Dos años atrás nadie imaginaba que 2017 quedaría marcado por el regreso definitorio a los primeros planos de Roger Federer y Rafael Nadal, quienes protagonizaron una suerte de reinvención absoluta y se repartieron casi la totalidad de los títulos de calibre. Aquella vuelta a las viejas épocas, sin embargo, no se extendió demasiado en el tiempo, al menos con semejante superioridad.

Los primeros meses de 2018 fueron una prolongación de buenos resultados para el suizo, que conquistó su vigésimo torneo de Grand Slam en Australia tras una final muy luchada ante Marin Cilic y agigantó todavía más su leyenda. Con la opción clara de volver a la cima del ranking seis años después de su última vez, decidió jugar en Rotterdam y logró su segundo trofeo consecutivo.

Ya como el número uno más veterano de la historia de la clasificación –nació en 1973–, extendió su buen momento hasta la final de Indian Wells. Su racha de 17 triunfos consecutivos colisionó con el ascendente Juan Martín Del Potro, quien se impuso en una final antológica para levantar su primera copa de Masters 1000.

Aquel partido selló un antes y un después en su rendimiento. Fue campeón en Stuttgart y Basilea pero ya no pisó fuerte en las grandes citas, sobre todo después de la gira de césped, momento tras el que compitió con un problema en la mano derecha que limitó su despliegue y continuó con la merma. El año en que el suizo cumplió 37 años tuvo más gloria pero fue de mayor a menor.

Distinto fue el caso de Nadal, cuyo pico llegó en el polvo de ladrillo europeo que siempre saca a relucir la mejor de sus facetas y lo convierte en un jugador casi incorruptible. Una gira resonante con cinco torneos, cuatro títulos, la undécima corona en Roland Garros y la vuelta al número uno que había cedido a manos de Federer. Las lesiones, no obstante, volvieron a frenarlo. Mientras pudo competir fue el mejor pero no consiguió asentarse. Dos veces la rodilla, el psoas ilíaco –músculo propulsor de cadera y pierna–, un problema en el abdominal y por último el tobillo, los peores enemigos de Rafa en un año en el que sólo pudo disputar nueve campeonatos. Ganó cinco de ellos y se retiró en dos ocasiones, lo que concluye con apenas dos derrotas puras –semifinales de Wimbledon ante Djokovic y cuartos de Madrid con Dominic Thiem.

La gran sorpresa de la temporada fue, sin dudas, la transformación de Novak Djokovic. El serbio había empezado el año todavía con molestias en su codo derecho operado y con Andre Agassi y Radek Stepanek como entrenadores. Fastidioso y lejos de su mejor versión, cortó su relación con ambos y decidió volver a las fuentes. Marian Vajda, su coach de toda la vida, lo guió rumbo a una recuperación que no deja de ser asombrosa.

De Wimbledon a fines de año, su desempeño recordó a aquel Djokovic imbatible de 2015-2016 que no encontraba rivales en el camino. Como 21° del mundo, se consagró en Londres y puso primera en el sendero hacia la cima. Entre su cuarta consagración en la Catedral y el cierre en el Masters de Londres, el serbio ganó 35 partidos y sólo perdió tres, incluidas las conquistas en Cincinnati, el US Open y Shanghai. Tras el triunfo ante Del Potro en Nueva York igualó a Pete Sampras con 14 trofeos de Grand Slam. 

La pelea por el número uno del mundo se desarrolló de forma tan apretada que hasta tuvo tintes históricos. Fue la quinta vez que hubo tres líderes distintos, después de 1974, 1983, 1996 y 2001. En 2000 y 2003 se repartió entre cuatro jugadores pero el record quedó establecido en 1999 con cinco: Sampras, Moyá, Kafelnikov, Agassi y Rafter. Esta vez Nadal, Federer y Djokovic se dividieron la mejor ubicación en ocho lapsos distintos, lejos de las once etapas distribuidas entre McEnroe, Connors y Lendl en 1983.

Para el propio Del Potro, en su enésimo resurgir, 2018 marcó su reaparición en los puestos de vanguardia con logros que acrecentaron su trayectoria. El tandilense regresó al top ten en el prólogo del año; hilvanó títulos en Acapulco e Indian Wells; volvió a las semifinales de Roland Garros; alcanzó el número tres del mundo, el mejor ranking de su carrera; disputó la final del Abierto de Estados Unidos nueve años después de la conquista de 2009; y finalizó entre los cinco primeros por tercera vez en su vida –2009 y 2013–. El contraste oscuro llegó hacia el epílogo, en Shanghai, donde sufrió la fractura de su rótula derecha. La recuperación, dos meses y medio después, apunta con todo a 2019.

Detrás de la hegemonía de los grandes campeones, las nuevas generaciones empezaron a pisar tierra cada vez más firme esta temporada. El Torneo de Maestros, el selectivo certamen que reúne a los ocho mejores del año, fue el escenario perfecto para la irrupción definitiva con vistas al cambio de mando. Alexander Zverev, el líder de los jóvenes, consumó el gran golpe ante Djokovic para consagrarse en el Masters, el mejor de los diez títulos que acumula en sus vitrinas.

El alemán de 21 años simboliza la cara más visible de una camada de jugadores dispuestos a destronar a los grandes lo antes posible. Debajo del menor de los hermanos Zverev también hubo resultados. El ruso Karen Khachanov derrotó a Djokovic y se consagró en el Masters 1000 de París; el griego Stefanos Tsitsipas dejó en el camino a cuatro top ten y fue finalista en Toronto para luego coronar el año con el título en el Masters sub 21 de Milán; el croata Borna Coric le arrebató el trofeo a Federer en Halle y llegó a la definición en Shanghai; y Daniil Medvedev ganó sus primeros tres títulos en Sidney, Winston Salem y Tokio para sumarse al pelotón. Todos ellos se encolumnaron detrás del Principito para dar el salto en cualquier momento. ¿Habrá cambio de guardia en 2019? ¿Podrán las leyendas soportar el aluvión? ¿Hasta dónde llegará su resistencia al paso del tiempo?