Cuando me pidieron que hablara sobre el tema de la obsesión o de las obsesiones, pensé que una de las obsesiones de nuestro tiempo es, sin duda, la de los complots. Basta con una rápida navegación por internet para descubrir cuántos complots (obviamente, falsos) son denunciados. Sin embargo, la obsesión del complot no es exclusiva de nuestra época, sino también de épocas pasadas.

Que existen y han existido complots me parece evidente, desde el que se organizó para asesinar a Julio César hasta la conspiración de la pólvora, la máquina infernal de Georges Cadoudal, y los complots financieros actuales para apoderarse de las acciones de una sociedad. Ahora bien, la característica de los complots reales es que son descubiertos inmediatamente, ya sea porque triunfan como en el caso de Julio César, o porque fracasan como el complot de Orsini para matar a Napoleón III o el llamado “golpe de los forestales”, un intento de golpe de Estado organizado por Junio Valerio Borghese en 1969-70, o los complots de Licio Gelli. Así que los complots reales no tienen nada de misteriosos y, por lo tanto, no nos interesan.  

Sí nos interesa en cambio, el fenómeno del síndrome del complot y de la fabulación de complots a veces cósmicos, que tampoco abundan en internet y que se mantienen misteriosos e insondables porque presentan las características que Simmel atribuye al secreto, esto es, que resulta tanto más potente y atractivo cuanto más vacío está. Un secreto vacío se yergue amenazador y no puede ser desvelado ni contestado, y, precisamente por esto, se convierte en un instrumento de poder.

Pero vayamos al complot más importante del que se habla en numerosas páginas de internet, el del 11 de septiembre. Son muchas las teorías que circulan. Están las teorías extremas (que se encuentran en sitios fundamentalistas árabes o neonazis) según las cuales el complot fue organizado por los judíos y a todos los judíos que trabajaban en las Torres Gemelas se les habría avisado para que no fueran a trabajar ese día.

La noticia difundida por Al Manar, un canal de televisión libanés, era obviamente falsa: en realidad, en el incendio murieron al menos doscientos ciudadanos con pasaporte israelí, además de otros cientos de judíos estadounidenses.

Están asimismo las teorías anti-Bush, que defienden que el atentado fue organizado con el objeto de tener un pretexto para invadir Afganistán e Irak. Hay quienes atribuyen el hecho a diferentes servicios secretos estadounidenses más o menos desviados; está la teoría de que el complot era de corte fundamentalista islámico, y de que el gobierno estadounidense conocía los detalles con antelación, pero que no hizo nada por evitarlo justamente con el fin de tener un pretexto para atacar Afganistán e Irak (es algo parecido a lo que se dijo de Roosevelt: que estaba enterado del ataque a Pearl Harbor, pero que no hizo nada porque necesitaba un pretexto para entrar en guerra con Japón). En todos estos casos, los partidarios de al menos una de estas versiones del complot están convencidos de que la reconstrucción oficial de los hechos es falsa, mentirosa y pueril. 

Quien quiera hacerse una idea sobre estas teorías del complot pueden leer el libro editado por Guillermo Chiesa y Roberto Vignoli: Zero, Perché la versione ufficiale del 11/9 é un falso. No lo creerán, pero en él aparecen nombres de colaboradores dignos de todo respeto, que, por respeto, no voy a nombrar.

Y los que quieran ver la otra cara de la moneda pueden darle las gracias a la editorial Piemme porque, con admirable ecuanimidad, ha publicado un libro contra las teorías del complot 11/9. La cospirazzione impossibile, editado por Massimo Polidoro, con colaboradores que también merecen el máximo respeto. No voy a entrar en los argumentos utilizados por los partidarios de ambas tesis, que pueden parecer todos ellos convincentes, sino que apelo simplemente a lo que llamo “la prueba del silencio”. Podemos utilizar, por ejemplo, la prueba del silencio contra los que insinúan que el desembarco estadounidense en la Luna era una falsificación televisiva. Si la nave espacial estadounidense no hubiera llegado a la Luna, había alguien que tenía la capacidad de controlarlo y que tenía todo el interés en decirlo: ese alguien eran los soviéticos; de modo que si los soviéticos callaron, ese silencio es la prueba de que los estadounidenses llegaron realmente a la Luna. Así de simple.

El volumen A hombros de gigantes, publicado por Lumen, reúne las conferencias que Umberto Eco dictó entre los años 2001-2015 en el marco del festival La Milanesiana. Esta conferencia dedicada al complot es de este último año, uno antes de la muerte de Eco.