la comunicación de su contenido social para confinarla al campo de la pura instrumentación tecno económica, base del modelo productivo en ascenso. La concentración empresarial de medios y plataformas bajo un sesgo monopólico amenaza ahora con teledirigir los discursos y narrativas que debieran alimentar el debate público.

El esquema productivo y el informacional se complementan. La economía de nube se basa en el trabajo invisible, no remunerado, desprovisto de estatuto y sin territorio, que simula ofrecer un servicio gratuito a los usuarios para convertirlos en virtuales “esclavos” –como lo define el sociólogo español Angel Luis Lara– al producir enormes ganancias que benefician a plataformas remotas intercambiando emociones, compras, preferencias, viajes y datos biométricos.

  Los actores sociales pueden entonces ser reemplazados por un celular y sus acciones dirigidas por control remoto. Es la militancia 2.0 en la que el PRO deposita todas sus fichas para ganar el próximo mandato. Buscan “voluntarios territoriales” en las redes para cubrir su vacío en las barriadas del conurbano y las provincias. Procuran captar perfiles afines en la nube para organizar el desembarco con audios, videos y mensajes que los algoritmos repartirán según el ID digital a partir de la información que suministra cada vecino con sus contactos. Saben que la manipulación individual está al alcance de la mano. La secuencia matemática busca -en este caso- neutralizar las críticas e inocular mensajes de odio o superstición que espanten al electorado de opciones populares.

La oposición al modelo no debería correr en esa cancha enjabonada, donde reinan los grandes procesadores de big data, a menos que solo se aspire a un cambio cosmético.  El algoritmo opositor debería ser en este caso el de articular la organización social con todas las mediaciones de comunicación en el territorio (incluyendo las digitales) para restituir el vínculo entre los ciudadanos y su representación política. Volver a unir lo social y lo político, lo individual con lo masivo, las bases con los dirigentes, los medios y las agendas locales con sus audiencias, el capital con el consumo, la universidad con la producción. Recuperar el tejido social con un proyecto que pueda gobernar el salto tecnológico con un modelo inclusivo.

No se trata de renunciar a la batalla tecnológica, sino de replantear el problema desde el contacto personal, la reunión barrial, la ronda de mate y las instancias que articularon históricamente el territorio y la representación política. Ese tejido es el espacio que puede resistir frente a una lógica externa que lo atraviesa todo y que interfiere las relaciones sociales oponiendo a los pobres entre sí o enfrentando a los trabajadores en el mundo laboral uberizado. Es hora de resignificar lo tecnológico desde lo social. De apropiar el algoritmo como la secuencia de acciones humanas que puedan conectar la organización social y política alrededor de la resolución de un problema central: el de construir un modelo productivo que nos incluya a todos. 

* Docente de Derecho de la Comunicación Undav-UNM.