Pese a contar con dos millones más de votos, Hillary Clinton perdió la elecciones de Estados Unidos. Eso no es novedad, tal vez no lo era incluso antes de conocerse los números definitivos. El “trump-lumpen proletariado” es la denominación más ilustrativa de lo que Donald Trump representa: “un giro a la xenofobia y el racismo, un interlocutor válido para el votante rural blanco que ha sido desplazado, marginalizado, cuyo ingreso ha caído significativamente y que no es objeto ni sujeto de la política desde hace bastante tiempo”, explica el investigador argentino de la Universidad de Maryland, Ernesto Calvo, en esta charla con PáginaI12.

–Usted afirma que los resultados de las últimas elecciones presidenciales en Estados Unidos son una sorpresa en términos cuantitativos, pero no lo son en cuanto a su fundamento. ¿Por qué lo cree así?

–Lo primero que hay que entender es que el voto blanco en Estados Unidos se ha ido racializando a lo largo de estos últimos diez años, por lo cual, lo que ocurrió en esta elección no es el comienzo de este fenómeno sino su corolario. Es la dirección del Partido Republicano, comenzando con la revolución conservadora de 1994 que se aceleró después de la elección de (Barack) Obama y el surgimiento del Tea Party.

–¿Cómo describiría esta “dirección” del Partido Republicano?

–Cerca del 70 por ciento del voto blanco es actualmente republicano. Son valores extraordinarios que se repiten ya en dos elecciones. En la elección intermedia del 2014, sin embargo, podíamos pensar que una tasa de participación más baja también explicaba un voto blanco más republicano. Quizá –creíamos hace dos años–, esa elección no refleja cuán racializado está el voto. Sin embargo, hay pocas dudas ahora que la tasa de participación del voto blanco en el Partido Republicano está creciendo. Por eso digo que la sorpresa de esta elección no es el voto blanco republicano sino la derrota de los demócratas en cuatro Estados clave: Pennsylvania, Michigan, Wisconsin y Ohio. Esto da cuenta de un voto blanco republicano que ahora capturó al votante demócrata de “cuello azul” (blue collar), dando vuelta bastiones que no se perdían desde hacía mucho tiempo. Me refiero al trabajador obrero, tradicional del cinturón de hielo (frostbelt), que fue clave para darle la elección a Donald Trump.

–También el denominado “voto rural” es considerado importante para el triunfo de Trump.

–Sí. En esos Estados, el voto rural (que era ya un voto muy blanco y muy republicano) se volvió, además, un voto entusiasta. No es un voto simplemente “de enojo y de rechazo”, como dijeron algunos medios, sino que es un voto que se entusiasmó con Trump. La tasa de participación del voto rural de Pensilvania, de Michigan, de Winconsin alcanzó un 70% del electorado.

–¿En cuánto se calcula el aumento de la participación de votantes en esos Estados respecto de elecciones anteriores?

–Estuvo quince puntos arriba del promedio nacional y más de 10 puntos por encima del voto de esos Estados en elecciones anteriores. Hay una correlación muy fuerte entre “voto blanco”, “sin educación universitaria” y “voto Trump”. En los Estados del Medio Oeste, donde hay un voto blanco de baja educación y ruralizado, que tiende a votar republicano, lo notable fue el aumento de la participación antes que el cambio de preferencias.

–¿Cuáles son los rasgos más sobresalientes de esta racialización del voto?

–El voto se racializa en dos sentidos. Primero, una mayoría étnica vota en proporciones extraordinarias por uno de los partidos políticos. Por ejemplo, el 70 por ciento del voto blanco opta por Trump. Tradicionalmente, el voto blanco se dividía en partes relativamente similares, 50 por ciento y 50 por ciento. En los últimos quince años, ha ido aumentando significativamente el voto blanco que opta por el Partido Republicano. Hay también un efecto de clase, donde el “voto pobre blanco” se ha vuelto más republicano mientras que el “voto pobre no blanco” se ha vuelto más demócrata.

–El llamado “voto pobre”, ¿también es objeto de este fenómeno de racialización?

–Exacto, además del cambio en la composición del voto, en segundo lugar, vemos también una racialización de los contenidos de la política, los motivos del voto. Los temas raciales, tales como la discusión de si un grupo “merece o no merece” beneficios, pasa a estar en la agenda de un modo mucho más activo. Trump activa la agenda racial y no tan solo el voto blanco.

–¿Qué efectos concretos tiene la puesta en agenda de la preocupación por la “minoría no americana”?

–A partir de la elección de Donald Trump hemos visto aumentos en ataques xenófobos y una activación de grupos neonazis como no se había visto en muchas décadas. La “derecha alternativa” (alt-right) es una forma aggiornada de movimientos que promueven agendas supremacistas blancas. Donald Trump incorpora en la campaña a estos grupos alt-right, que habían sido muy marginales en la política. Algunos miembros del gabinete vienen de estos grupos extremos, como (Steve) Bannon, el ex editor de Breitbart News, un medio blanco ultranacionalista cercano a grupos supremacistas blancos y neonazis. O sea que hay una racialización no solo por cambios en intención de voto, sino también porque se activa y moviliza a un grupo que tiene una agenda segregacionista.

–Además del giro hacia la xenofobia y el racismo, ¿qué otras cuestiones pone de relevancia la figura de Trump?

–Trump representa un giro hacia la xenofobia y el racismo, pero también representa a un votante rural blanco que ha sido desplazado, marginalizado, cuyo ingreso ha caído significativamente y que no es objeto ni sujeto de la política desde hace bastante tiempo. Es un voto blanco, pobre, que escucha un discurso pro-minorías y siente que nadie se ocupa de ellos en la política de Estados Unidos. De ahí el término irónico “Trump-lumpen-proletariado”.

–¿Cómo juega lo que usted define como “cambio demográfico” en la derrota del Partido Demócrata? ¿Es esto lo que determina los resultados o hay que buscar otros elementos que lo expliquen?

–Yo creo que, lamentablemente, las minorías no hicieron su parte. Datos preliminares muestran que el voto latino a favor de los demócratas bajó de un 72% a alrededor de un 65%. Es cierto que hubo tasas de participación mayores que en años anteriores. Así que, si bien bajó un poco, la ventaja hacia los demócratas en ese grupo aumentó también la cantidad total de votos demócratas. El voto afroamericano que apoyó a Obama era cercano al 93 por ciento y se dice que bajó a un 86 por ciento. Al igual que los latinos, son votos que les dan clara ventaja a los demócratas y que no cayeron significativamente. Así que el cambio demográfico sigue en la dirección correcta, aunque no fue tal en esta elección como si lo fue con Obama. Más significativa es la caída del “votante blanco educado”, tanto demócrata como republicano.

–¿En qué se tradujo concretamente esa caída?

  –Hubo una desactivación de ese votante, que también se esperaba que votase por Hillary Clinton. También hubo una caída del “voto blanco educado” republicano, que se oponía a Trump. Entonces, lo que ocurrió es que el contenido de clase alta del voto cayó un poco, aumentó el contenido popular de clase baja, tanto en su forma más racializada –voto blanco pobre y conservador– como entre las minorías. En definitiva, cuando se analiza el voto de estos Estados del Medio Oeste, hay un pequeño declive en la cantidad de votos que obtuvo Hillary respecto de Obama, y ese declive se explica tanto por transferencia del votante de “cuello azul” hacia el candidato republicano, como también por la caída en la tasa de participación de votantes demócratas de altos ingresos que no se sentían identificados con Clinton.

–¿Cómo traduciría el término  “likeable” a la lógica política argentina?

–La traducción más apropiada sería carismática (para el lenguaje político argentino), más que agradable. Pero en el uso “likeable” hay también una puerta abierta a la cuestión del género que fue claramente un tema importante. Cuando uno analiza tan solo el voto demócrata, vemos que la tasa de participación bajó con respecto a Obama y que Hillary no logró entusiasmar a sus votantes. Esto no pone en cuestión la calidad de ella como candidata ni supone endilgarle que no haya logrado conectar a nivel humano. Pocas veces hubo un candidato tan producido. Hillary es una política increíblemente preparada, que conoce la política en detalle. Sin embargo, esa preparación le jugó en contra en las elecciones primarias y en la elección general.

–¿Por qué esa preparación le jugó en contra?

–Porque fue presentada como la prueba más acabada de que era un candidato que salía de las entrañas de Washington, por lo cual era impensable que fuera a cambiar la política de Washington. Y eso resonó muy fuerte entre los votantes, tanto en el votante rural republicano como también en el votante demócrata que se quedó en su casa y decidió no votar. Todo esto requiere un prefacio que permita aclarar que Hillary ganó el voto popular, y lo ganó con un amplio margen, mucho mayor que Obama. Hillary, en este momento, tiene 2 millones de votos más que Trump. Lo que ocurre es que la distribución territorial del voto en Estados Unidos concentra desproporcionadamente a minorías y a un votante blanco más progre en la costa Este-Oeste y dispersa ese voto en todos los Estados del Medio Oeste y del Sur. Trump es un candidato que ganó por poco margen en esos Estados y perdió por mucho margen en California, en Nueva York. Sin embargo, para desgracia de Hillary, en el colegio electoral todo excedente Estatal “se desperdicia”.

–¿En qué sentido “se desperdicia”?

–La delegación completa de un Estado va al ganador, no importa si fue por un voto o por un millón de votos. Hillary ganó con mucho margen en lugares como California o New York, mientras que perdió por pequeños márgenes en Estados clave como Michigan. En total sumó muchos más votos que Trump pero obtuvo menos delegados en el Colegio Electoral.

–En su alusión a la derrota de Hillary frente a Obama, usted alude a que Hillary no fue carismática con Obama y advierte que no tenía a Trump como contrincante. ¿Qué diferencia pretende establecer con ello?

–Cuando Hillary pierde en el 2008, no estaba frente a un candidato misógino, racista, que activaba el voto conservador y populista republicano. Sin embargo, el argumento de por qué perdió en la interna con Obama en 2008 apunta a déficits similares. Nunca logró entusiasmar a sus votantes.

–¿Y cree que ese carisma es el que le jugó a favor a Trump para activar a los sectores que lo votaron en esta elección?

–No. Yo creo que Trump era posiblemente el peor candidato que podían tener los republicanos, sin embargo, ganó y le dio voz a lo peor de su partido. Esa es la tragedia más grande.

–¿Por qué el peor candidato?

–Era un candidato que tenía muchísimos elementos negativos. Sin duda activó un voto blanco rural que estaba desmovilizado, pero en realidad era un candidato con muchos déficits, que abiertamente había mostrado ser un depredador sexual –una cuestión que en Estado Unidos tiene costos políticos altísimos–, que está considerado como alguien muy peligroso incluso por gran parte del establishment republicano, y que desactivó a gran parte de ese votante conservador más tradicional, fiscalista, que apoya un estado mínimo. Sin embargo, ganó una parte del voto en Estados clave del Medio Oeste, lo que le permitió dar vuelta la elección. Pero también hay que acordarse de que hace 10 meses, al comienzo de las primarias, los candidatos republicanos tenían una ventaja sobre los demócratas y se anticipaba que podían ganar la Presidencia. Durante un tiempo, con Trump como candidato, eso estuvo en duda. Trump estaba muy dañado como candidato, por eso la sorpresa. Eso da cuenta de que logró ganar a pesar de sus elementos negativos, no por esos elementos negativos.

–¿Cree que podría haber alguna diferencia en la relación de Estados Unidos con América Latina, entre un gobierno republicano y uno demócrata?

–Esta pregunta se puede responder de dos maneras distintas. Desde el fin de la guerra fría y la democratización de América Latina, para Estados Unidos la región no es ni un problema ni una oportunidad, es una región poco interesante y abandonada políticamente. Con la excepción de México, el resto de América Latina carece de valor estratégico. Así que en este sentido no hay diferencia entre Demócratas y Republicanos. Sin embargo, hace diferencia cuando consideramos el efecto de Estados Unidos en el mundo. Hace diferencia que Estados Unidos esté trabajando a favor de la economía del mundo o en contra de ella. Hace diferencia si busca reducir emisiones y enfrenta la amenaza del calentamiento global. Donald Trump ha elegido como jefe de gabinete de la EPA (Agencia de Protección Ambiental) a Scott Pruitt, un empresario ligado al petróleo que abiertamente ha llevado a juicio a la EPA, considera que el calentamiento global no es real y quiere disolver la EPA. Una Administración agresiva con los Derechos Humanos a nivel nacional e internacional, que es poco cuidadosa con el medio ambiente a nivel nacional e internacional, no es buena para América Latina.

–¿Por qué, puntualmente?

–Porque la inestabilidad económica y una mayor agresividad militar por parte de un gobierno que concentra un 20 por ciento de la economía mundial, va a tener efectos negativos para el mundo y para nuestra región.

–¿Es posible establecer denominadores comunes entre el cambio de signo político-ideológico de los gobiernos de América Latina y el triunfo de Donald Trump?

–Creo que responde a las mismas causas. El investigador Mark Kayser, en un trabajo reciente, se pregunta por qué después de crisis económicas profundas, como la de fines del siglo XIX, la de 1930 y la de 2008, hay un primer movimiento contra los oficialismos –cualquiera fueran estos– y después, un giro a la derecha. Estos giros a la derecha después de crisis profundas son comunes y, al mismo tiempo, sorprendentes.

–¿Qué le sorprende?

–Uno tiende a pensar que frente a crisis económicas se necesita mayor participación del Estado. Lo que muestra Kayser es que el Estado de Bienestar es percibido como un lujo por gran parte de los votantes, un gasto que se hace cuando la economía marcha bien. Cuando la economía anda mal hay un giro a la derecha, como se ha visto en Europa y en Estados Unidos.

  –Menciona a Europa y a Estados Unidos en referencia al giro a la derecha pero no a América Latina. ¿Por qué?

  –América Latina tuvo una trayectoria ligeramente distinta. En la primera década del siglo XXI hubo una tasa de interés baja, un commodity boom y una serie de elementos que hicieron que tuviera una trayectoria distinta a la de Europa. Las economías de América Latina giran a la izquierda durante el boom económico y, cuando se empiezan a debilitar sus economías, hacia 2010/2012, vemos un giro contra los oficialismos y después, hacia la derecha. Si en los años que siguen la tasa de interés sube, lo cual tendrá un costo muy alto por el acceso a capitales por parte de América Latina y, al mismo tiempo, la economía de la región tartamudea como está pasando, es posible que veamos que este giro populista de derecha se acentúe.

–¿Cómo define a los gobiernos populistas de derecha?

–Los pienso a la (Otto von) Bismarck de 1870. Gobiernos que combinan el enaltecimiento de una visión de pueblo histórica de estos países con un liderazgo de clase alta tradicional. Tienen dos cabezas: una base política movimientista –lo que acá se llama el “Trump-lumpen-proletariado”– integrado por un votante blanco desclasado, pauperizado, con expectativas redistributivas y que, sin embargo, es liderado por elites que provienen del capital más concentrado. Cuando uno mira a Estados Unidos ve un gabinete compuesto de billonarios de cuello azul.

  –¿Cómo está compuesto ese gabinete?

  –Es un gabinete que tiene la mayor cantidad de billonarios que ha habido en cualquier gabinete de la historia de Estados Unidos y, en forma paralela, una incidencia de voto de bajo ingreso blanco mucho mayor que la que han tenido gobiernos republicanos anteriores. Así que con gobierno populista de derecha me refiero a esa combinación de liderazgo de sectores de altos ingresos y la movilización de un votante nacional y popular de derecha desclasado.

–En el experimento que han hecho durante la campaña presidencial desde el Observatorio de Redes Sociales de la Universidad de Maryland, ¿notan que las redes reflejan una polarización política ya existente o generan mayor polarización?

–Lo que estamos midiendo es la percepción de la grieta en Estados Unidos. No la grieta como un fenómeno real sino la percepción de esta grieta por los votantes. En el experimento vemos que con una sola exposición a un tuit la percepción de polarización aumenta casi un 10 por ciento, lo cual es significativo. La gente no solo se comunica e intercambia información con sus propias comunidades, sino que cuando uno incrementa la exposición a esta información, los votantes perciben una mayor distancia respecto de la otra comunidad. Lo mismo ocurre con otros medios.

–Por ejemplo, ¿cuáles?

–Leer los diarios también puede inducir polarización.

–¿Eso se da porque los diarios también están polarizados?

–Al igual que en Argentina, los diarios en Estados Unidos están polarizados. Sin embargo, la pregunta no es simplemente si uno lee un medio porque ya acuerda con su posición previa, sino también en qué medida al leerlo nuestra percepción del mundo cambia. Eso es lo que evalúa el experimento. Para poder evaluar el efecto del tuit, lo importante es que no tenga información sobre política pública o sobre preferencias ideológicas. En el tuit que utilizamos, Hillary insultaba a Trump (lo acusaba de poco honesto) y en el otro, Trump insultaba a Hillary (la acusaba de ladrona). Trabajamos sobre una dimensión denominada “performatividad”, donde los votantes evalúan al candidato por temas que no tienen contenido ideológico y medimos después como esto cambia las percepciones ideológicas. Lo que mostramos es que cuando uno incorpora mensajes agresivos, que insultan o atacan a un candidato a nivel personal, cambia también la percepción que tienen los votantes sobre las posiciones ideológicas de los candidatos. En particular, vemos que aumenta la distancia ideológica entre los candidatos, tal y como es percibida por la gente. Por eso decimos que la grieta es un espejismo. Cuando aumenta la “crispación” aumenta la percepción de distancia ideológica aun cuando no hay ningún mensaje sobre políticas públicas.


¿Por qué Ernesto Calvo? Por N. A.

“Aquí seguimos de duelo”

Al día siguiente a las últimas elecciones presidenciales de Estados Unidos, Ernesto Calvo dijo una frase que repitió semanas después: “Aquí seguimos de duelo”. Su deformación profesional y su compromiso con la política no le dejan otra opción que lamentar el retroceso del voto de las minorías frente al entusiasmado voto rural, que cristalizaron el triunfo de Donald Trump. Calvo vivió en México durante su adolescencia, junto a los hijos de otros exiliados políticos de la última dictadura militar argentina. Se graduó en Ciencias Políticas en la Universidad de Buenos Aires y se doctoró en la Universidad de Northwestern, Chicago. Desde el 2010, es profesor en el Departamento de Gobierno y Política de la Universidad de Maryland donde, además, dirige el Observatorio de Redes Sociales. Calvo se especializa en la dinámica de las instituciones electorales y legislativas; en los últimos años, además, se obsesionó con las operaciones de polarización y galvanización políticas en la red social Twitter. Sobre estas temáticas, publicó Anatomía Política de Twitter en Argentina. Tuiteando #Nisman (Editorial Capital Intelectual), Legislative Success in Fragmented Congresses in Argentina: Plurality Cartels, Minority Presidents, and Lawmaking (Cambridge University Press), La Nueva Política de Partidos en la Argentina: Crisis Política, Realineamientos Partidarios y Reforma Electoral (Prometeo) y El Federalismo Electoral Argentino (Universidad de Buenos Aires).