Las redes conforman el nuevo centro neurálgico de la interacción humana, un territorio donde el afecto se impone a la razón. En tiempos de aceleración informativa, la argumentación y el debate que supieron enmarcar la racionalidad política de la modernidad son desplazados por la intuición afectiva, más primitiva en términos evolutivos pero de mayor velocidad de resolución. No son pocos los que ven en la aceleración y la condensación informativa, en el resquebrajamiento del estatus de la verdad y en los algoritmos digitales que robustecen las islas ideológicas, un riesgo inminente para los horizontes democráticos. 

El carácter binario de la comunicación digital es terreno fértil para la producción de odios y miedos, emociones propicias para las narrativas antidemocráticas. Las derechas globales han venido empleando estos entornos de modo intensivo y profesional, sin que los proyectos democráticos lograsen contestar con igual eficacia y profesionalismo. La radical incompatibilidad entre la retórica argumentativa que caracteriza a los proyectos emancipadores y las estructuras físicas y lingüísticas de la comunicación en redes puede llevar a imaginar una derrota cultural inevitable.  

Dado que la desconexión no es una opción, el campo democrático está obligado a asumir las redes como territorio en disputa y a adaptar su lógica comunicacional a las demandas semánticas y sintácticas del medio. 

Toda tecnología de poder tiene sus grietas. Aunque los algoritmos digitales tiendan a la segmentación y a la guetificación, las redes no dejan de ser una tecnología del vínculo. Son a su vez una tecnología del lenguaje. Sin importar la rigidez del código sintáctico de fondo, donde hay lenguaje hay terreno para la creatividad y la subversión. 

Las resistencias democráticas han sido relativamente exitosas en su uso de las redes para la política de masas, poniendo en circulación mensajes cuya finalidad última es la movilización en las calles, el despliegue de los cuerpos sobre el terreno analógico. En estos casos, las redes actúan como puente entre lo que Bifo Berardi denomina “conexión” y “conjunción”. Ocurrió con el Ni Una Menos, con el reclamo por la desaparición de Santiago Maldonado y con la disputa cultural por el aborto: la comunicación en redes se montó sobre una narrativa previa y su eficacia pudo medirse en términos de activación política de las calles.  

Mientras en estos casos las redes actuaron como mediadoras, también pueden constituirse en punto de partida. En 2015, la foto viralizada de Aylan Kurdi, el pequeño muerto en una playa turca, inspiró protestas callejeras, fomentó el voluntariado y las donaciones humanitarias, y forzó reajustes en las políticas migratorias de distintos gobiernos. 

Todos estos casos lograron algo más complejo aún: trasvasar las burbujas ideológicas en que se segmentan las comunidades digitales. Esto fue posible apelando a valores transversales a los distintos sectores políticos. Queda claro que existen áreas de confluencia ideológica que no siempre son racionalizadas por el campo democrático a la hora de diseñar sus mensajes. 

Hay en la Argentina un sentido común fuertemente arraigado en favor de las políticas de derechos asociadas con el Estado de Bienestar, con resortes identitarios todavía muy sensibles. El aparato comunicacional de la derecha invierte vastos recursos en combatir estos valores, sin que el campo democrático haya sabido responder de modo estratégico y sistemático, con mensajes adaptados a las demandas lingüísticas de los nuevos entornos.

Mientras los mensajes políticamente explícitos corren el riesgo de obturar determinados afectos, la presencia de áreas de confluencia ideológica permite pensar en la posibilidad de una comunicación binaria (memes, microvideos, fotografías) dirigida a consolidar y expandir afectividades solidarias, activando aquella sensibilidad igualitaria y democrática que todavía anida en la mayoría de los argentinos.

Una de las fotografías que circuló durante las protestas contra la Unicaba capturaba el momento en que la luz de la mañana parecía elegir el lado de docentes y estudiantes, dejando en sombras a los efectivos policiales que se les oponían. Micro eventos comunicativos como este no solo actúan en favor de un sentido común democrático, sino que tienen, por su ambigüedad semántica, por su carácter estético y afectivo, el potencial para trasvasar las burbujas ideológicas. 

Si la política y la micropolítica de redes se adapta y se piensa en torno a áreas de confluencia ideológica todavía activas en el imaginario social, los proyectos democráticos no deberían apresurarse a dar por perdida su disputa en el terreno digital.  

* Docente y escritor.

** Licenciado en Ciencias de la Comunicación y maestrando en Comunicación y Cultura (UBA).