Las películas con situaciones “accidentales” son una constante en la cartelera comercial. O al menos eso se desprende del uso recurrente de términos alusivos en la traducción argenta de los títulos originales, incluso de aquéllos en los que no hay referencia alguna a la incidencia de lo fortuito. A esos socios, maridos, esposas, hadas, padres y hasta sexies por “accidente” que hubo en los últimos años, se suma ahora una jefa que llega bien alto en el organigrama de una empresa de cosméticos debido a una situación impensada. La elección de Jefa por accidente –el original es el mucho más pertinente Second Act– es cuanto menos curiosa no sólo porque va a contramano de una película visible, evidentemente reivindicativa y cocinada al calor de los pedidos de igualdad genérica dentro de una industria dominada por hombres como es Hollywood. También porque si hay algo por lo que lucha el personaje encarnado por Jennifer Lopez –en su regreso a los primeros planos cinematográficos luego de casi una década dedicada al perreo en videoclips de reggeatón– es justamente por el reconocimiento de sus habilidades en el mercado laboral. Ningún accidente a la vista.

Jefa por accidente está dirigida por un veterano de la comedia como Peter Segal, cuya trayectoria incluye desde La pistola desnuda 33 1/3 hasta Como si fuera la primera vez, pasando por El profesor chiflado II y El Superagente 86. La aplicación de esa experiencia se traduce en una película que durante gran parte de su metraje transita de manera segura y sin rugosidades los lugares comunes del género. Los ingredientes son conocidos: una empleada de una cadena de supermercados voluntariosa, cortés y con ideas para mejorar la dinámica de trabajo que sin embargo no recibe reconocimiento de sus jefes –hombres, desde ya–, secundada por un grupo de amigotas/compañeras toscas pero nobles que cumplen perfectamente devolviendo paredes a la protagonista. También hay un marido dulce y atento a quien ama pero que no la completa, y un sobrino que, harto de escuchar quejas por el menosprecio de su tía, pone manos a la obra inventando un currículum pródigo en estudios y títulos que ella no estuvo ni cerca de tener.

Uno de esos CV llega hasta las oficinas de una poderosa empresa de cosméticos, donde Maya tiene una entrevista ante el mismísimo presidente. Para sorpresa de todos, incluida la de la hija déspota y celosa de ese ejecutivo (Vanessa Hudgens), consigue un trabajo como encargada de desarrollar un nuevo producto enteramente natural, convencida de que ese nicho de mercado no está lo suficientemente explotado. Sobre esa base arrancarán diversos enredos que obligan a Maya a seguir sosteniendo la mentira y que Sigal hila con oficio, colando algunos chistes certeros con el mismo profesionalismo automático con que un chofer de micros recorre todos los días de verano la Ruta 2. Pero sobre la mitad del relato el guión escrito a cuatro manos por Justin Zackham y Elaine Goldsmith–Thomas decide que esa liviandad es insuficiente y ahonda en una serie de situaciones relacionadas con el pasado oscuro de Maya. Aparecerán elementos propios del melodrama, como los recuerdos de una maternidad adolescente, el dolor por el abandono y una creciente culpa por haber adquirido un lugar en la cúpula directiva a raíz de un engaño. Esos elementos desbalancean una película que no se contenta con su eficacia genérica y a la que la ambición le juega una mala pasada.