Está claro que Mercedes Morán vive, en lo que hace al cine, su momento más fulgurante. En el curso de 2018, la actriz que empezó a pisar fuerte en el ámbito del cine hace ya más de quince años, con su papel de Tali en La ciénaga, tuvo una triple oportunidad que le permitió rayar bien alto. Alto y variado, en tren de comedia romántica (El amor menos pensado, consagratoria ópera prima del productor Juan Vera), de caricatura pop (Ana María, la madre promiscua de Chino Darín en El Angel) y de tragicomedia de duelo y desorientación (Familia sumergida, otra prometedora ópera prima, de María Alché). De paso, en julio Morán recibió un premio a la mejor actriz en el Festival de Cine de Karlovy Vary, y en noviembre un premio a la trayectoria en el Festival de Mar del Plata. ¿Cartón lleno? No, porque Morán empieza 2019 con tres nuevos proyectos. Hoy se estrena Sueño Florianópolis, la nueva película de Ana Katz, que la tiene por protagonista junto a Gustavo Garzón, y por la que ganó el premio en KV. En días más comienzan las grabaciones de la miniserie dedicada a Diego Maradona, donde Morán hace, créase o no, de la Tota (hay una Tota unos años mayor, interpretada por Norma Aleandro) y finalmente (finalmente por ahora), la actriz interpreta a una ex extremista chilena de ultraderecha en Araña, la nueva película de Andrés Wood (realizador de Machuca y Violeta se fue a los cielos), cuyo estreno está previsto para dentro de unos meses.

Son casi las ocho de la noche de un día caluroso, en un pasaje de una sola cuadra en los alrededores del cementerio de Chacarita. Mercedes Morán viene encadenando entrevistas desde la una de la tarde, ésta es la última. Ser el último tiene sus ventajas y sus desventajas, y ambos términos tienden a autoanularse. La ventaja es que no viene nadie atrás. Si el o la entrevistadx quiere relajarse un rato después del tren de notas previas se puede charlar tranquilxs, distendidxs y sin urgencias. La desventaja es que después de siete horas, en nueve de cada diez casos lo único que quiere el/la entrevistadx es mandarse a mudar, cuanto antes mejor. En nueve de diez: el caso diez es Mercedes Morán. Después de la maratón de cámaras y micrófonos, después que el fotógrafo de PáginaI12 la hiciera bajar y subir escaleras, la actriz de Betibú está sonriente, calma e impecable, como si en lugar de 30 grados estuviera haciendo diez menos.

“Esperá que agarro esta porquería y empezamos”, dice Morán tomando un atado de cigarrillos. “Me pude desprender de todos los vicios menos de éste. Hay una sola situación en la que no fumo: cuando hago teatro. De hecho he llegado a aceptar determinadas obras para no fumar por un tiempo (risas).”

–¿Por qué no fumás en esa circunstancia?

–Porque cuando estás en una obra son varios meses o un año en que tenés que estar físicamente saludable, en condiciones de hacer esfuerzos físicos. Tu garganta tiene que estar perfecta, porque la voz es un instrumento más. Hay que cuidarla. Cuando filmo, en cambio, fumo como un escuerzo, por la tensión, el estrés. Y cuando hago televisión tampoco fumo, porque dentro del estudio está prohibido.

Sueño Florianópolis es el opus 5 de Ana Katz, realizadora de Los Marziano y Mi amiga del parque. Con la fusión entre tragicomedia y comedia marciana típica de la realizadora, Sueño Florianópolis transcurre en los años 90, cuando un matrimonio de psicoanalistas se va de vacaciones a la icónica “Floripa”, donde se develará una situación peculiar que hasta entonces se había jugado tapada. Lucrecia y Pedro tienen un hijo y una hija adolescentes (Joaquín Garzón y Manuela Martínez), y esa idea tan porteña de que en Brasil “te soltás” hará efecto sobre los cuatro, con las tensiones del caso.

–¿Cómo ves a tu personaje?

–La relación entre ellos atraviesa un momento muy particular, es una situación muy atípica que estén ahí en ese momento. Yo diría que es un momento de transición el que atraviesan. Podría pensarse que es un momento de crisis, sin embargo no hay la angustia que conlleva una crisis. Están, sí, en un proceso de separación. Yo creo que ella está mucho más decidida a eso que él, y la película da indicios de esa decisión. A mí me resulta interesante la suma de cosas que ofrece la película. Los años 90, las vacaciones en Renault 12, Florianópolis. Hay algo muy interesante de ellos en relación con los hijos. Los padres de pronto quieren señalarles determinados límites. Pero estos padres ya no están en condiciones de poner ningún límite. Se han restado autoridad. Incluso, Lucrecia y la hija están en una condición de horizontalidad. Lucrecia ya no puede pretender tener esa clase de relación jerárquica que las madres quieren tener con las hijas, porque en un punto funcionan como pares.

–El pacto de sexo libre que establecen Lucrecia y Pedro puede generar cierto escándalo en los espectadores más conservadores, ¿no?

–¡Totalmente, me pasó! Me encontré con gente a la que la escandalizaba que ella fuera a la casa del anfitrión brasileño, mientras que no les pasaba lo mismo con el hecho de que lo hiciera él.

–Bueno, eso es machismo puro y duro, porque si hacen lo mismo y lo de ella está mal y lo de él está bien…

–Sí, claro. Ahí hay un mérito de Ana Katz, que les da vuelta a ciertos lugares comunes aceptados por todos. Por ejemplo en Mi amiga del parque muestra que un embarazo, que normalmente es visto como el colmo de la felicidad, puede ser una pesadilla. Yo soy madre de tres hijas y lo sé. Y después hay una cosa cultural con la mujer embarazada, que es que tanto la partera como las enfermeras te tratan en diminutivo. “Gordita”, “mamita”. Como si en lugar de mujer de pronto te hubieras convertido en una nena. 

–Te tratan como a una hija.

–Como una hija medio tonta. Es un cariño medio raro. Lo mismo en cuanto a las dudas y contradicciones que todas podemos tener. Si una mujer no sabe bien qué hacer, si avanza y retrocede, es una histérica. En cambio, si le pasa a un hombre es porque es un tipo “complejo”. Creo que de un modo u otro la película habla de todo esto, y eso es lo que la hace interesante. 

–Hay una coincidencia llamativa en tus papeles más recientes y es que están atravesados por el humor... 

–Yo siempre busco guiones que tengan humor. La ciénaga…

–La ciénaga muy graciosa no es…

–Sin embargo mi personaje es bastante cómico. Eso que tiene de que dice una cosa y si la contradicen se da vuelta como un guante. No se anima a pensar por ella misma, depende de lo que piensen los demás.

–¿El hecho de que se tratara de una comedia representó una motivación para aceptar el papel de El amor menos pensado? Porque en el cine hiciste pocas comedias, a diferencia de la tele.

–Sí, sí, desde ya. Desde hacía tiempo yo andaba con ganas de hacer una comedia romántica, y este papel en particular me interesó porque corre al personaje del rol arquetípico de las heroínas románticas. No es una manipuladora ni una estratega, es honesta, va al frente con transparencia. Esto no porque piense que todos los personajes tengan que ser así, porque de hecho me encanta hacer personajes oscuros. Pero en este caso en particular me parecía interesante ir en contra del cliché. Me parece que también va en contra del cliché el motivo por el que se separan. No es porque él conoció a una chica más joven, o porque el deseo entre ellos se apagó, sino porque no están muy seguros de amarse todavía, ni de querer seguir juntos. Entonces quieren investigar esos límites, se hacen esa pregunta. Y eso me parece meritorio. Sobre todo en una comedia, que es un género que se presta a la frivolidad. A la vez, el sacar la separación del lugar del fracaso la corre de una idea religiosa.

–¿No tienen en común tus personajes más recientes, incluyendo el de Sueño Florianópolis, el hecho de estar atravesando una zona de incertidumbre? Pienso también en el de Familia sumergida, que atraviesa un duelo.

–En Familia sumergida lo que se transgrede es que el duelo generalmente es por un tiempo corto, que ya está como pautado social y económicamente, para que al cabo de un tiempo “prudencial” el que estuvo de duelo vuelva al trabajo y siga produciendo. Como si hubiera una “licencia por duelo”, como hay licencia por enfermedad o por embarazo. Ahora, el tema es que la que se le muere a Marcela es la hermana. O sea: la última integrante de la familia, el último testigo de la infancia, de los cuentos familiares. Pero lo que hay que tener en cuenta es que un duelo no es sólo el dolor y el sufrimiento, sino que la muerte genera también una necesidad fuertísima de sentirse vivo.

–¿Notás similitudes entre todos estos personajes?

–No, la verdad que no. Lo que me obsesiona desde que empecé esta carrera es el grado de verdad de los personajes. Voy detrás de eso. Me causa gracia cuando alguien te dice “Eh, vos como actriz debés estar acostumbrada a mentir…” ¡No! ¡Se trata de lo contrario, de actuar la verdad! Busco trascender el “como sí”, para “estar siendo”. En ese sentido busco correrme de las heroínas, busco darles imperfecciones a los personajes, que tengan zonas oscuras… Si no están escritos así, trato de nutrirlos de esas cosas. Pero no por un capricho sino para que adquieran un poco más de verdad. Y que esos personajes logren empatía con el espectador, para que el espectador pueda lograr eso maravilloso que da el cine, o el teatro, o los libros, que es sentirse menos solo. 

–Sueño Florianópolis tiene como un aire de improvisación, sobre todo en varias escenas de conjunto. ¿Hubo algo de eso?

–No. En ese aspecto tengo una posición tomada. Hay una instancia que es la de ensayo, donde improvisar te sirve para conocer el personaje, el carácter que estás interpretando. El carácter es de determinada manera en determinada situación. Yo entonces te pongo (o me pongo) en otra situación. ¿Ese carácter cómo reaccionaría? Eso es improvisación para mí. Lo que suele entenderse por improvisación, que es “te mando un texto más natural” o “te meto un texto que no está en el guion”, eso no lo hago. 

–¿Qué es actuar para vos?

–Bueno, para mí es esa búsqueda de verdad que te dije antes, y es también el resultado de un pensamiento.

–¿Pensamiento de quién?

–Del personaje.

–¿Vos decís que actuar es actuar el pensamiento del personaje?

–Sí.

–¿Siempre?

–Siempre.

–¿Pero si el personaje prende un cigarrillo o patea una pelota, o da un beso?

–También.

–Pero hay situaciones donde no hay ni tiempo de pensar…

–Siempre estamos pensando. 

–¿Y esa verdad que te obsesiona cómo la buscás?

–Tomando riesgos, probando cosas. De repente mandás algo, a ver qué pasa. Una lleva consigo un pequeño laboratorio… Si buscás la verdad del personaje, inevitablemente vas a producir conductas imprevisibles, o reacciones que se te escapan a vos misma. Yo como espectadora busco eso en un actor o una actriz.

–¿Quiénes te producen eso?

–Uff… Hay muchas… Bueno, Meryl Streep, obviamente. De las actrices contemporáneas, Amy Adams me encanta. Hay una actriz que no sé cómo se llama, supongo que será sueca, a la que le vi algo increíble. Fue en Con las mejores intenciones, la película de Bille August. En una escena la actriz se ruborizó. ¡Se ruborizó! ¡Tenés que estar muy metida en el personaje para que te pase eso, no es algo corriente! Ahí se produce el efecto de imprevisibilidad del que te hablaba. Me encontré una vez con Bille August, en un festival, y le comenté el efecto que me produjo ese sonrojo. Él lo tenía muy presente, lo había registrado. Una actriz a la que sigo mucho es a Frances McDormand, porque me parece que siempre es genial lo que hace. Me encanta su disponibilidad para la actuación. El poder olvidarse de que tenés una cámara filmándote. Eso es algo difícil. Muy difícil.