2018 quedará en el podio de los años más conflictivos de nuestro popular deporte. Si la palabra cabotaje tiene una connotación negativa cuando se habla de fútbol, define muy bien lo que nos pasó. El nuestro es de vuelo corto. Podría incluso afirmarse: un fútbol low cost. La maltratada final por la Copa Libertadores entre River y Boca lo reflejó más que todo. No se jugó en el país, tampoco en Sudamérica y ni siquiera en América. La mudaron a Europa. La violencia en cualquiera de sus connotaciones –física, verbal, virtual y simbólica– siguió generando tsunamis. Las medidas para moderarla o controlarla siempre fueron y serán incompletas. El poder de la AFA o la Superliga es una caricatura de consensos y buenas artes. Sus dirigentes suelen ser ventajeros. La temprana eliminación de la Selección nacional en el Mundial de Rusia se sumó a la lista de calamidades, más por lo que sucedió a su alrededor que por su juego decepcionante. La ofensiva para entregarles en bandeja los clubes al mercado quedó estancada, pero volverá. Por estas y otras razones, el año que se aproxima podría ser mejor con apenas un par de buenas noticias. ¿Será o no será?

La manoseada “final del mundo” –como los medios sensacionalistas la llamaron acá– dejó un ministro renunciado, la grieta entre los presidentes Daniel Angelici y Rodolfo D’Onofrio y una ley anti-barras bravas como secuelas. Martín Ocampo seguramente se reciclará en la política con otro cargo en el gobierno. La investigación, si va más allá de su responsabilidad, difícilmente supere la detención y procesamiento del mecánico tornero Matías Firpo, uno de los hinchas que le arrojó piedras al micro con el plantel de Boca. Pero habrá una ley que se apruebe –por ahora con media sanción, en general y en la Cámara Baja– para complacer a las buenas conciencias. “Un mamarracho oportunista” como se quejó un dirigente de la AFA consultado por PáginaI12, que dejó heridas entre la conducción del fútbol. “Ni nos consultaron y encima les pedimos por nota a los diputados que convocaran, pero ni nos llamaron”, completó. El legislador Martín Lousteau coincidió con aquella, la primera definición. Llamó a la ley “engendro jurídico”. Y eso que es oficialista. 

La norma tal como está concebida por el gobierno incrementa penas, tipifica nuevas contravenciones o delitos, en suma, ratifica la doctrina Chocobar para el fútbol en su círculo multitudinario. El jueves pasado, un policía bonaerense mató de un escopetazo en La Plata al trapito Mario González. No había un partido, pero hubo un muerto. ¿Qué pasará cuando los torneos se reanuden y cuidacoches, limpiavidrios, vendedores ambulantes o hinchas de a pie se encuentren mano a mano con uniformados, con o sin armas letales? 

Pueden suceder dos cosas: que se produzca un operativo deliberado y mal realizado como el que llevó al bus de Boca por un desfiladero donde llovían cascotes u otra víctima fatal. La historia demuestra que en la Argentina la policía es capaz de asesinar incluso con balas de goma. Javier Jerez, un hincha de Lanús, murió así el 10 de junio de 2013 en el estadio Único platense. También puede reprimir cuando nada lo justifica. Ocurrió en el Obelisco contra los hinchas de River durante el festejo por la Copa Libertadores o en la Bombonera cuando los de Boca hicieron el banderazo para despedir al equipo antes del viaje a Madrid. Sí ese día el estadio estaba excedido en su capacidad, la responsabilidad fue de la comisión directiva. Pero no del público. Las estadísticas de violencia no solo las engrosan barrabravas. 

La Conmebol se sumó a esta final de vodevil local con un papel estelar. Decidió mudarla a la capital española porque se trataba de un gran negocio de audiencia. La expansión del mercado televisivo nos deparará más finales en tierra prometida. O donde aparezca el que ponga más plata. Ahí están Qatar, los Emiratos Árabes Unidos o Japón en el pasado reciente para confirmarlo. No les basta con llevarse los mejores futbolistas. También se llevan los mejores espectáculos.

La eliminación temprana de la Selección nacional en el Mundial de Rusia fue el otro hecho del año. La crónica de un fracaso anunciado. Jorge Sampaoli la dirigió apenas entre junio de 2017 y el mismo mes de 2018. Una llegada a las instancias finales –lo mínimo que se vaticinaba era alcanzar los cuatro primeros lugares– se transformó en espejismo. La caída por goleada ante Francia en los octavos de final resultó el desenlace de una cadena de malas decisiones. Que habían empezado mucho antes con la renuncia de Gerardo Martino y el despido de Edgardo Bauza. Si al actual entrenador del Santos se le suma Lionel Scaloni, la cuenta da cuatro directores técnicos desde 2014 a la fecha. 

La dinámica de lo impensado que tan bien utilizaba Dante Panzeri como metáfora para definir al fútbol, es casi una bandera que describe un montón de situaciones alrededor del juego. En nuestro país los políticos y funcionarios votan una ley anti-barras que afectará al deporte más importante sin consultar a sus dirigentes y los dirigentes modifican el reglamento de un campeonato cuando está por la mitad. Pasó con la Primera B Metropolitana que, de dos ascensos, aumentó a cinco. Cuatro serán directos y uno mediante un torneo reducido. Para justificarlo sostienen que la B Nacional deberá contar con 32 equipos en 2019. Casualidad o no, hoy el segundo de la tabla en la B Metro es Barracas Central: el club del presidente de la AFA, Claudio Chiqui Tapia. 

Podrían agregarse otras lindezas de nuestro fútbol criollo que permanecen inalterables, pese al paso del tiempo: un Estado que esquilma a los clubes, un gobierno circunstancial y de derecha que pretende entregarlos al mercado, la reventa de entradas, la poca disposición a respetar los acuerdos que se firman, el sensacionalismo de los medios que construyen una subjetividad funcional al negocio de unos pocos, el pack fútbol que seguirá aumentando de la mano de la inflación y ahí paramos. Al menos pasaron a un segundo plano las deudas crónicas de las instituciones. Ya no se escuchan tantos reclamos de jugadores, técnicos y demás empleados. Algo es algo. 

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