Según informes de Unicef, cada hora, es decir cada 60 minutos, 228 niños de América Latina son abusados sexualmente. La mayor parte de los abusos y actos violentos provienen de instancias intrafamiliares.

Ningún niño está en condiciones de dar consentimiento a estas prácticas, pero no siempre conoce o sabe qué hacer ante  esas demandas de sometimiento.

¿Cuál es la posición del psicoanalista ante la consulta por abusos, violaciones y aquellas circunstancias en las que un progenitor presiona sobre su hijo para desacreditar la denuncia e incluso el inicio de un  tratamiento analítico? ¿Cuál es la incidencia del acto analítico cuando en  casos extremos los niños están al servicio del hostigamiento de un familiar?

Por otra parte, ¿cómo respondemos ante la solicitud de revinculación solicitadas al psicoanalista de un niño con el familiar del que se sospecha, y muchas veces es una suposición cierta, que hubo maltrato, violencia y abuso de cualquier índole incluido el sexual? Demandas de revinculación que surgen luego de las medidas de abrigo sugeridas –abstención de contacto– entre el niño y el acosador.

La clínica psicoanalítica ofrece un espacio para los padecimientos del niño y el púber que están sometidos a situaciones que degradan su subjetividad, niños que entre cuero y carne están atrapados en diferentes formas de maltrato y abusos –pornografía infantil, obligación de consumir drogas para delinquir– que  atentan contra su dignidad cada día. Muchas de estas situaciones, casi siempre silenciadas, corresponden a delitos de diverso grado y se dan a conocer a través  de denuncias en la justicia, en la vida escolar, en las consultas pediátricas, en la urgencia médica y es por medio de estas vías que pueden llegar al psicoanálisis, momento clave en el cual la práctica clínica nos interpela a tomar alguna posición, ya que  desde  lo real del  padecimiento interrogan  nuestro quehacer. Otros discursos y disciplinas operan en el campo en el que están involucradas estas situaciones así como también están presentes los padres, la familia, los abusadores, apropiadores, pedófilos y aun quienes comercian con los cuerpos infantiles. En muchas ocasiones nos encontramos que el incesto y el abuso sexual intrafamiliar está sofocado  y acallado. Nos inquieta y sorprende, estamos advertidos de que es el niño quien denuncia de diferentes formas su situación  para intentar salir de esos circuitos.

Cuando un niño deja de callar, cuando dice algo, este algo hace escritura, y por consiguiente también es una forma de corte. El decir es un acto que da lugar a una nueva escritura y a una nueva posición del sujeto. Cuando sale del silencio, al que casi siempre está obligado, el niño transforma el sometimiento en enojo e indignación, y este es un paso para recobrar su dignidad.

El psicoanalista escucha al niño tanto en lo que dice con palabras como en lo que  expresa con  juegos y dibujos, y enmarcado  por su  ética propicia la emergencia del sujeto y la reconstrucción de la subjetividad. El niño ultrajado deletrea su historia y frecuentemente se indigna ante su dramática para acceder lenta pero convincentemente a tomar distancia de la alienación en la que estuvo sometido. Son tiempos de análisis muy dolorosos para el niño, pueden implicar pérdidas, y por ende la tramitación de un duelo de lo que significaron y fueron hasta poco tiempo antes familiares o personas de su cotidianeidad. Dicho de otro modo, no es sencillo que un niño o un joven asuman  que el padre, la madre, algunos familiares o amigos constituyen inquietantes abusadores o espectadores indiferentes de su drama.

Es importante aclarar que es la familia o alguno de los padres quienes pueden poner al descubierto, en la intimidad del consultorio, la herida que dejó abierta el ultraje de la dignidad del niño.  No es fácil pero es ineludible y asimismo puede conllevar un tiempo de trabajo situar y resituar el saber en el lugar de la verdad.

Estos son algunos de los motivos por los cuales la intervención del analista no es homóloga a la de los otros profesionales intervinientes, como por ejemplo los peritos psicólogos forenses, los letrados jurídicos, y aun los equipos que trabajan en los juzgados que se encargan de  dilucidar la problemática. Es menester recordar que el maltrato a los menores, el abuso en sus diferentes formas, el proxenetismo y la pornografía infantil constituyen delitos en los diversos sistemas jurídicos de nuestra cultura.

¿La labor del psicoanalista puede tejerse en la intersección entre lo privado y lo público,  entre lo jurídico y la subjetividad?

El psicoanalista no aplica protocolos estandarizados sino que se instituye en la emergencia de la palabra en el reabrir y elaborar  las escenas oscuras de la violencia  intrafamiliar en las que el niño estuvo cautivo. La escena analítica es el soporte del  niño quien al jugar, dibujar y escribir teje y reteje lo traumático, cuestión crucial, porque permite situar lo íntimo de cada niño y de cada historia así como también las enhebra en el encaje instituido entre el  lenguaje y las pulsiones.

Hemos comprobado que cuando estamos convocados a intercambiar la experiencia a través de informes o reuniones con el estamento judicial, las defensorías de menores y otras instancias tanto educativas como sociales nuestro enfoque es muy bien recibido y me ha sorprendido favorablemente la buena expectativa con la que son trabajados  operando como documentos útiles para evaluar y tomar decisiones judiciales. La experiencia me ha demostrado la enorme utilidad del trabajo psicoanalítico ya que, gracias a él,  en caso de tener que acudir al estrado muchos niños se ubican en mejores condiciones para exponer su decir. Así como también he advertido que el niño es escuchado cuando sus  expresiones están  asentadas en su singularidad  y su mundo.

Desde la práctica clínica

Entre el campo jurídico y el trabajo psicoanalítico hay diferencias de fundamento, el acto jurídico y el acto analítico difieren por estructura pero básicamente porque el sujeto al que apunta el derecho no es el sujeto del inconsciente puesto a punto por Freud. Las interacciones,  no siempre exitosas,  conllevan  distancias discursivas  notables.

En nuestro nuevo Código Civil existe la disposición de escuchar al niño y sus reclamos. Ahora bien, es menester señalar que, en este punto, hay una proximidad entre lo jurídico y la posición analítica al situar al niño como sujeto, aunque esta cercanía no suponga una equivalencia entre el acto jurídico y el acto del psicoanalista. Entiendo que es importante mantener esta heterogeneidad para no confundir cada campo y las demandas que podemos formular en cada uno de ellos. Esta cuestión merece un estudio minucioso pero al menos vale mencionar que las normas que el discurso jurídico auspicia considerando al niño como sujeto de derecho no son de la misma estofa que la letra que surge del sujeto en su decir pues en este talla el inconsciente así como las marcas del deseo y del goce.

Si las normas positivas aspiran a sentar  una base para todos y cada uno, el psicoanálisis se asienta en el no todo, gracias a lo cual lo singular no es generalizable. Estas distinciones no impiden eventuales interacciones y obviamente no se trata de ninguna prioridad discursiva.

Pero, malgre tout, algo del funcionamiento permite que el sujeto, aunque apuntemos a emergencias diferentes, se ponga en juego. Persona jurídica y sujeto del inconsciente  operan entre saber y verdad aun cuando existan  divergencias. Se trata de un saber y una verdad cuestionada y subvertida. El psicoanálisis, su práctica, se asienta en el acto analítico, el acto del analista que deja de lado el poder, el único poder con el que cuenta es la palabra que se enlaza en la transferencia. El sujeto no es una ficción concerniente a la persona sino que es producto de la operación metafórica, es una emergencia del discurso, surge entre significantes y la represión es una operación que permite situar el inconsciente en su retorno mismo. No obstante, desde el campo jurídico reclaman nuestra intervención e interpretación. Cada vez y con cada niño nuestra posición es escuchar su historia, su singularidad, su deseo y su entramado familiar. Nuestra ética, lejos de dar respuestas generalizadoras, escucha al niño y al joven para que de sus palabras y su padecimiento surjan las hebras de su verdad y por ende es desde allí que surge la orientación de la cura.

El malestar de la cultura actual sitúa al niño ante la ley y nos invita a reflexionar sobre diferentes  las problemáticas que conllevan algún cruce entre la ley jurídica y la ley que Freud tematizó como correlato de  la prohibición del incesto.

Algunas experiencias pueden ilustrar la posición del analista ante situaciones de difícil resolución, por ejemplo si lo que el derecho denomina “revinculación” es posible e incluso si es terapéutico. Cuando es pertinente estimular y elaborar la conflictiva presentada en vistas a generar encuentros y cuando los encuentros conciernen a revictimizar o reforzar lo traumático en el niño en situaciones en las que se sospecha de abuso u otras acciones que vulneran la subjetividad del niño. En  estas situaciones ¿son aconsejables los reencuentros?

El ex juez Dr. Carlos Rozanski ha manifestado más de una vez, en escritos memorables y claros que “... una vez establecida la sospecha lógicamente la justicia aparta al sospechoso con el fin de proteger integralmente a las criaturas víctimas. En la mayoría de los casos, se presenta entonces como estrategia solicitar una revinculación con el presunto abusador. Es evidente que dicha medida busca como meta influenciar a la víctima, ya que su vulnerabilidad se multiplica ante esa revinculación forzada que logran algunos acusados”.1

En una ocasión recibí una consulta en la que solicitaban ayuda psicológica en pos del restablecimiento del vínculo materno filial pues  los hijos  fueron alejados de la madre. En otro análisis que llevé adelante con una niña que fue abusada por su padre me consultan en cierto momento de su tratamiento por la revinculación con este. El primero  concernía  a la apropiación de tres hijos por parte de uno de los  padres,  quien en clara oposición, hostilidad y agresión contra su ex pareja tomó a sus hijos pequeños induciéndoles a mantener una marcada aversión contra la madre, desestimando su figura con falsedades y hostigamiento. Los niños culminan conviviendo con el padre,  manteniendo un alejamiento real con la madre. Sin visitas ni acercamiento alguno. La madre inicia acciones legales para la restitución de los hijos a su hogar luego de efectuar  reclamos personales al padre y en diferentes mediaciones. Dada la corta edad de los niños, ellos no pudieron decidir qué hacer. El padre apropiador impidió todo contacto, incumplió con lo propuesto por los juzgados de familia intervinientes así como con las  recomendaciones  terapéuticas. El impedimento de contacto con el padre no conviviente  se extendió  durante varios años.

Esta es una situación en la que la revinculación fue pertinente y necesaria, permitiendo  reanudar la estructura familiar y por ende el porvenir de los hijos. Hubo que trabajar especialmente la disposición de los niños deslindando y diferenciando su problemática  de las dificultades que oportunamente atravesaron  los padres, dicho de otro modo, evitar que se convirtieran nuevamente en el espacio y el objeto de la disputa o controversia.

La fantasmática de la pareja parental excede pero también incide en los síntomas que presenta cada hijo. Como nos planteó Lacan, el síntoma del niño es efecto de  la verdad de la pareja parental. En muchas ocasiones, alguno de los padres desacredita la tarea llevada a cabo o trata de imponer sus  directivas. Inclusive llegan a no aceptar que sus hijos tengan madre y padre. La oposición y el deseo de dialogar entran en conflicto produciendo manifestaciones de angustia, así como un abanico de síntomas.

Ahora bien, ¿por qué un niño que tiene recursos simbólicos y habilidades se esfuerza por ocultar situaciones de este tipo?

Uno de los niños con quien mantuve entrevistas falseaba la situación para evitar que se cumplan las amenazas parentales. Atrapado en circunstancias que bordeaban lo criminal, fue muy difícil que el niño se expresara, invadido por el terror de una amenaza mortal si simplemente veía a la madre. Freud planteó que el trauma no es necesariamente un episodio realmente acontecido sino que lo traumático se construye sobre el eventual episodio. La herida es lenguaje.

Una niña abusada por su padre a los dos años de edad pudo mostrar a su madre que tenía la cola mojada, situación que sucedía en los momentos en que la madre salía a trabajar. La niña se mostraba muy inquieta cada vez que la mamá no estaba o cuando se quedaba con su padre, pero no podía explicar que sucedía, sin embargo se hacía escuchar mostrando la cola. Es importante destacar que la angustia de la niña tenía un motor y pudo explicitarlo a su modo. Fue evidente que era manoseada, vulnerada, abusada. Realizada la denuncia, se impuso legalmente la abstención de contacto con el padre. La madre se separó de este. No escatimó su esfuerzo en poner esa distancia. El padre de la niña adujo que la acusación era infundada y que la ex esposa estaba confundida. Es muy frecuente que ante una denuncia el abusador alegue locura o enfermedad en el denunciante.

Pudo constatarse que los hechos eran reales. El abuso era innegable. Fue una niña de dos años quien puso a cielo abierto la situación aberrante.

¿Podrá volver a encontrarse con su padre alguna vez?

Este caso es a todas luces un abuso agravado por el vínculo, dicho en otros términos, el padre tuvo un intento de  incesto. Un tiempo después  el padre solicita  revincularse con su hija. Dice extrañarla y que la ama. Según mi criterio, es preferible que la niña no sume nuevos efectos traumáticos. No es aconsejable el contacto con el padre aunque este siga negando todo abuso y argumente que fue acusado sin causa. Esta negación del padre, mas allá de la estrategia de defensa esgrimida por sus abogados,  implica de su parte  una operación de renegación, Freud lo denominó perversión.

Sin desmedro de las modalidades propuestas por diferentes especialistas en el tema para este tipo de contacto parental, estimo que el mismo no es posible y que requiere de mucho cuidado y tino para no revictimizar a la niña, quien ya fue expuesta a situaciones muy delicadas. El padre solicita levantamiento de su pena judicial. Pero esto implica una pena para la hija.

Ahora bien, la niña perdió a su padre, quien abusó de ella, y aunque lo vuelva a ver nunca podrá  mirarlo sin pudor, ni sin agravio. Los daños fueron y son múltiples, su dignidad se vio afectada y su necesidad de contar con un padre y su función también. Motivo por el cual podemos decir que es un daño en la subjetividad y sin duda afecta la decisión que pueda tomarse.

Preservar a los niños en relación a un padre implica que la función paterna se pueda simbolizar y no alcanza con paliativos. La figura del familiar abusador y apropiador queda marcada y es inolvidable. Las consecuencias de las heridas no prescriben. Pero los niños pueden tomar la palabra y manifestar de distintos modos su indignación.

¿Es posible reinventar un padre sin negar la existencia del abuso? El trabajo sobre el duelo y  la pérdida es, en estos casos,  un paso necesario e imprescindible.

* Psicoanalista. Miembro de la Escuela Freudiana de Buenos Aires. Integrante de Reuniones de Psicoanálisis Zona Sur. Este texto es una ampliación de una clase del seminario Niños en Riesgo-  Elsigma.com

1 Citado por Luciana Peker.  La revancha. Diario Página/12, Las 12. 4 de julio de 2014.