Habla corto y toca mucho, Edgardo Cardozo. Acaba de editar un disco de suma expresividad musical y poética llamado Las canciones del muerto y su decir escueto sobre él, implica que la única llave de entrada potente pasa por escuchar sus diez piezas. Todas escritas por él. Todas tocadas y cantadas por él (porque también canta mucho). Y todas a punto de sonar solas y de noche el próximo jueves 3 y viernes 4 de enero en Café Vinilo (Gorriti 3780). “Este disco llega al final del proceso: primero componer, después tocar en vivo y finalmente grabar. Se dio así y esperé a que estuvieran en este punto para grabarlas y cerrar el ciclo”, sentencia Cardozo, compositor, guitarrista y cantante. “Son canciones que emocionalmente me exigieron  mucho –sigue–. No son muy desapegadas o profesionales por decirlo así y al mismo tiempo son muy autorreferenciales y muy mentirosas”.  

Cardozo viene del teatro (del grupo teatral La Pista 4, para más referencias) y de ahí la versatilidad estética y expresiva que deja entrever en sus deslindes musicales. Deslindes que viene puliendo desde hace un largo tiempo. Supo acompañar durante los ochenta a tipos grosos como Manolo Juárez o Jorge Cumbo. Supo fundar el BUE Trío, cuando el siglo pasado daba sus últimos suspiros, y grabar junto a él el disco Años Después. Supo acompañar muy bien a dos mujeres de su palo “actomusical” (Nelly Prince y Cristina Banegas, madre e hija). Y también sumar millas creativas junto a Puente Celeste, grupo con el que grabó una tríada de joyas sonoras durante la primera década del siglo XXI: Pasando el mar, Mañana domingo y Canciones. Pero hoy es él y sus circunstancias, que apenas se dejan intervenir por la voz inconfundible de un amigo (Juan Quintero), con quien grabó aquel excelso disco llamado Amigo.

El cantautor tucumano es, en efecto, la única presencia externa a la voz y la guitarra de Cardozo y aparece en un solo tema de Las canciones del muerto: “Azul divino”.  El resto del trabajo –producido por Ezequiel Borra y publicado por el Club del Disco– es puro solipsismo. “Tocar la guitarra y cantar sigue siendo un desafío importante que justifica que haya grabado así, solo. Pero cierra una etapa y espero que se abra la nueva con encuentros con otros músicos”, señala el cantautor cuyo cenit grupal, hasta hoy, fue junto a Marcelo Moguilevsky, Santiago Vazquez, Luciano Dyzenchauz y Lucas Nikotian, en el mencionado Puente Celeste. Y que por ahora se la juega sólo como para imaginar los recuerdos de un muerto, a través de una decena de canciones, todas ellas arropadas por un eclecticismo vital.  

–¿Quién es el muerto de la canción que nombra el título del disco, Edgardo?

–Nadie en especial. El título hace referencia a un final, a la caída de una cáscara. A las agonías de la forma. A una forma de decir y de hacer que se termina. En la canción “Guitarra”, por ejemplo, el muerto cuenta lo que la guitarra le dijo y las promesas de amor eterno que él le hizo en estados de éxtasis durante su relación... Mire toda la vuelta que tuve que dar para darme cuenta de cuan profundo puede ser el amor por un instrumento. 

–Su último disco a la fecha había sido Seis de Copas. ¿Aproximaciones y contrastes entre ambos, tras seis años de “silencios”?

–Un contraste: las canciones de este disco, a diferencia de aquel, tienen un sentido del humor más filoso. Un humor que se muerde a sí mismo, digamos. Y entre ellas tengo especial cariño por un tema que llamé “Martín” (noveno track), que es una reescritura del comienzo del Martín Fierro. Esas mismas palabras que sabía de memoria desde chico volvían y me decían cosas profundas Es la canción del estado do mayor. Como decía Troilo: hoy estoy en re menor, para hacer esta canción tenés que estar en do mayor. Do mayor sigue siendo increíble, lo difícil es estar uno en do mayor.