Buena parte del globo se rinde hoy ante Greta Van Fleet: joven banda sensación que conquistó la escena el pasado año con conciertos agotados en Estados Unidos y Europa, y que recibió sonados elogios de Billy Corgan, Elton John, Justin Bieber, entre otros, además de los pulgares en alto de la crítica especializada, que aclama a los muchachitos como salvadores del rock & roll y los ensalza como los Led Zeppelin de la nueva era. En breve, de hecho, aterrizarán en Argentina en la venidera edición del Lollapalooza, sumando un sideshow en el Gran Rex que ha despertado vitoreos, albricias de fans. Curiosamente, sin embargo, no han conquistado estos músicos a una persona en particular: la mismísima Greta Van Fleet, una abuela del pueblito Frankenmuth, en Michigan, vecina de los artistas, en cuyo honor bautizaron al grupo (en honor a la exactitud, la señora se llama Gretna, pero la banda eliminó la “n” para evitar errores de pronunciación). La mujer de 88 años es, al parecer, su público más difícil, al revelar en una reciente interviú que, aunque honrada por el gesto de los muchachos, “lejos de ser sus canciones mi música favorita”. “Los chicos están al tanto”, asegura la señora, que –divertida y sin pelos en la lengua– agrega: “Jamás pensé que durarían mucho; menos con esa locura de nombre”. Música amateur ella misma (toca el violín, el dulcémele y la batería), dice preferir el pop vintage, a la par que concentra sus energías como integrante de la banda de bluegrass de su iglesia, llamada Holy Jeans. Ojo, aunque no es adepta al repertorio de los Greta Van Fleet, asegura que apoya a los muchachos y los considera muy talentosos; se muestra además chocha de contenta por haberse convertido –por default– en una suerte de rockstar: “Todos los días, por la calle, alguien me para. La gente está muy emocionada de conocerme, es todo muy divertido”.