El nombre es tan obvio, tan natural al castellano, que resulta increíble que no se haya utilizado antes. Porque si un superhéroe protege la ciudad de noche, del mismo modo que un guardia una obra en construcción, entonces ese enmascarado no es otra cosa que un Sereno. Y ése es el nombre que eligió Luciano Vecchio para el protagonista de la serie homónima, publicada originalmente en el portal colectivo Totem Comics y recopilada recientemente por el sello Gutter Glitter.

Sereno destaca como uno de los abordajes más interesantes que se hayan hecho del género de superhéroes en la Argentina y también por su notable faceta gráfica. Vecchio hace de Sereno, si no el primer superhéroe “holístico” del país, sí el mejor logrado hasta el momento. Es cierto que otros relatos –sobre todo los más vinculados al universo del manga– incursionaban en ideas new age, como la meditación, el aura y los registros akáshicos, entre otras, pero Vecchio consigue hacer de estos elementos y su filosofía parte central del relato, en lugar de un mero accesorio retórico o estético.

La batalla principal de Sereno, en ese sentido, no es tanto contra sus enemigos y los supervillanos de la desesperanza, sino contra sí mismo. Porque si los villanos y las pruebas que debe superar un héroe son la auténtica medida de su grandeza, el protagonista aquí se enfrenta contra la desesperanza irradiada desde los medios masivos de comunicación, contra la paranoia, contra las pesadillas, contra los fanatismos (incluso los bienintencionados), contra el resentimiento y las represiones. Del mismo modo, sus principales armas para enfrentar todos estos peligros no son sus poderes lumínicos sino su capacidad sobrenatural para la empatía, su voluntad de aceptación y su disposición al autodescubrimiento. Por eso, aunque suele señalarse al personaje como el superhéroe de la diversidad por la relación que entabla con uno de sus villanos, en rigor es el paladín de la aceptación. Y sí, se lo podría acusar de haber hecho un superhéroe panfletario de la tolerancia y la corrección política, pero se trata de un panfleto notable.

En lo gráfico, Vecchio muestra aquí un trabajo de enorme madurez artística, tanto en la consolidación de su estilo como en el compromiso con la obra. El trazo, de líneas casi siempre delgadas, recuerda al manga, aunque la narrativa y el plantado de página estén más cerca del cómic de superhéroes norteamericano, a cuyos códigos de género se apega más. Pero donde realmente destaca esta historieta es en el uso del color, que es brillante. Vecchio ofrece una clase magistral de cómo balancear colores y negros plenos en cada página, cómo usar cada tonalidad para acentuar los estados de ánimo del protagonista y las sensaciones que generan sus rivales. Como ilustrador, Vecchio se las arregla para dibujar la luz, que no es poca cosa. Lo acompaña una edición impecable que sostiene desde lo técnico las necesidades de impresión de la obra, pensada originalmente para la pantalla. Al cabo, hasta el más poderoso de los superhéroes –y por muy introspectivo que sea– necesita aliados.