Estrella avanza sobre un suelo cubierto de mandarinas y el olor dulce del cítrico se cuela entre las butacas. La mujer irrumpe en escena con un vestido de seda rosado y quiebra el silencio contenido con una verborragia imparable. Ella es la nueva criatura creada e interpretada por Juan Pablo Geretto, quien una vez más pone el cuerpo como una ofrenda actoral para sumar otra historia a la colección de personajes femeninos que protagonizaron sus recordados unipersonales Solo como una perra, Como quien oye llover y Yo amo a mi maestra normal.

Con un trabajo de dirección compartido junto con Virginia Martínez, el actor y humorista da vida a una revendedora de cosméticos de pueblo que pasa sus días entre programas televisivos de chimentos y la venta de perfumes. “Yo no había soñado nada para mí, así que vender desodorantes discontinuados ya era un avance”, dispara en medio de un monólogo en el que el humor opera como recurso para suavizar un relato atravesado por el malestar y la insatisfacción.      

Es que lejos de la figura de la mujer moderna empoderada, Estrella siempre acató las decisiones que otros y otras tomaron por ella. “Estrella es una obra impregnada de machismo como ocurre con cada una de nuestras vidas, seas del género que seas”, advierte Geretto quien a través de su dramaturgia intenta que su personaje finalmente encuentre una voz propia. Fue en un pueblo de campo como el que habita Estrella, en Gálvez precisamente, donde el actor descubrió su vocación. “Gálvez está ubicado en la mitad de la zona rica de Santa Fe, y es la Capital Nacional del canto coral y no del chorizo colorado (risas), por lo cual hay ahí una inclinación artística. Cuando era chico había dos o tres grupos de teatro y caí en uno de ellos, como quien va los jueves a jugar fútbol cinco con los amigos, pero a mí me interesaba más esto y por suerte estuvo esa posibilidad, y no como en el pueblo de Estrella, ¡donde no hay un instituto de baile!”, cuenta divertido. 

Sus vidas en la realidad y en la ficción se entrelazan porque todas sus creaciones son fruto de aquellos inicios en el oficio y son inescindibles de sus recuerdos de infancia. “La imagen de la mujer revendedora de Avon, y de ama de casa con el nido vacío, que se encuentra con la realidad de que no estudió nada, era algo que tenía bastante arraigado en mí. Esta es una situación que quizá no se da tanto en Capital Federal, pero que sí se da en el interior, o por lo menos se daba en alguna época. Más allá de que ese sea un trabajo que se hace a través de una empresa piramidal, le da la posibilidad a la mujer de fantasear, de vestirse y salir para ir a la casa de otros para vender y de rever la propia vida a partir de ver la de otras. Todos conocimos a alguien que trabajaba de esto. En mi caso fue la tía de un amigo. Yo estaba mucho en la casa de él, y era genial verla laburar, ver cómo le gustaba hacer eso y cómo se preparaba todo el año para la fiesta de la marca. Pero en el espectáculo esto no es más que una excusa para enhebrar la historia personal de Estrella, porque después la obra se trata de otra cosa”.     

–Precisamente, aunque la puesta provoca la risa casi permanente del público, el relato de esta mujer revela una vida de dolor y desamparo.

–La obra se puede ver en dos partes, o como una unidad. Desde que comienza, ella dice: “Me duele la panza y me clavaría un cuchillo”, y después habla de desmembramientos, muertes, frustraciones, imposibilidades y sueños no cumplidos. Y lo cuenta con el recurso que me dio la vida que es el humor. Pero si se leyera el texto sin ver la actuación con la impronta de ese humor, uno creería que esta obra nunca podría ser una comedia. Estrella está como en un ataque de pánico y habla sin parar. 

–Es como si esquivara el silencio…

–Sí, esquiva el silencio, la soledad y el desamparo. Tira palabras al aire para llenar un espacio y lo que dice importa poco. Nos gustaba hacer este engaño de decir: “¿De qué nos estamos riendo?” El humor siempre hizo eso, en mi vida y en la vida de la gente. Sólo sirve para soportar lo insoportable.

–¿Qué le aporta a su dramaturgia contar historias desde un cuerpo y una voz de mujer? 

–Es una pregunta que he respondido muchas veces y nunca le encuentro la vuelta. No sé qué aporta, pero funciona así. Tengo que decir algo y lo digo desde esa voz. Será porque son las voces de mi infancia que tuve en mi cabeza de niño y adolescente. Yo vivía en un barrio aislado del resto del pueblo, con mujeres que se quedaban en sus casas y hombres que se iban a trabajar, y los chicos estábamos en distintas casas con distintas madres. Yo no sé si tengo tanto conocimiento de la voz de los hombres porque ellos, lamentablemente, callan más. No sé cómo podría hacer esta obra desde lo masculino. No lo sé hacer. No tengo esa voz. De todas formas, en mis obras los hombres están muy valorados y muy presentes y, aunque pueden haber tomado malas decisiones, nunca son malos tipos.          

–¿De qué manera apareció el transformismo en su carrera?

–Aparece, como todo en mi vida, tangencialmente. Apareció primero, como en todos los chicos inquietos, con los tacos de mi madre. Mis padres tuvieron miedo cuando vieron eso, y había poca información de cómo manejarse, pero fueron bastante amorosos. Después, surgió en el grupo de teatro y en respuesta también a una especie de timidez y al hecho de haber estado cubierto por un montón de capas que no eran mi propia piel. Yo sentía que desde ese lugar podía hablar más libremente y sentirme bello. Más tarde, llegué a Rosario y conocí a un tipo que me llevó a conocer a una persona maravillosa que era transformista y me dio un hogar, comida y una profesión. A partir de ahí, laburé con el transformismo en boliches gay, medio antros, donde la gente era siempre la misma y había que cambiar el espectáculo, lo cual me dio un entrenamiento que no me lo hubiera dado otro lugar. 

–Dado que escribe sobre mujeres y se pone en la piel de ellas, ¿qué mirada tiene sobre el movimiento de mujeres?

–Soy un varón de 45 años, rubio, bien alimentado y no tuve ni de cerca la presión a la que está sometida la mujer. Nunca me dijeron: “No te juntes con extraños” o “Cuidate”, sino que todo era festejado. Nunca me consideraron una puta a los 13 años porque tuviera deseo. Entonces que escriba sobre las mujeres o que las interprete nunca me va a acercar a su realidad. Pero estoy aprendiendo a valorar y a ver lo difícil que debe ser nacer mujer. Me parece que ya era hora que las mujeres se juntaran y fueran solidarias entre ustedes, porque no hay otra manera. No las vamos a ayudar los varones. No hay forma. Y lo digo desde mi propio colectivo. Nosotros también nos juntamos y nos organizamos antes que ustedes, pero porque éramos menos, y porque ustedes a lo mejor no entendían lo vulneradas que eran. Generaciones de gays anteriores a mi generación veían mal lo que hicimos nosotros después, con más exposición. Me parece bien que se organicen, que se miren la una a la otra y que sepan de qué están hablando. Los gays vivimos eso desde hace un montón, porque durante mucho tiempo tuvimos que reunirnos en lugares para estar entre nosotros. Siempre me pareció una aberración no poder estar entre todo el mundo. ¿Por qué teníamos que juntarnos para besarnos en un lugar específico y no podíamos hacerlo en todos lados? Es una lucha que se sigue dando. El “Si tocan a una, nos tocan a todas” es un gran mensaje. La idea de la sororidad es súper importante y habría que cuidar que no se banalice. No sé si el feminismo es la respuesta, pero sí es el camino que yo tomaría hoy. 

* Estrella puede verse en El Camarín de las Musas (Mario Bravo 960), los viernes y sábados a las 20 y a las 22.