Seguramente existe más de una novela que tiene como protagonista a un ghost-writer. El negro, como se lo llama en España y en México, es alguien que pone todo su talento y creatividad al servicio de otro y además y, por sobre todo, promete guardar el secreto de su autoría y casi olvidarse del libro que acaba de escribir en el mismo momento en que entrega su última frase. Como si escribir un libro fuera un oficio mecánico.

Hace poco en una entrevista me preguntaron si pienso que las deficiencias que muestra hoy la Inteligencia Artificial para producir textos literarios serán superadas algún día. Creo que ninguna IA puede empardar la imaginación ni la singularidad del acto creativo, misterio que es imposible de rastrear; los hallazgos literarios escapan a todo programa.

Para este cuento necesitaba una frase anacrónica, una expresión arcaica que delatara una composición particular, una organización de la frase, una misma procedencia. Terminé eligiendo una frase de Borges sobre “La poesía gauchesca”, en Discusión. Nadie podría aducir que era una frase fácilmente imitable o que podría haber quedado resonando en el magma de lecturas cotidianas induciendo a apropiación. Las réplicas, los deslizamientos, me llevan a pensar en las falsificaciones y las imposturas como accesos, pasos, y a reivindicar el lugar de la ironía.

“Tan dilatado y tan incalculable es el arte, tan secreto su juego.”