Esta semana fui a un programa de TV para hablar de la denuncia pública que hizo Thelma Fardin. Hacia el final un periodista del panel se atajó diciendo que iba a ser políticamente incorrecto y comparó la situación de Darthes con la de un acusado de corrupción. ¿No es condenarlo antes que la justicia al denunciarlo públicamente?, interrogó, palabras más o menos.

No pude responder. Necesitaba tiempo no televisivo para elaborar una respuesta que me satisfaciera. Lo primero aunque poco elegante y menos preciso que me surgía era: ¿Se pueden comparar peras con manzanas? No es comparable un delito como el de corrupción con un abuso. “Los bienes jurídicos protegidos son bien distintos. En el segundo hay una víctima de carne y hueso que pertenece al género que viene siendo abusado sistemáticamente por el otro hace siglos”, me dice una amiga abogada.

Justamente la desigualdad de género tiene que ver con esto. Con que algunos se estén  preguntando por la presunción de inocencia de este hombre. 

Thelma Fardin no hizo un escrache público, sino que sacó a la luz una situación de violencia que vivió, con lo difícil, doloroso y complejo que puede llegar a ser eso para una joven en una sociedad que suele descreer de las víctimas. Incluso hay jurisprudencia que respalda la denuncia en los medios de comunicación en casos de violencia de género. 

¿Lo denunciado alcanza para que la justicia considere que Darthes es culpable de un delito? No lo sabemos. Pero ¿necesitamos esperar que se expida el sistema judicial? El discurso jurídico es una construcción, de relevancia, pero como otros tantos discursos sociales. Le cabrá al sistema de justicia investigar, recopilar pruebas, juzgar si hubo delito o no y determinar qué hacer al respecto. Pero no necesitamos de su juicio para escuchar a una víctima y dilucidar si una persona es culpable o no en términos morales. Las mujeres ya no necesitamos que la justicia nos diga qué creemos y qué no o a quién le creemos y a quién no. No necesitamos de una sentencia judicial para eso. Seguramente la gran mayoría de las veces que las mujeres nos sentimos acosadas, miradas, con miedos, no se configuró ningún delito y no por eso debemos dejar de decirlo, bien fuerte y acusando o nombrando a quien nos hizo sentir así.

Hace casi un año, revelamos en este diario la denuncia de siete jóvenes contra Leonardo Bugliani, un profesor de teatro que daba clases en el Centro Cultural Sabato de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA. ¿Qué hizo la Justicia hasta ahora? No demasiado. Bugliani sigue libre. No sabemos si según los parámetros del sistema judicial lo que hizo con esas jóvenes será considerado un delito, tampoco podemos asegurar que no haya intereses que estén jugando a favor de un acusado con fuertes vínculos con la política. Sin embargo, tanto ellas como quienes seguimos su caso de cerca, sabemos que Bugliani abusó. Ojalá que la justicia tome nota de lo que está pasando, del camino que despertó Thelma Fardin, y esté a la altura de las circunstancias para no dudar cuando haya que condenar a los culpables de estos casos y los que vendrán.

Pero mientras tanto, ¿qué hacemos? Insisto, escuchamos a la víctima y le creemos. ¿Por qué? Justamente porque es víctima y es parte de un colectivo históricamente vulnerado por su condición de género y además por su edad al momento de los hechos. 

Mientras tanto también nos reencontramos con nuestras propias experiencias. Eso me pasó a mí, como a tantas otras. Me encontré pensando en la vez que fui abusada. El silencio de los adultos que debían cuidarme. El seguir viviendo como si nada hubiera pasado, que es bastante parecido a que no te crean o a que no te defiendan. Mi silencio hoy, elegido (no todas queremos/podemos denunciar). 

Pensé en la vez que en la calle un tipo en bicicleta me tocó el culo. Y aquella otra en el colectivo. Recordé los rumores de pasillo en la facultad, acerca de un profesor que abusó de varias estudiantes, que hasta donde sé, sigue dando clases. Reviví las miradas lascivas del algún compañero de trabajo.

Todas las mujeres del mundo hemos sufrido abusos, violencias de todo tipo, por nuestra condición de género. Esas violencias vinieron del género opuesto. ¿Cómo llamamos a esto? 

El martes Thelma Fardin le dio un nombre propio: Juan Darthes. ¿Por qué es tan valiente la denuncia contra una figura pública? Una de las tantas respuestas posibles es porque pone rostro al abusador. Porque nos dice que ese que está al lado tuyo puede serlo. Cualquiera. A veces el más amable. El más correcto. El más trabajador. Un galán exitoso. Un padre, un abuelo, un tío. 

Así estamos. Esta es la sociedad en la que vivimos desde que nacimos, no importa la edad que tengamos. Todas lo sabemos. Aun aquellas que se niegan a reconocerlo todavía a esta altura de la revolución que está provocando el movimiento de mujeres, con las adolescentes y jóvenes a la cabeza. Pero no solas. Nunca más solas.