La histórica pelea entre Nicolino Locche y Paul Fujii de 1968 no se vio por televisión. Faltaban diez meses todavía para que los grandes acontecimientos deportivos llegaran en directo vía satélite a la Argentina. Era la radio, por entonces, la dueña y señora de la emoción del deporte. Porque las imágenes de los combates llegaban dos o tres días más tarde, en un material filmíco que Tito Lectoure traía en su equipaje. A través de Radio Rivadavia, Osvaldo Cafarelli en los relatos, Ernesto Cherquis Bialo en los comentarios y Jorge Fontana en la locución comercial hicieron desde el borde del ring en Tokio, una de las más recordadas transmisiones deportivas de la historia. Toda la Argentina encendió bien temprano la radio para escucharla. En Buenos Aires, era un parlante que repercutía en cada negocio, en cada oficina, en cada taxi. Hasta en las escuelas. “Si le preguntan a Fujii si quiere irse o quiere quedarse, seguro que quiere irse de este infierno”, dijo Cherquis con la vista clavada en el drama que se vivía en el rincón del campeón. “¡Parece que no sigue Fujii, parece que no sigue, no sigue! ¡Nicolino campeón del mundo!”, bramó Cafarelli a continuación. Y en ese mismo momento, Buenos Aires se transformó en un estallido de bocinas y abrazos felices, mientras desde lo alto de los edificios caían serpentinas y papel picado como si el Carnaval se hubiera anticipado. Pasó en 1968, cuando el boxeo y la radio eran capaces de provocar genuinas emociones. Era otro país.