Elisa Leonida nació el 10 de noviembre de 1887 en Galati, Rumania. Siendo hermana y nieta de ingenieros, cuentan las crónicas que quería probar que las mujeres podían tener éxito en un campo técnico. El pasado 10 de noviembre, Google la homenajeó con un doodle y la puso en boca de todos. ¿Quién fue esta mujer?

Leonida quería ser ingeniera a principios del 1900, objetivo de lo más romántico y soñador para la época. Con esa meta idílica, luego de terminar su bachillerato se matriculó en la Escuela de Puentes y Caminos de Bucarest (hoy Universidad Politécnica), pero fue rechazada en 1909 por ser mujer, a quienes se les negaba el derecho a seguir este tipo de educación.

Elisa no se rindió y probó en la Universidad Técnica de Berlín, donde comenzó su carrera en ingeniería. Cuando se inscribió, el decano trató de intimidarla citando “las tres K” (Kirche, kinder, Küche - iglesia, hijos, cocina) que definían el perfil deseado de mujer ideal de la época: casta, tranquila, fértil, hogareña y trabajando para apoyar al marido, que era quien traía la comida al hogar. Pero no logró hacerlo, porque ella continuó sus estudios. 

Sufrió las discriminaciones de género que podríamos esperar de la época. Las crónicas cuentan que uno de sus profesores, al verla en la sala de clases, dijo: “la cocina es el lugar de las mujeres, no la Politécnica”. Durante sus estudios, fue ignorada tanto por el profesorado, el decanato y sus compañeros. Sin embargo, 120 años después de la publicación de La vindicación de los derechos de la mujer de Mary Wollstonecraft, Elisa Leonida se graduó con el título de Ingeniera, pasando indiscutiblemente a la historia. 

Aunque se afirma en muchas páginas web que fue la primera mujer ingeniera del mundo recibida en 1912, en realidad tuvo al menos cinco predecesoras con este título. Probablemente, la primera ingeniera civil del mundo fue la portuguesa Rita de Moraes Sarmento en 1894. Luego siguieron tres danesas y una inglesa. ¿Pero acaso importa que no haya sido la primera? Cualquiera de estas mujeres pasó dificultades semejantes y, sin lugar a dudas, las generaciones siguientes no la tuvieron nada fácil. ¿Por qué nos interesa si fue o no la primera? Puede que sea una especie de simbolismo, la encarnación de una boya, una baliza que indica la existencia de un camino posible, que allí donde se ve un mar tormentoso e intimidante, se hace pie. Quienes logran algo impensado o fantástico, inspiran, y esto en sí mismo es digno de reconocimiento. Pero la vida de Elisa, verán, no fue un simple símbolo.

Al iniciar la Primera Guerra Mundial, se encontraba trabajando en el Instituto Geológico de Rumania, pero decidió tener un rol activo en la guerra uniéndose a la Cruz Roja, donde lideró Hospitales y se casó con un tal Constantin Zamfirescu, de quien tomó el apellido. 

Cuando terminó la guerra, Elisa Leonida, ahora Zamfirescu, volvió al Instituto y dirigió un laboratorio en el que introdujo nuevas técnicas de análisis del agua potable, y también participó en los principales estudios de campo sobre la identificación y el análisis de nuevos recursos como, por ejemplo,  las shales, el gas natural, el cromo, la bauxita o el cobre.

Elisa también fue docente en la Escuela para Niñas “Pitar Mos” y la Escuela de Electricistas y Mecánica en Bucarest. Puede suponerse que ejerció un rol importante para que posteriores mujeres estudiaran en la facultad al mostrarse como registro vivo de lo imposible.

Formó parte de la Asociación Internacional de Mujeres Universitarias, donde luchó por el reconocimiento de la labor de las mujeres en Rumania. Como presidenta de la Comisión de lucha por la paz en el Instituto Geológico, tomó una posición en contra del armamento atómico en la comisión de desarme en Lancester House en Londres, donde insistió en el peligro de las armas nucleares.

Ella dejó su trabajo en el año 1963, a los 75 años, y murió el 25 de noviembre de 1973 en Bucarest. Hoy en día, se entrega el “Premio Elisa Leonida Zamfirescu” a aquellas mujeres que se destacan en el campo de la ciencia y la tecnología.

Francisco Tomás Gallo, Licenciado en Biotecnología de la UNSAM y becario doctoral de CONICET.