La lidereza de la expedición de Ganímides sostuvo el casco entre sus manos y miró fijo: su ojo ciclópeo se hizo todo negro porque miró todo y todo fue tanto que el ojo ahora negro le ocupó toda la cara. Habían aterrizado en el Amazonas, una zona verde según la cartografía de la última expedición.

“Ya has mandado, zángana”, le dijo Vera a la lidereza cuando vio que pisaba mierda de mono araña, una de las especies más exóticas de esa selva tropical. Es que de tanto paisaje no vio el piso y ensució sus botas de cuero negro, no así el traje acharolado flúor que contorneaba su silueta y se fundía en ella, era difícil distinguir dónde empezaba o terminaba su piel.

“Pura cháchara, compañera, que del mono devino el hombre y en nuestras tierras solo danzan las tigresas”, respondió y enseguida volvió a la nave. Se habían confundido de parada.

Meses atrás habían abandonado Saurana, su planeta, atravesando miles de galaxias, rozando incluso una estrella con el lomo de su navío, deseando que no sea la fugaz, porque quién se atrevería a romper la estrella madre de los cuerpos celestes que hecha fuego brilla con luz propia en la noche inmensa; y hasta habían hecho el amor, acabando cientos de veces, entre ellas, todas ellas, una y otra vez, porque a la velocidad de la luz en un abrir y cerrar de ojos sus cuerpos se deshacían uno sobre el otro, se volvían agua de manantial. 

Pero esa vez su aterrizaje era definitivo, habían decidido conquistar la tierra y tenían a sus aliados a la orden para corroer al ser más temido por los líderes intergalácticos, al animal salvaje de una brutalidad que destripa, al hombre que es capaz de devastar una humanidad entera: el macho alfa.

Quién hubiera imaginado que sería el Posadismo, una de las facciones del movimiento trotskista internacional, quien daría pie a esta conquista realizando el primer contacto extraterrestre, eligiendo el techo de la rosada como base para el despliegue territorial. Esa no sería ni la primera ni la última travesura en ese enclave propicio a la escapatoria, ya tenía historial.

De demente habían tildado al comandante comunista que décadas atrás había anticipado que los extraterrestres vivían entre nosotros, que gracias a ellos haríamos la revolución y nos liberaríamos por fin de las ataduras capitalistas y sus políticas neoliberales, porque si el futuro era socialista entonces ellos tenían las armas y eran la antípoda de este presente que agobiaba.

Y hoy eran ellas sus máximas representantes, las que venían de mundos donde la revolución ya era un hecho. Eran ellas el futuro y en ellas estaba el camino, porque no hay futuro sin feminismo, porque el machismo mata, mata a las mujeres y también mata a la naturaleza; está destinado a desaparecer.

La secta trotskista las esperaba en el techo cuando el escuadrón estacionó su nave y por fin ocurrió el primer encuentro. La lidereza descendió paso a paso por la pasarela y una mujer pelirroja, representante de la internacional, la esperaba sobre el rosado y cuando la tuvo cerca no se contuvo, con una mano la agarró de su cuello y en un despliegue la acercó frente a su boca y le besó la frente, hasta que la lidereza por reflejo le metió su gamba en la entrepierna y empezó el frote, con esmero, mientras la roja bajaba su mano y con sus dos dedos más largos hacia macramé con su clítoris; el big bang se hizo carne. Acababan de firmar el primer pacto y con él su primer mandamiento: los problemas se arreglan garchando, no haciendo la guerra. Los espectadores aplaudieron.

El resto del escuadrón descendió de la nave y ambas partes rumiaron juntas hacia la casa. La lidereza se alzó en armas frente a los oficiales que después del segundo disparo evacuaron la rosada y cuando llegó al despacho oficial de un navajazo decapitó al presidente mientras Vera maniataba a la Ministra de Seguridad, quitándole la máscara que la cubría. “Siempre supe que eraintrusa”, dijo roja. Rápido hicieron el cambio de mando y la lidereza cruzó sobre su pecho ahora desnudo la banda celeste y blanca y agarró el bastión presidencial. “Así de grande es la mía”, dijo en la jura. No había vuelta atrás.

Esa misma tarde cuando los periodistas guardaban en el jardín de las palmeras y la ciudadanía toda comía vitel toné frente al televisor de sus casas, la lidereza se acercó al balcón y por cadena nacional levantó su copa para hacer el brindis de fin de año y con la otra mano mostró a su pueblo la cabeza del ex mandatario, anunciando el comienzo de la revolución. La primera orden: “Quienes lleven máscaras deberán quitárselas para el comienzo del nuevo año”.

Y fue entonces cuando por fin muchas de las mujeres poderosas del orden macho mostraron su verdadera identidad, como los jugadores del Racing-San Lorenzo que en vivo se quitaron el corset que confiscaba sus tetas y mataron al referí antes de que suspenda el partido, como las bailarinas que cortaron con tijeras el rostro del conductor estrella, del show nocturno, y así dejaron al descubierto sus cejas depiladas y su boca roja fuego y bailaron todas juntas sobre el escenario, como los colectiveros que junto a los pasajeros arrancaron su bigote falso y estacionaron los vehículos frente al Obelisco para subir al techo y clavar los minicomponentes a todo lo que da.

Y fue entonces, también, cuando se linchó a los infiltrados en Plaza de Mayo, empezando por la Ministra maniatada, siguiendo por la representante internacional del neoliberalismo que al decapitarla no se encontró un hombre sino un anfibio mitad macho mitad lagarto, y dejando a salvo a la primera dama que ya para ese entonces había conquistado a la lidereza, saliendo juntas en las tapas de las revistas bajo el título: “El look de la revolución torteril”. 

Sumado a la servidumbre del empresario más poderoso que cuando juntas quisieron quitarle su máscara y descubrieron que no había hechizo, que siempre fue él mismo, entonces lo lincharon. Lo mismo con los directores, gerentes, secretarios, diputados, ministros, todo macho apoderado que con talento había quitado los derechos a sus súbditas con el afán interminable de llevar con ellos todo.

Y así la expedición Ganímides concretaba los primeros pasos de su conquista, dando orden a las sauranas de mudarse a esta tierra porque este planeta era más grande que el suyo, y tenía más mares y montañas y una amazona inmensa, como había descubierto, donde hacer el amor y no la guerra. Donde las mujeres podían andar en cuero, donde los piropos eran románticos, donde los abusos y las violaciones se habían extinguido junto al patriarcado, donde había hombres para experimentar porque al macho lo habían tirado al tacho y ahora podían llorar y coger sin desgarrar, donde la publicidad mostraba también a varones en bolas, donde los conductores de avión, de trenes, de taxis no eran solo hombres, donde la cocina y el arte no eran solo para las mujeres, donde el aborto era legal y los embriones nacían también de varones, donde la calle era el espacio de todos, donde el gobierno estaba en manos del pueblo.