Desde Madrid

La trayectoria de Marcelo Gallardo no encontrará espacio suficiente en los anaqueles de la historia del club millonario. El colombiano Juan Fernando Quintero, que ingresó a los 13 minutos del segundo tiempo por el capitán, Leonardo Ponzio, reventó el ángulo de la red en tiempo suplementario, y dejó el partido prácticamente liquidado. La apuesta del técnico más ganador de River dejaba el marcador 2-1, con diez minutos por delante para que culminara la final de la Copa Libertadores más polémica y emocionante de la historia. Este River titánico del 2018 debe haber recibido las enseñanzas de Asclepio, el hijo de Zeus que aprendió a resucitar a los muertos. Como ya había sucedido en la primera final en la Bombonera, o en la fase anterior frente a Gremio en Brasil, nunca se dio por vencido.

El club millonario es un justo ganador de esta final en suelo español. Por juego, por constancia, y por esa actitud ganadora que se impone sobre cualquier adversidad. Boca hizo un muy buen primer tiempo, y llegó con la profundidad de la que River careció durante 65 minutos. Pero no supo sostener el ritmo a lo largo de los primeros noventa, y se desinfló completamente en los treinta suplementarios.

Darío Benedetto abrió el marcador en un contraataque fulminante que inició Nández con un pase milimétrico para que el delantero xeneize dejara desparramado a Maidana, y después definiera al segundo palo de Armani con un temple extraordinario para el marco accidentado de esta superfinal.

Antes, Pablo Pérez había tenido en sus botines dos oportunidades claras para adelantar a Boca en el marcador. La suerte y Armani se lo impidieron. River conservó la pelota y el principio de jugar con el espíritu que infundió en el club Marcelo Gallardo desde sus comienzos. Sin embargo, eso no fue suficiente para que se reflejara en el marcador. La impresión que dejaban los primeros 45 minutos era la de un partido abierto. River podía marcar los tiempos, pero Boca era decisivo en la red. La única certeza para ambos equipos era la imposibilidad de hallar su juego en el césped del Bernabéu.

En la segunda etapa, River salió más enfocado en el arco rival. Dejó la horizontalidad del primer tiempo, y se animó a probar los reflejos de Andrada. A los diecisiete minutos obtuvo la recompensa con un remate de Pratto, que llegó al gol después de una jugada de pizarrón. Quintero le devolvió de taco una pared a Nacho Fernández, y el volante se la sirvió al delantero millonario que definió de frente al arquero xeneize.

En esa instancia, Guillermo Barros Schelotto había reemplazado a Benedetto por Avila. El único jugador con potencia anímica y goleadora para dejar a Boca una vez más arriba en el marcador. River aprovechó el envión del empate, y presionó sobre Andrada aunque sin poder sacar diferencias. Los segundos 45 se fueron diluyendo sin cambios mayores, a excepción de la amarilla que recibió Barrios, el sostén técnico de Boca.

El tiempo suplementario comenzó con la misma dinámica general del partido: River adueñándose de la pelota y la iniciativa. A los dos minutos, una falta polémica sobre Palacios sentenció el fin de Barrios en la superfinal. Sin su emblema central, y sin el delantero comodín entre los titulares, el equipo se dedicó a resistir los ataques de River.

En uno de esos avances colectivos, Quintero recibió un pase de Mayada que lo dejó al borde del área grande; el colombiano se perfiló para su pierna hábil y sacó un zurdazo que besó el travesaño y terminó en la red. El millonario marcaba el segundo, y reconciliaba la iniciativa con el juego, y el juego con el marcador. 

El resto fue esperable. Boca se dejó invadir por los nervios y se precipitó sobre Armani sin una sola idea. Un ejemplo fue Andrada, yendo a cabecear los córners cuando aún faltaban diez minutos para que concluyera el tiempo suplementario. Una de esas aventuras fue, precisamente, la que dejó el partido liquidado. A dos minutos del final, Martínez recibió el despeje de un tiro de esquina, y se encontró con la pelota en sus pies y el campo de Boca desierto, y sumergido en el mismo silencio que se respiraba en la tribuna. Gol y fin del encuentro. 

Ya no había tiempo para nada más. River se consagraba campeón de la Copa Libertadores. En Madrid, en Europa, y después de dos semanas de escándalos ininterrumpidos. La historia de la rivalidad entre Boca y River marcará un nuevo comienzo después de esta final. Suena a palabrerío. La palabra histórico o historia pierde el sentido cuando se repite o se utiliza sin demasiado tino. Es un vicio que a veces cometemos algunos periodistas. Pero que esta superfinal es histórica, lo pueden confirmar las generaciones de niños argentinos que vivieron este partido trascendental, y cuyo resultado marcará su infancia como muy escasos hechos (deportivos) pueden hacerlo.