Si en una época un relato típico de la comedia romántica mostraba al varón mujeriego que no se quería comprometer hasta que, en el último minuto, la chica correcta le hacía deponer las armas, las parejas que no tienen hijxs sino hasta los 40 parecen ser una nueva versión del solterón empedernido para la comedia: acá son dos, está bien, pero el principio fundamental es el mismo, se trata de adultxs que ponen el bienestar y el propio disfrute antes que la conformación de una familia… hasta que el “reloj biológico” los acorrala. Es cierto que a diferencia del mujeriego, generalmente juzgado desde un punto de vista moral como egoísta o conflictuado, a la pareja sin hijxs no es tan fácil etiquetarla del mismo modo, pero algo se está armando. Son varias las películas que últimamente encararon el tema: en Mientras seamos jóvenes (2014), de Noah Baumbach, la pareja formada por Ben Stiller y Naomi Watts miraba con cierto horror a sus amigxs con hijxs, y trataban en cambio de prolongar la juventud a través de la amistad con una pareja de hipsters diez años más jóvenes. La decisión de tener un bebé parecía algo así como la renuncia amarga a la posibilidad de que la juventud se reciclara, un salto dado sin mucha convicción y ante la falta de otros planes. Por su parte Vida privada (2018), de Tamara Jenkins, seguía el proceso de tratamientos de fertilidad de Kathryn Hannah y Paul Giammati, una pareja de escritorxs también en sus cuarenta, en el malestar físico y la amargura de perderse en la vorágine de prácticas médicas. Hubo también comedias románticas como El plan B (2010), con Jennifer López, o Papá por accidente (2010) sobre treintañeras que decidían tener un hijx solas y terminaban emparejadas con sus respectivos varones. De modo que está claro: el tema es que, con las vueltas y recursos que sea, el único final feliz que se concibe es que se forme una familia. 

Basta con poner a estas películas todas juntas para ver que la pieza que le falta al rompecabezas, la historia que todavía no se contó, es la de la pareja que decide no tener hijxs, o termina no teniéndolos, y sigue la vida más o menos feliz, como todo el mundo. Pero para eso falta mucho: la familia se dobla pero no se rompe, y por si las parejas adultas con dificultades o pocas ganas de reproducirse no se sienten lo suficientemente representadas por las películas que mencioné, Hollywood no los va a dejar solos. Allí está Familia al instante, donde Ellie (Rose Byrne) y Pete (Mark Wahlberg) son novixs, viven juntxs hace años, son felices y se llevan bien, pero empiezan a fantasear remotamente con la posibilidad de adoptar niñxs. La premisa de la película parece ser, ¿por qué no? Lxs niñxs están ahí, disponibles… y demasiadas veces que un producto (con perdón de la palabra) se ofrezca parece razón suficiente para adquirirlo. De modo que Ellie y Pete se sumergen en un mundo que los recibe con los brazos abiertos, van a un centro de adopción, hacen el curso preparatorio, participan del grupo de futurxs padres y madres comandado por Sharon (Tig Notaro) y Karen (Octavia Spencer) donde blancxs, negrxs, madres solas y gays están suficientemente representados, y solo les queda elegir a sus niñxs. Como comedia, Familia al instante tiene momentos buenos y hasta puede pasar por una buena película pero eso es lo de menos: hace tiempo que no se veía algo tan parecido a propaganda. Porque Ellie y Pete pronto se desdibujan detrás del rol de padres que no querían y ahora por lo visto se mueren por cumplir, como si el amor de sus adoptadxs fuera una medalla. Y en esos niñxs que eligen, además, se expone un tema del que la película apenas quiere hacerse cargo: lxs tres hermanitxs, una adolescente, un nene de unos 10 y una nena de 5, son latinos, están disponibles para adopción porque su madre latina y adicta está presa, y esa misma madre se demostrará incapaz para rehacer su vida. Quizás por eso todas las fotos de familias “reales” que aparecen en los créditos finales son de padres y madres blancos con niñxs blancos, negros o latinos. Bienintencionada y efectista, Familia al instante levanta la pancarta del amor pero lo que muestra es una realidad más compleja, y no es divertido que se niegue a decir algo al respecto.