Zwi Migdal. Pequeña Chicago. Barrio Pichincha. Coordenadas precisas y certeras de una Rosario que Tierra de rufianes reinterpreta de una manera llamativa. La serie animada de Federico Moreno y Mariano Hueter utiliza los códigos del policial negro junto con la profundidad y la identidad visual estricta de la novela gráfica para contar una historia que aún duele: la trata de blancas y el crimen organizado en la ciudad a la vera del Paraná hace casi cien años atrás. La propuesta cuenta con ocho capítulos de once minutos, y luego de su paso por varias plataformas web y con varios premios a cuestas, tendrá su emisión por la señal TVCortos de la grilla de DirecTV (canal 1521, domingos a las 22).   

Aquí hay tres personajes y caminos que se entrecruzan. Un miembro de la mafia polaca vinculada a la trata de personas, un periodista que amó a una prostituta y una mujer que ingresa a ese círculo cruel. El trío tiene buenos motivos para complotar contra la mafia que le dio su oscuridad a la ciudad santafesina. “Demasiadas vidas se ha llevado la Varsovia. Es tiempo de contar esta historia sin importar las consecuencias” se escucha por allí a Alejandro Awada con el inconfundible timbre de su voz. Su Rocco Falco lleva el relato y es, según los responsables, “claramente un prototipo de la novela negra”. Junto a Pablo Rago y Julieta Ortega le suman un tono cercano a esta producción de temática ruda. Otro componente que resalta en su confección es la estética cuidada, producto de líneas bien definidas, un blanco y negro brillante y la técnica de animación con recortes digital. “Son historias que vengo escuchando desde que soy chico, me siento un amante del comic y de la animación y por un tiempo estuve leyendo mucho a periodistas que trabajaron el tema; así se fue armando una estructura sólida para esta ficción”, detalla Moreno en entrevista con Página/12.

Tierra de rufianes podría ser un capítulo de La Argentina en pedazos, proyecto ideado por Juan Sasturain para la revista Fierro, que tomó clásicos de la literatura argentina para reconvertirlos al lenguaje y la plástica de la historieta con ilustraciones de Breccia, Crist, Nine y Solano López, entre otros. “Esa historia debe leerse a contraluz de la historia ‘verdadera’ y como su pesadilla”, había escrito entonces Ricardo Piglia y sin dudas podría aplicarse a este relato. “Son referencias que conocemos, sumaría a Frank Miller pero creo que en un punto estuvimos más influidos por el cine que por los comics en sí. Tener la cultura de lector de comics te ayuda a trasladar de una manera bastante natural lo visual a un guión cinematográfico”, asegura Moreno. “El policial negro fue la regla que marcó la forma de construir la historia, cualquier formato –fuera literario, cine, o series– era bienvenido como referencia”, subraya Hueter. Sus creadores, por otra parte, sugieren que podría haber una secuela de Tierra de rufianes tomando como trasfondo las problemáticas actuales ligadas al narcotráfico. “Tenemos un remate en la serie que es que por más que se le corte la cabeza el monstruo siempre busca la forma de crecer una nueva. Más allá de sus cosas hermosas, Rosario tiene muy arraigado ese foco criminal y sus bandas, ahora es el mundo narco pero no es muy distinto de lo que se vivía antes”, apuntan.  

–Tono noir, búsqueda documental, raíz de historieta. ¿Tierra de rufianes es una mesa de tres patas o se sostiene por algún otro componente?

Federico Moreno: –El código estético y narrativo es el del policial negro y hay una veta periodística muy clara; de hecho ese era un desafío que nos propusimos con Mariano. Queríamos que el que la viera de alguna manera pudiera percibir cómo era vivir en esa ciudad en esa época, las personas y lo que se movía por detrás. Mencionaría una pata más que es la de la técnica de la animación que es como un comic animado, es una técnica de recursos limitados pero que redefine una forma narrativa y se presta muy bien a esta historia.

Mariano Hueter: –Yo creo que hay una pata más y que es la temática en sí. Es muy fuerte. En el fondo es una historia sobre maltrato y violencia. Lamentablemente siguen estando muy vigentes. Y este es un condimento que termina empatizando con el espectador de manera muy clara.  

–¿Cómo fue el trabajo actoral?

M. H.: –Para nosotros fue novedoso. Ayudó mucho que el tono fuera el del género detectivesco en el que hay un narrador. En ese sentido no hay un lip sync que tuviéramos que empastar con lo que se veía. Se trató más bien de encontrarle un tono y una cadencia a las escenas. Pudimos llegar a un nivel de intimidad por la tranquilidad de trabajar en un estudio. Y contábamos con la ayuda de contar con el lineamiento estético. Tanto Pablo (Rago) como Ale (Awada) tenían su experiencia en el formato, estaban cancheros. 

–Más allá del recorrido que ha tenido la ficción, ¿creen que se reactualiza con los reclamos de género que se están dando en la actualidad?

F. M.: –Lo pensé mucho en estos días. No es algo que nos ponga muy contentos pero tendemos a vivir en una sociedad cada vez más violenta, desigual y oscura. Esta es una problemática de casi un siglo atrás y hoy está más vigente que nunca. Más allá de los avances en derecho e instrucción en el fondo hay un núcleo de violencia y maltrato que no se termina de erradicar. Eso es lo más oscuro y atroz del humano.