Hace rato que amaga con reunir sus escritos sobre historieta, Bienvenidos a la farsa. ¿Por qué ese costado “teórico”?

–Supongo que está todo conectado. Cuando no estoy dibujando. estoy escribiendo, por ahí componiendo una canción o volviendo a la poesía. Soy medio culo inquieto, qué le vamos a hacer. En lo historietístico propiamente dicho, soy un hinchapelotas que se levanta, vive y se acuesta pensando y haciendo cómics. Me preocupa mucho no sólo como lenguaje sino como medio, como objeto, especialmente en este país, tan dado a autofagocitarse todo el tiempo.

–Suele preguntarse a los historietistas “¿cómo ve la historieta argentina hoy?” ¿Cuál sería su respuesta? 

–A la historieta de la Argentina la veo muy distinta de otros países, no tanto en términos de mercado, o no sólo como industria cultural, sino en que viene arrastrando millones de muertos sobre los hombros que quizá sea hora de ir liberando o enterrando. Pero, ¿qué pasa? Resulta que a muchos de esos muertos no los podemos enterrar por más que querramos. Fijate en la simbología total que encierra que el Pater Familias absoluto de la historieta argentina, Oesterheld, aún esté desaparecido. ¿Cómo vamos a poder matar al padre fundante si no podemos encontrarlo? Entonces estamos con el Edipo a cuestas, regurgitándolo a veces para bien, otras para mal. Siento que, más allá de que hay autores nuevos que tratan de rompen estas paredes, de que toda la avanzada de las pibas me parece fascinante y de que hay miles de grietas (estéticas o metodológicas) en torno a la creación y producción, vivimos en un loop permanente. En un punto, intuyo que es porque no podemos lidiar con nuestra historia.

–¿Qué podría aportar ahí Bienvenidos a la farsa cuando salga?

–Bienvenidos a la farsa es un gran ordenamiento de todo lo que vengo pensando en torno al “mundillo”, a la producción y a las diferentes idiosincrasias, vaivenes, dimes y diretes que fui absorbiendo desde que empecé con este chiste de hacer historietas y autopublicármelas. Es un terreno fértil para explorar y proponer preguntas en torno a qué estamos haciendo, y que incluso pueden ser tomadas no solo para las historietas sino para otras disciplinas. Está en proceso y cada vez que me siento a generar el esqueleto del libro surge algo nuevo por dónde encarar las cuestiones que no reformulan el concepto en sí: la historieta como farsa, sin que esta palabra sea necesariamente mala.