Lúcia Murat vive en Río de Janeiro, pero atiende el llamado de PáginaI12 desde Portugal, donde se encuentra pasando el fin de año junto a algunos de sus familiares más cercanos. Tal vez su nombre no sea del todo conocido para el público argentino, pero esta cineasta, carioca de pura cepa, viene construyendo una extensa e importante filmografía. Y lo hace tanto en el terreno del cine de ficción como en el documental, desde finales de los ‘80, cuando estrenó su primer largometraje, Que Bom Te Ver Viva. En aquel híbrido entre documento y reconstrucción ficcional, Murat describía las torturas infligidas a las mujeres detenidas durante la dictadura militar brasileña, tormento que la realizadora sufrió en carne propia durante sus años de militancia como miembro de la rama estudiantil del Movimiento Revolucionario 8 de octubre, a comienzos de los ‘70. A partir de mañana, un puñado de salas (entre ellas el cine Gaumont, a las cuales se les sumará, a partir del próximo domingo, el Malba) albergará el estreno de su más reciente largometraje, Plaza París, una investigación sobre los conflictos raciales y de clase de su país centrado en la relación entre una psicoanalista de origen portugués y una de sus pacientes, una joven negra que ha sido víctima de toda clase de violencias, tanto en el seno familiar como en la comunidad donde habita, la favela conocida como Morro da Providência.

Interpretada por la dramaturga y actriz Grace Passô, Glória alterna las sesiones de psicoanálisis en la Universidad del Estado de Río de Janeiro, donde además trabaja como ascensorista, con las visitas a su hermano, encarcelado en una prisión de máxima seguridad desde hace algún tiempo. Durante las sesiones de terapia, las conversaciones con Camila (la portuguesa Joana de Verona, de extensa trayectoria en su país, vista aquí en films como Misterios de Lisboa, de Raúl Ruiz, y Las mil y una noches, de Miguel Gomes) transitan los recuerdos de abusos sexuales durante la infancia y las marcas de la violencia en la vida cotidiana de la comunidad, atravesada por las actividades del narcotráfico. El miedo, sin embargo, comienza a transferirse rápidamente, y la vida personal de Camila cambia radicalmente a un estado de alerta, primero, y de total paranoia poco después. “Tengo una hermana psicoanalista, que hace unos diez años dirigía un centro de terapia para personas carenciadas en la universidad”, detalla Murat en perfecto español, con ocasionales deslizamientos al portuñol. “En esa época escribió un ensayo acerca de la violencia estructural en Brasil y cómo algunas de las psicoanalistas más jóvenes que trabajaban en la universidad comenzaban a sentir con mucha fuerza las historias de sus pacientes, al punto de darse algo llamado ‘Proceso de contratransferencia’. En ese momento le dije, un poco en broma, que esa idea podía ser el punto de partida de una película”.

–Eso es precisamente lo que ocurre en Plaza París, ¿no es cierto?

–Exactamente. Claro que desde que ocurrió aquella anécdota hasta la actualidad trascurrió una década. Lo interesante es que, en medio, se pusieron en marcha las así llamadas Unidades de Policía Pacificadoras, una política que comenzó teniendo una perspectiva de paz interesante, que realmente durante los primeros años logró funcionar, bajando mucho la violencia en las comunidades de Río. Pero como se trató de una política que no fue acompañada por proyectos sociales de largo alcance, ocurrió lo inevitable: la policía se corrompió y el círculo violento comenzó de nuevo, con más fuerza. En ese momento pensé en retomar la idea y hacer la película. El argumento original tenía presente el tema de la violencia social, pero quería hacer una suerte de thriller, porque si bien me interesan los asuntos de fondo también deseaba que el espectador, además de pensar, pudiera sentir el miedo. Para eso llamé a Raphael Montes, un escritor muy joven que ha escrito libros de suspenso, para que me ayudara a escribir el guion. Fue un momento de transición, porque para mis películas de ficción suelo trabajar bastante con encuestas e investigaciones de campo y durante esa etapa todavía era posible subir al Morro da Providência, entrar al barrio, y hablar con la gente y las ONGs que trabajan allí. Todo eso cambió en poco tiempo. El deterioro fue muy veloz y, al momento de comenzar el rodaje, ya no era posible filmar dentro del Morro, sólo afuera. Por eso los interiores del lugar están filmados en otra pequeña favela. No estoy segura de que la película pueda explicar ese fenómeno, pero tal vez sí ayude a comprender las razones por las cuales los brasileños han votado a Bolsonaro.

–¿Cuál sería la razón principal?

–Es un proceso de miedo que ha calado hondo en la clase media, la razón principal para que esa parte del electorado vote a la extrema derecha. Con Plaza París quería elaborar una idea: cómo una persona con buenas intenciones comienza a estar inmersa en un proceso racista perverso. Que es un poco lo que pasa con la clase media en Brasil. Por eso era muy importante, incluso conceptualmente, que esa clase media que aparece en la película estuviera, de alguna manera, representada en el personaje de la psicoanalista. Ella no se topa ni enfrenta la violencia, en ningún momento, de manera directa. Se cruza con ella a través de Internet, de las noticias, de su paciente, Glória, y así comienza a sentir ese miedo que le pertenece a otro. Sólo por las sensaciones que surgen a partir de las charlas. Eso es muy importante. En Río de Janeiro, prácticamente todos los días un joven negro muere en las periferias, en las favelas. Pero cuando muere una persona de clase media en un asalto eso aparece en las portadas de todos los diarios. Eso ocurre cada tanto, pero la gente vive con miedo y, a partir de ese miedo, toma decisiones. Al construir el guion, estuvo muy claro que Camila no iba a tener una relación directa con un hecho violento.

–¿La decisión de incluir una actriz portuguesa interpretando a un personaje de ese origen fue consecuencia de las necesidades de la coproducción o estuvo presente desde antes? Es interesante, porque Camila aporta una doble extranjería: literal, ya que no es brasileña, y de clase social.

–Eso estuvo presente desde antes de que surgiera la posibilidad de conseguir financiación portuguesa. En un momento quise que una parte de la película transcurriera en los años ‘20 y ‘30, y la otra en la actualidad. Eso finalmente fue dejado de lado, pero quedó la idea de la persona extranjera que mira Río de Janeiro, una ciudad que nunca logra definir su identidad y siempre quiere ser otra cosa. En los ‘20 quería ser París, ahora con los Juegos Olímpicos quería ser la ciudad más moderna del mundo. Es una ciudad que siempre está excluyendo a los pobres y construyendo una fantasía. Era una idea de fondo de la película, la de una extranjera que llega y observa, pero para poder desarrollar su trabajo debía ser alguien que hablara nuestra lengua. Conclusión inevitable: debía ser portuguesa.

–Plaza París depende en gran medida de las interpretaciones centrales. ¿Cómo fue el proceso para encontrar a las dos actrices que encarnan a Camila y a Glória?

–En el caso de Joana de Verona, los coproductores fueron quienes sugirieron su nombre, y realmente es un actriz muy talentosa y con mucha trayectoria. A Grace Passô la conocí tiempo atrás, en una situación muy particular: fui llamada como consultora para la escritura de una obra de teatro sobre la guerrilla en los tiempos de la dictadura. Ella era la autora, desde luego. Es un mujer increíble y siempre la tuve en mente para la película, porque en general –y eso también es parte del racismo brasileño– las pocas actrices negras muy conocidas forman parte del estereotipo de la mujer gostosa, la mujer de cuerpo increíble. Y yo quería una persona que lograra transmitir cierta humanidad, que no fuera reflejo de ese estereotipo. Y que, además, no trasmitiera solamente la idea de que es una víctima.