El presidente Mauricio Macri señaló que “los argentinos crecimos porque aprendimos y comprendimos que de 70 años de fiesta, sobre todo en los últimos 15 años, no se sale en tres”. “Veníamos bien, veníamos creciendo hasta abril y nos fuimos de vuelta para atrás”, señaló, emulando aquel famoso “venía pisteando como un campeón” de un accidentado conductor alcoholizado. Pero Macri le encuentra el lado positivo a la situación porque “la crisis nos obligó a tener un presupuesto equilibrado” y dejar de “gastar más de lo que ganas” ante la falta de acceso al crédito internacional. 

Las declaraciones del Presidente muestran un desconocimiento grande de la historia económica del país. En los últimos 70 años, la sociedad argentina atravesó la crisis por las sequías de 1951-1952 que obligó a Perón a fomentar un programa de reducción del consumo e incremento de la productividad. Le siguió el plan Prebisch de austeridad tras el golpe de 1955, los planes de estabilización del FMI en tiempos de Frondizi y las devaluaciones de Onganía y Levingston. Más tarde llegaron el “Rodrigazo” que selló la suerte del gobierno de Isabel Perón, la crisis de la tablita cambiaria de Martínez de Hoz ya en plena dictadura militar, y las hiperinflaciones en tiempos de Alfonsín y comienzos del primer mandato de Menem. Luego vino el derrumbe de la convertibilidad, con más de un 65 por ciento de la población en la pobreza (si se aplica la nueva metodología del Indec para medirla). Aún en tiempos kirchneristas, la crisis de 2009 y las recesiones de 2012 y 2014 no fueron festivas, lo mismo que la provocada por la devaluación de 2016 al asumir el actual Presidente.

También demuestran la concepción del desenvolvimiento de la economía de Macri, donde el incremento del consumo popular es visto como negativo. La economía festiva donde la mejora de los ingresos populares empuja las ventas empresariales, estimulando la producción, la inversión y el empleo, es considerada una política populista insostenible. Para la religión ortodoxa liberal que profesa Macri, el disfrute económico es sólo un privilegio de las oligarquías. Las masas, en cambio, deben trabajar en forma infatigable y con bajas remuneraciones, con el único estímulo de la amenaza del látigo del desempleo y la pobreza extrema. 

Bajo esa concepción, los programas de ajuste como el presupuestado para 2019 aparecen como políticas correctoras de ese desvío populista. Un sacrificio humano ofrecido en el altar del FMI para traer la buena voluntad del Dios mercado, con la fe en un venturoso futuro de exportación e inversiones. Poco importa que el endeudamiento externo de los últimos años no haya sido utilizado para sostener la fiesta popular, sino para financiar la dolarización del excedente de la parte más acomodada de la sociedad. Tampoco es relevante que el ajuste del consumo y el gasto no solucionen la inviabilidad externa de la economía, tal como refleja el panorama de vencimientos de deuda que Macri deja de herencia a su sucesor 

@AndresAsiain