Hay un objetivo claro que se propone el documental La Jerusalem argentina, dirigido por Iván Cherjovsky y Melina Serber: articular un retrato de la ciudad santafecina de Moises Ville, primer asentamiento de los inmigrantes judíos llegados al país durante los últimos años del siglo XIX. Pero un retrato que si bien remite a los orígenes y la cronología de la ciudad, no pretende convertirse en un relato histórico sino pintar un fresco contemporáneo. Quien quiera saber cómo se fundó la ciudad, quiénes fueron los primeros habitantes, la historia de la inmigración judía en la Argentina o una biopic del Barón Hirsch deberán buscar otra película. En esta los directores se dedican a recorrer no la Moises Ville mítica, aquella donde nació la leyenda de los gauchos judíos, sino un pueblo en el que todo eso se reduce a un conjunto de edificios descascarados, a las salas de un museo abarrotadas de objetos y, sobre todo, a la memoria de unos pocos descendientes de aquellos fundadores.

Pueblo rural convertido en pieza fundamental de la historia de la colectividad judía local, Moises Ville es hoy casi una ciudad fantasma. O al menos a esa conclusión se llega al ver las primeras imágenes del documental. De forma un poco caótica, la película va presentando su escenario como quien hace una enumeración: el campo, la sinagoga, la escuela, el club social, las casas. Las calles semivacías en las que sobrevive la arquitectura decimonónica, igual que en casi todos los pueblos de provincia, se extienden como pruebas irrefutables de que el tiempo dejó de pasar por ahí en 1910. Una teoría que la escasa presencia humana, que se reduce a unos cuantos ancianos, parece confirmar. Ellos y los perros, que están por todas partes, parecen los únicos habitantes de Moises Ville. Es cierto que a veces la puesta en escena se vuelve obvia: los ancianos del pueblo no son actores y puestos a interpretarse a sí mismos acaban por poner en evidencia el artificio. No importa: en los esfuerzos poco convincentes de esos viejitos de actuar “como si la cámara no estuviera” comienza a colarse otra realidad.

Porque aquel carácter fantasmal tampoco es del todo real y una mirada más profunda revelará otras capas. Cherjovsky y Serber escarban a Moises Ville con su cámara como quien revuelve un hormiguero. Mientras más se meten, más se agita la vida en las imágenes que van captando. Así se sabrá que en la actualidad los judíos son minoría en su propio pueblo, que en la casa donde antes vivía un paisano ahora se mudó un testigo de Jehová y que los cristianos en todas sus variantes conforman el grueso de la población     actual. Pero lejos del concepto de     invasión, La Jerusalem argentina cuenta una historia de integración, de aceptación de las raíces del pueblo. Es cierto que algo de nostalgia y de tristeza también recorren la película, pero por sobre eso se impone la vital convivencia entre la Torá y la Fiesta del Choripán de la ciudad de Providencia que, junto a otras cosas, van haciendo de Moises Ville un cambalache bien argentino, que los directores presentan con ternura.