Los modelos económicos de endeudamiento y atracción de capitales especulativos en países periféricos tienen su base teórica en el monetarismo global. Esa corriente de pensamiento extiende el paradigma ortodoxo conocido como monetarismo a economías abiertas al mundo comercial y financieramente. Desde su perspectiva, la apertura comercial tiende a regular los precios internos y/o el tipo de cambio a partir de los precios internacionales. La apertura financiera tiende a hacer converger la tasa de interés interna con la internacional una vez descontada la expectativa de devaluación de la moneda local.

El monetarismo global inspiró programas económicos en Argentina, como la tablita cambiaria de Martínez de Hoz o la convertibilidad de Cavallo. Bajo los supuestos de dicho paradigma, la fijación del valor del dólar (o de su tasa de variación) permitiría estabilizar los precios internos con los internacionales facilitando la convergencia de la inflación local con la internacional. La crisis de sobreendeudamiento y fuga de capitales en que derivaron dichos procesos terminaron por convencer a los monetaristas de que fijar el tipo de cambio para frenar la inflación no era una buena idea. Desde su perspectiva, esos planes derivaban en atrasos cambiarios insostenibles que terminaban por explotar en el marco de una corrida cambiaria con cesación de pagos de las deudas.

Los monetaristas globales continuaron confiando en sus recomendaciones de apertura comercial y financiera, ahora acompañada por una política de tipo de cambio “flexible”. Esa es la base teórica de programas económicos como el implementado por Mauricio Macri al asumir o el implementado por Lagarde al asumir el FMI el manejo de la política económica argentina. Sin embargo, el alza del riesgo país y la continuidad de la fuga de capitales muestran el fracaso del programa monetarista aun cuando el tipo de cambio fijado es dejado a la buena del mercado. Si bien el alza del dólar puede licuar los ahorros en pesos, genera incertidumbre cambiaria y alimenta la dolarización de los ingresos corrientes. Por otro lado, los créditos externos tomados por el Estado y los privados no logran ser licuados mediante la desvalorización del peso, ya que se encuentran fijados en moneda dura. Además, cada devaluación incrementa su costo en relación a los ingresos en pesos del Estado y de los privados, contribuyendo a la recesión económica. 

Un supuesto que suele acompañar a los modelos de monetarismo global es el de “país pequeño”. Ese mote es puesto a países que por su tamaño relativo son incapaces de influir en los precios o tasa de interés internacional. Colado con esto último, se deriva que un país como Argentina podría tomar indefinidamente créditos externos sin presionar sobre su costo de financiamiento. Pero la realidad del sistema financiero indica que, por más que un cliente sea pequeño, la cantidad que se le presta está en concordancia con su capacidad de repago. Un pequeño detalle que podría explicar porque el modelo ortodoxo no previó que Argentina podía saturar los mercados de crédito y ver limitado su capacidad de endeudarse a tasas razonables.

@AndresAsiain