Miedo y asco en Las Vegas se publicó originalmente en Rolling Stone hace veinticinco años. Los tiempos, el país y el mundo han cambiado; nosotros hemos cambiado. El libro del doctor Hunter S. Thompson también. Fue entonces, y lo sigue siendo ahora, una obra perspicaz, trascendente, sin igual y virtuosa. Miedo y asco en Las Vegas es también una suerte de accidente. Fue un subproducto literario. En medio de cierta brillantez periodística internacional, Thompson tenía un genio artístico.

En 1971, Hunter estaba muy profunda y peligrosamente implicado en escribir sobre la muerte del periodista chicano Rubén Salazar. Hunter tenía una buena fuente sobre la historia, el abogado y activista político mexicano-estadounidense Óscar Acosta. Sin embargo, Óscar estaba rodeado de jóvenes exaltados, que se mostraban paranoides con respecto a cualquier clase de conexión con un anglosajón, por más simpatía por la causa que pudiera mostrar el gringo. Así pues, Thompson sugirió que él y Acosta hicieran una excursión de fin de semana a Las Vegas. Tendrían tiempo para charlar en privado por el camino. El resto es historia. Más o menos. Física, de algún modo.

Química, definitivamente. Psiquiatría patológica, por supuesto. Además de educación física y comida. Miedo y asco en Las Vegas aborda los grandes temas de la literatura de finales del siglo xx: la anomia, el ser y la nada, el terror existencial. Pero dos cosas separan a Thompson del rebaño común de los vendedores ambulantes de Angst de la literatura moderna. Primero, Thompson es mejor escritor. Pone a Kafka patas arriba como un gran insecto. Hace que Genet suene como un autor de libros infantiles. Comparado con Miedo y asco en Las Vegas, El extranjero de Albert Camus se convierte en un pálido gemido carcelario y todo Sartre se reduce a un memo francés sentado en un café, diciendo: “Adonde vayas, allí estás”.

Segundo, Thompson nos hace reír. Esto es algo que es improbable que nos ocurra durante las representaciones de Esperando a Godot de Samuel Beckett, ni aunque vayamos tan colgados como Raoul Duke. Hunter S. Thompson toma la pregunta más oscura de la ontología, las cuestiones epistemológicas más adustas y, por su manera de plantearlas, hace quenos doblemos en un ataque de risa, con los costados doloridos desde la axila hasta la pelvis, con las piernas en carne viva de golpearnos las rodillas y con cerveza saliendo de nuestras narices. Reímos tan fuerte que en cualquier momento estamostan a punto de vomitar como el abogado samoano de 140 kilos. Lee a Beckett, Sartre, Camus, Genet y Kafka y dirás: “La vida es absurda, el mundo no tiene sentido, y toda la creación es una locura”. Lee a Hunter S. Thompson y dirás: “La vida es absurda, el mundo no tiene sentido y toda la creación es una locura; genial”.

En el momento en que estabas escribiendo Miedo y asco en Las Vegas, dejaste entrever que las cosas habían ido mal en los sesenta, que fue una época fallida. 

–Bueno, la verdad de la cuestión fue que tuvimos la Estatal de Kent, Chicago, Altamont. Los sesenta giraron en torno al Movimiento por la Libertad de Expresión mucho más que en torno a los hippies. Participé más en el Movimiento que en el club del ácido. Pero sabías que algo estaba ocurriendo. Has de recordar que el ácido era legal. Ken Kesey fue un líder del movimiento psicodélico. Berkeley fue una historia completamente distinta. La música era otra historia. Estaba el club Matrix, Ralph Gleason, todo.

Pasé la mejor época de mi vida en los sesenta y despotrico de esos años, los maldigo porque los echo de menos. Pero cuando de verdad nos ponemos a hablar de ello, y cuando recuerdo lo que ocurrió en realidad, recuerdo que fue un período horripilante.

–Podría discutir tu interpretación de los sesenta como una década sin sentido, pero creo que realmente teníamos una ilusión de poder, la ilusión de estar al mando. Lo cual resultó bastante liberador. Echamos a un presidente de la Casa Blanca.

¿Qué salió mal?

–Que mataran a los líderes no ayudó mucho, y Chicago en 1968, la Estatal de Kent, la reelección de Nixon. Pero tendría una o dos sombras de desacuerdo contigo sobre los sesenta. Es de esperar. Sí, en tu valoración de los sesenta, creo que la llamarías una época de borregos o de cabras que se autosacrificaban.

Bueno, los sesenta tenían esa cualidad como de lemming.

–Yo veía los ochenta de ese modo. Y Dios sabe qué demonios son los noventa. Son desvergonzados con las reglas. Las reglas se adoran, hasta el punto de que los árbitros de fútbol y baloncesto se están convirtiendo en celebridades. Y la obsesión, la codicia de salir en la tele: podría ser el instinto que rige nuestros tiempos. Estamos en un mundo nuevo. Estamos en decadencia. No dejo de decir que no habrá año 2000.

Has dado una descripción muy negativa del efecto de las drogas en tu trabajo. Básicamente, nada agradable le ocurre a la gente cuando toma drogas. Hay un montón de cosas que has escrito que Nancy Reagan podría haber utilizado: “Niños, esto es lo que ocurrirá”.

–Aunque parezca negativo, la realidad es que si tonteas con drogas, las probabilidades no están de tu parte para salir incólume y ser presidente de Estados Unidos. En algún momento hablé de la diferencia entre lo que pienso y, por ejemplo, el concepto de Leary: que las drogas eran una experiencia sagrada y sólo para, bueno, la Iglesia de las drogas. Estoy a favor de una mayor democratización de las drogas. Que cada cual corra sus riesgos. Nunca sentí que, salvo con unos pocos amigos íntimos, fuera asunto mío hacer apología alguna.

¿Piensas que hay algo interesante en las drogas para crear arte?

–Sí, muy interesante. Dediqué dos años de trabajo a poder plasmar en el papel una experiencia con drogas. Y hacerlo bien significa que debes retener ese material al mismo tiempo que lo experimentas. ¿Sabes?, el ácido te pondrá del revés la cabeza, los ojos y cualquier otra cosa con la que percibas lo que te rodea. Evocarlo es una de las cosas más difíciles que he tenido que hacer al escribir. De eso trata Miedo y asco en Las Vegas. Trata de las percepciones alteradas de los personajes. Para mí, eso es realmente el fundamento del libro, sus respuestas a las preguntas del otro. Es como en Los tres chiflados: ese capítulo donde estaban remando en una barca en un lago y hubo una vía de agua. Y la barca se estaba llenando de agua. Así que decidieron hacer un agujero en el fondo de la barca para que saliera el agua. Eso es un razonamiento narcótico. Lo escribí sobre la marcha. Escribí a mano al principio, en libretas.

¿Empezaste cuando estabas realmente en Las Vegas?

–Y con miedo.

Es muy razonable.

–Óscar me había dejado allí con medio kilo de porro y una 357 cargada y algunas balas en el maletín.

Y sin dinero.

–No podía pagar la factura. Y tenía miedo. Y estaba esperando el momento adecuado para salir del hotel a través del casino. Y antes, bueno, poco a poco fui llevando cosas al coche, pequeñas cantidades, dentro y fuera. Pero había un enorme maletín Halliburton metálico que no había forma de que lo sacara. Estaba tratando de elegir el momento justo para irme. Recuerdo que a las 4:30 de la mañana estaban jugando a póquer, no había nada más que partidas de póquer. Entré en el casino como si tal cosa, llevando este gran Halliburton. Tenía miedo. Tenía miedo de salir disparado en un coche rojo por la única carretera a Los Angeles. Estaba en bastante mal estado. Y, bueno, estoy huyendo de una factura de hotel en Las Vegas y luego tratando de conducir hasta Los Angeles en un coche rojo. No es la mejor manera: una pistola robada, medio kilo de marihuana. Estaba ese gran cartel en la entrada de Las Vegas: «Atención, veinte años por marihuana».

Eres bastante agresivo. El periodismo es una forma maravillosa de exorcizar la agresividad.

–Ésa es una de mis principales frustraciones por no escribir ya una columna. Con los lectores, me sorprendía, y aún me sorprende, la muy sólida y elocuente masa de gente que es extremadamente variada pero a la que realmente caigo bien y está de acuerdo en que estoy expresando sus sentimientos. Creo que el periodismo y la ficción tienen que hacerlo. No es mera diversión.

Los escritores de ficción, incluso cuando usan técnicas interesantes, a menudo no se dirigen al público. Si eres periodista, tienes que dirigirte a tus lectores.

–Los periódicos te dan esa conexión con tu lector. No tienes elección. Estás jodido si no logras establecer esa conexión.

Entonces, ¿qué le explicarías a aquellos que dicen que quieren hacerse escritores?

–Es complicado. Creo que una de las cosas con las que me topé enseguida, como un verdadero mecanismo de autodefensa de alguna clase, fue copiar a otros escritores. Escribir una página de Hemingway o una página de Faulkner. Tres páginas. Aprendí muchísimo sobre el ritmo de ese modo. Veo la escritura realmente como música. Y básicamente veo mi obra como música. Por eso me gusta oír que otras personas la leen en voz alta. Me gusta oír lo que están sacando del texto. Me cuenta lo que ves. Me gusta que las mujeres lean. Si me encaja musicalmente, llegará a casi cualquier oído. Podría ser la razón de que a los niños les guste que les lean.

¿Alguien te leyó en voz alta de niño?

–Sí, mi madre. Nos gustaban mucho las historias en la familia: fábulas, historias para irse a dormir. La casa estaba llena de libros. No había ninguna pared en la casa que no tuviera estanterías. Es como esta casa. (Señala las filas de estantes). La biblioteca, para mí, era tanto un refugio como podría serlo una casa de crack para algún pandillero hoy. ¿Sabes?, un carnet de biblioteca era un billete para viajar. Mi madre era bibliotecaria en la Biblioteca Pública de Louisville, en Kentucky.

¿Qué opinaba de que escribieras?

–Durante diez años, el hecho de que yo escribiera tenía poco que ver con el hecho de que se me viera simplemente como a un delincuente en un tren con destino al infierno. Mi madre tuvo que estar allí en la calle Cuatro, en el mostrador principal de la biblioteca, y tuvo que ver que había gente que entraba a preguntar por mi libro antes de que se convenciera de que tenía un oficio.

¿Cuándo empezaste a leer por tu cuenta, a quién recurriste?

–Cuando estuve en la Fuerza Aérea, tuve una especie de ansia lectora. Leí novelas contemporáneas: El manantial. Leí a Hemingway, Fitzgerald, Faulkner, Kerouac, e. e. cummings. Lo que más me importaba de Hemingway por entonces era que Hemingway me enseñó que podías ser un escritor y salir airoso. Su ejemplo era más importante que su escritura. He prestado mucha atención a la economía estilística. La cuestión de copiar textos de otra gente realmente me abrió los ojos. Justo había empezado a hacerlo. Tenía a Dos Passos: fue allí donde recibí un montón de cosas de mi estilo, las noticias al inicio de sus capítulos. Llegué a Fitzgerald pronto. A los diecinueve o a los veinte años, me recomendaron El gran Gatsby diciendo que era mi tipo de libro. Lo he dicho antes, Gatsby es posiblemente la gran novela americana, si lo miras como un logro técnico. Son unas 55 mil palabras, lo cual fue asombroso para mí. En Miedo y asco en Las Vegas traté de competir con eso.

No me di cuenta de que Gatsby era tan corta.

–Fue una de las directrices de mi escritura. Siempre he competido con eso. Ni una palabra de más. Esto ha sido un punto principal a mi pensamiento literario toda mi vida. Dispara. No podía igualar las 55 mil no importa cuánto recortara. Incluso corté el final. Hay pocas cosas que lea y diga: “Ojalá pudiera escribir eso”. Muy pocas. El Apocalipsis es una de ellas. Gatsby es otra. Conoces el concepto de Hemingway: lo que no escribes es más importante que lo que escribes. No creo que Hemingway escribiera nunca nada tan bueno como El gran Gatsby. Hay frases de Gatsby... Te diré por qué es tan bueno: Fitzgerald describiendo a Tom Buchanan. Ya sabes: atleta, Yale y todo eso, y el párrafo terminaba describiéndolo físicamente. Fitzgerald describe el cuerpo de Tom Buchanan: «Era un cuerpo capaz de hacer una palanca enorme». Lo recuerdo hasta el día de hoy, exactamente. Terminas Gatsby y sientes que has estado mucho tiempo en el mundo de otro.

Has dicho que inicialmente querías escribir ficción y que viste el periodismo como una forma de llegar a fin de mes.

–Básicamente para apoyar mi vicio: escribir.

¿Qué es el periodismo gonzo?

–Nunca pretendí que el periodismo gonzo fuera nada más que una simple diferenciación del nuevo periodismo. De alguna manera sabía que no era eso. Bill Cardoso –que entonces trabajaba para el Boston Globe– escribió una reseña sobre la cuestión del Derby de Kentucky (The Kentucky Derby Is Decadent and Depraved, Scanlan’s Monthly, junio de 1970) diciendo: “De puta madre. Era gonzo puro”. Y lo oí usar la palabra una o dos veces en Nuevo Hampshire. Es una palabra portuguesa (en realidad, es italiano) y se traduce casi exactamente como lo que los Ángeles del Infierno habrían dicho que era “descabellado”. Ahora está en el diccionario.

Poca gente llega a añadir algo al diccionario.

–Es uno de los logros de los que estoy más orgulloso. Está en el de Random House, y en muchos otros diccionarios. Me da miedo citarlo.

De dónde salió la expresión “miedo y asco”?

–Salió de mi propio sentido de miedo y es una descripción perfecta de esa situación para mí. Aunque me han acusado de robársela a Nietzsche o Kafka o no sé. Parecía una cosa natural.

–Hubo un año en que dio la impresión de que había un festival de biografías sobre ti. ¿Has leído alguna?

¿Hubo tres biografías en un año? Creo que todos estaban apostando; bueno, había apuestas sobre el día del año que moriría. Pero no leí ninguna, no. Vi fragmentos aquíy allá. Pero no quería leerlas porque no quería enojarme con mis amigos.

Podrías escribir tus propias memorias.

–Bueno, he estado trabajando en estas cartas reunidas. Es algo increíble, ver cómo mi vida se desenreda delante de mí. No sabes qué te espera en la siguiente casilla cuando revisas tu vida página por página. No sé cuánta gente haría eso de forma voluntaria. Quiero decir, revisarlo y publicarlo. La verdad es que me he sentido humillado al ver cuánto tiempo he pasado haciendo equilibrios con poco dinero y totalmente arruinado. Todo ese esfuerzo: es una maravilla que tuviera tiempo de trabajar.

Es uno de los misterios de juventud, ¿no?

–Sí, borracho, caliente y arruinado. De alguna manera, había 48 horas al día y 18 días por semana. Pero el sufrimiento de pasar diez años así... “Periodismo freelance”suena romántico ahora, ¿no? Pero la desesperación, ese titubear de una palabra a la otra. Es terrible.

Tengo una pregunta: ¿Eres religioso? ¿Crees en Dios?

–Hace mucho que dejé de creer que la gente con la que estaba tratando en el mundo, la gente de poder, realmente tenía idea de lo que estaba haciendo. Y eso incluía la religión. La idea del cielo y el infierno –de ser amenazado con eso– era absurda. Creo que la Iglesia quería mantener a la gente sometida. No hace mucho he llegado a la conclusión de que depende de mí, de que todo se reduce al karma. El karma son cosas diferentes en diferentes países, pero en Oriente, el karma va a la siguiente generación. Más o menos es una puesta al día del budismo. En otras palabras, tienes tus recompensas en esta vida, y creo que volveré a estar por aquí muy pronto. El karma incorpora una medida de conducta, y según mi interpretación, como todo lo demás en este siglo americano, se ha acelerado: las noticias, el efecto de las noticias, la religión, el efecto de la religión. El único punto de gracia que te conceden es que te dejan descansar un rato a veces. Puede que me vuelvan a enviar. Me veo a mí mismo como un siervo de los señores del karma, y no estoy preocupado por mi misión. Por supuesto, mucha gente tiene buenos motivos para preocuparse. En el budismo hay una aceptación del absoluto despropósito y la podredumbre de la vida. Creo que Nixon tuvo su karma a tiempo.

Está bien, tacha a Dios. ¿Qué pasa con el sexo? No te pones explícito a menudo. ¿Escribir sobre sexo es tan difícil como escribir sobre drogas?

–Es muy difícil.

¿Crees que hay algunos escritores que lo hacen de una forma eficaz, honesta, sucia? Y con franqueza.

–Bueno, creo que Nabokov podía hacerlo. Un escritor fantástico. Un amigo mío, Mike Solheim, estaba en Sun Valley [Idaho] a principios de la década de 1960. Me contó que Nabokov iba al Sun Valley Lodge con una niña de once años. Dijo que la situación era más rara que Lolita: “Me alegro de conocer a su sobrina, señor Nabokov”. Bueno, eso nos lleva de nuevo a la pregunta sobre el nuevo periodismo, sobre escribir desde la experiencia.

Me temo que Lolita encaja estrictamente en el marco gonzo.

–Ahí está la diversión. A ver, ¿por qué escribir sobre la experiencia de otros?.