En enero de 2018 jamás habría imaginado este presente. Lesionado en el codo derecho, Novak Djokovic no encontraba soluciones físicas ni deportivas para encarar el gran objetivo de aquel momento: volver a ser el de siempre. Un año después, sin embargo, saborea una de las victorias más importantes y significativas de su carrera.

El serbio, el mejor tenista del circuito desde que recobrara su mejor forma en la última edición de Wimbledon, volvió a responder el llamado de la historia. El Abierto de Australia, ese torneo de inicio de temporada que exige un plus físico por las altas temperaturas y las condiciones de disputa, parece estar creado exactamente a su medida. Su séptimo título en Melbourne, el que deja atrás los seis de Roger Federer y el legendario Roy Emerson, llegó para romper los moldes con una actuación para la posteridad.

Corporizado en modo imbatible, quizá la mejor versión de toda su trayectoria, el jugador de Belgrado aplastó a Rafael Nadal en la definición en el Rod Laver Arena: lo liquidó por 6-3, 6-2 y 6-3, como si hubiera transitado un día más de trabajo en la oficina. Asusta el resultado porque fue nada menos que en una final de Grand Slam y contra un rival del calibre del español. Más asusta, no obstante, por la manera en la que le ganó para levantar un trofeo que había logrado por primera vez en 2008 y que se le negaba desde 2016.

Cuando Djokovic juega así, sólido y decidido durante todo el partido, no importa qué estrategia pueda utilizar el rival. En las semifinales de aquella edición de 2016, Federer desplegó la totalidad de su repertorio y no pudo llevarse más que una derrota estrepitosa. Lo mismo sucedió esta vez. Nadal, el hombre que suele someter a todos sus oponentes con su entereza mental y su tenis pesado, se frustró frente a una situación irreversible. El dominio territorial y cerebral del serbio le quitó el plan de juego y resultó determinante de principio a fin.

A lo mejor Djokovic haya sido para Nadal lo que el propio Nadal significó para Federer. Porque Rafa, que perdió trece de los últimos dieciséis duelos ante el serbio, no consigue ganarle en canchas duras desde la final del Abierto de Estados Unidos de 2013. Y este partido en Australia, probablemente el mayor desempeño de Djokovic en finales de Grand Slam, fue una demostración genuina de que hasta la mente más poderosa de la historia del deporte individual puede ser sometida. Nole le hizo sentir a Rafa lo que Rafa les hace sentir a todos los demás. Y no sólo lo dejó sin récord, ya que el español buscaba ser el primer hombre en la Era Abierta –desde 1968– en ganar al menos dos veces cada Grand Slam –fue campeón en Melbourne 2009–, sino que ahora es él quien puede adueñarse de ese privilegio en Roland Garros, donde triunfó en 2016 y se erige como uno de los grandes candidatos pese al poderío de Rafa en París.

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“Llevaba seis partidos con un perfil de ataque y no estaba listo para encarar un planteo defensivo tan exigente contra Djokovic”, analizó el número dos del planeta luego de la caída sin atenuantes. En otras palabras, llegar a una final de Grand Slam sin haber jugado con rivales del top ten no siempre es una ventaja para los mejores. Y quedó demostrado en la cancha: con una nueva mecánica de saque para cuidar sus rodillas, Nadal tomó la iniciativa en todos sus partidos previos y arrolló a todos sus rivales en sets corridos. Contra Djokovic debió experimentar lo contrario y nunca halló las respuestas necesarias. El serbio apenas cometió nueve errores no forzados en dos horas de partido y totalizó catorce si se suman los escasos cinco que registró en la semifinal frente al francés Lucas Pouille. Una cifra insignificante para dos encuentros definitorios de Grand Slam.

Con su 15° título grande, Djokovic vuelve a prolongar una etapa de supremacía que comenzó en el All England, se extendió hacia fines de año y continúa con vistas al resto de la temporada, en un nivel similar al que exhibió en su explosivo 2011 y también en 2015-2016. En su vitrina de copas de Grand Slam sólo le faltan dos para alcanzar a Nadal y cinco para igualar el récord absoluto de Federer. Atrás, bien atrás, quedaron los catorce de Pete Sampras, una plusmarca que por entonces parecía insuperable pero que terminó pulverizada por tres jugadores en apenas una década y media. Esos tres monstruos, que llevaron al tenis a un nivel estratosférico y construyeron una de las etapas más doradas del deporte mundial, tienen una batalla aparte. Ninguno de ellos juega para ganar partidos sino para provocar golpes en las citas más importantes y agigantar así su propia leyenda. En esa disputa al margen, Djokovic ya les sacó tres victorias de ventaja a ambos en el mano a mano (28-25 ante Nadal y 25-22 contra Federer). Sólo el tiempo dirá si el heptacampeón de Australia es capaz de enterrar todos los números.