Villa Giardino es conocido como el jardín de Punilla por sus paisajes serranos y su aire limpio. En este hermoso paraje cordobés se encuentra la Capilla Nuestra Señora de la Merced, una construcción colonial sencilla del siglo XVIII rodeada de un cementerio que habla.
El terreno que rodea la entrada de la capilla fue, desde la década de 1810 hasta mediados del siglo XX, el sitio donde descansaban los cuerpos de quienes habitaban estas tierras. Los libros registrales de la capilla dan cuenta que funcionó sobre todo como cementerio de indígenas y afroargentinos, aunque también de algunos eurodescendientes.
Las tumbas sin nombre y las cruces de hierro forjado con dibujos cuentan su parte. Un legado cultural africano que se mantuvo en estos valles, a pesar del silencio impuesto por la historia oficial.
Una de las sepulturas más grandes es la de uno de los primeros pobladores eurodescendientes del lugar, de comienzos del siglo XIX. Pero es la presencia negra e indígena la que imprime una densidad particular. No es casual, hacia mediados del siglo XIX, aproximadamente el 60% de la población de Córdoba era afrodescendiente. La presencia se siente vibrar en este espacio sagrado.
La Capilla, con su altar de adobe, su techo a dos aguas y sus muros blanqueados por el sol, guarda también símbolos que dicen más de lo que muestran. Entre ellos, la imagen de la Virgen de la Merced, protectora de los cautivos. Su figura resuena fuerte en un territorio donde los cuerpos esclavizados, indígenas y afrodescendientes, fueron mano de obra, botín, propiedad.
También puede verse una figura de San Nicola di Bari con rostro negro y rasgos del oriente, diferente al santo blanco y barbudo de la iconografía europea. Ese gesto material, una imagen negra en el altar, es tan radical como silencioso.
Hoy, aunque el cementerio ya no recibe entierros y es considerado un museo a cielo abierto, la comunidad de Villa Giardino sigue dejando allí estampitas, placas con nombres y flores. Los pueblos saben que los muertos no se van, caminan con nosotros. En la Capilla Nuestra Señora de la Merced, los descendientes de africanos e indígenas todavía encuentran un lugar donde rendir homenaje a la vida, y tributo y honor a quienes los precedieron. Porque no hay jardín sin raíz, ni sierra sin historia. Y porque aunque los altares se callen, las cruces de hierro siguen hablando.