Debo haber escrito el primer borrador de este cuento a comienzos de los años 70 del siglo pasado. Con Osvaldo Soriano y otr@s jóvenes compañer@s de diversas revistas de la Editorial Abril –entonces una de las dos más grandes de la Argentina– solíamos terminar cada jornada en bares del Bajo porteño. 

El maestro Carlos Llosa, el fotógrafo Carlos Bosch, Alicia Lobianco, Jorge Capsisky, Nora Lafón, Mauricio Borghi –un chico de Vicente López que en el 74 o 75 fue asesinado por la Triple A– y algunos otros que acaso la memoria traiciona, nos juntábamos alrededor de cafés, ginebras y maníes a intercambiar afectos, chismes y textos, a veces poemas, ficciones a menudo y por supuesto la dura realidad nacional que controlaban dictaduras y matones. 

Nos tocaron el fin del onganiato, las luchas intestinas del militarismo, el ascenso y caída de Lanusse, y la reinstalación democrática de 1973, después trágicamente acabada. En esos años de férreas censuras escribí este cuento.

Una década después lo incluí en mi primer libro de cuentos, Vidas ejemplares, publicado por Ediciones del Norte, de New Hampshire, en 1982. Le mandé un ejemplar a Osvaldo, por correo, a París, donde ya se habían radicado con Catherine. 

Se tradujo a varios idiomas y fue incluido en algunas antologías del género negro. Nunca en Argentina. 

Ahora celebro que sea lectura de Verano/12.