“El consejo que le daría a la audiencia es que no lea demasiado los subtítulos”, recomienda el director italiano Alessandro Serra, a punto de estrenar en el FIBA su Macbettu, sobre Macbeth, de Shakespeare, hablada en idioma sardo. Y remata diciendo: “Si no entiende, no se preocupe, siga el ritmo”. Hijo de un padre nacido en Cerdeña, Serra creó la Compañía Teatropersona, con la que viene a presentar esta puesta estrenada en 2017 desde entonces en gira por el mundo. Las funciones tendrán lugar en el Teatro Coliseo (Marcelo T. de Alvear 1125) el miércoles 30 y el jueves 31, a las 21.

“El teatro isabelino es equivalente en algunos aspectos al renacimiento italiano”, considera Serra ante PáginaI12.”En ambos casos, en un momento comprimido de la historia, unos cincuenta años, tanto en Londres como en Florencia se crearon obras de arte sin igual”. Agrega además que las obras de Shakespeare son “el ejemplo más acabado del teatro isabelino, de su naturaleza universal y no elitista”.

Acerca del teatro de Shakespeare, Serra considera que sus obras “hablan del mecanismo profundo y contradictorio de la naturaleza humana, más allá de las clases sociales, la cultura e incluso del lenguaje”. Para el director, Shakespeare logra “construir oraciones de un lirismo absoluto seguido de una prosa que no teme ser escandalosa, cómica o, incluso, vulgar”. Así, Serra afirma que Shakespeare “parte de los impulsos más elementales hasta tocar lo sagrado”. Sus obras son clásicos “porque hablan del presente desde arquetipos universales y siempre están los mecanismos que regulan las relaciones entre los hombres”. Por más, el director cree que “el teatro puede definirse como genial cuando logra hablar con todos, lo que no significa complacer a todos”.

–¿Cómo explica el fenómeno teatral ?

–Para mí el teatro es un encuentro ritual entre los seres humanos, lo que ha cambiado  ciertamente es el lenguaje con el que escribimos en el escenario. Y tal vez, en este sentido, el teatro ha mejorado, porque existe la figura del director que compone el espacio, los objetos, las luces, los cuerpos de los actores, los sonidos. Hasta el punto de que también podemos prescindir de un texto y conectarnos con la naturaleza del teatro: un encuentro entre un actor y un espectador en un espacio ritual.

–¿Su espectáculo propone una versión de Macbeth?

–No es una versión. Nosotros desarmamos a Macbeth pero con amor, lealtad y respeto. Gracias a este amor y respeto por el trabajo, intenté no contar o recitar, sino evocar la imagen que está más allá y detrás del texto. Esto se puede hacer en Shakespeare gracias al idioma. Gracias al hecho de que Shakespeare, siendo actor, se las ha arreglado dentro de sus obras, para mostrarnos las claves de acceso.

–¿Cuáles son los rasgos singulares de su puesta?

–Macbettu está hablada en sardo, el idioma de mi padre, una lengua que tiene un sonido áspero, seco y agudo. Crudo y, a la vez, increíblemente musical. Las voces de los actores y los sonidos que producen en el escenario en contacto con los objetos crean una pequeña obra musical en armonía con el sonido de piedras, que representan la voz y la memoria de la tierra. Las alucinaciones están acompañadas por el sonido líquido de la cal. Es un sonido que devuelve el recuerdo del agua que se fosilizó y se convirtió en piedra. Los sonidos que Pinuccio Sciola ha sacado de las piedras sardas susurran, según quienes los escuchan, el recuerdo milenario de la humanidad.

–¿Qué pasa con los espectadores que no conocen o no recuerdan la historia de traición y ambición de poder que encierra la obra?

–Lo que contamos en Macbettu es una historia antigua y actual, porque existió antes de Shakespeare y continúa existiendo hoy. Los espectadores no tendrán dificultad en reconocerla ni tampoco tendrán dificultad en dejarse transportar por el ritmo del espectáculo y la escritura de la escena. Algunos espectadores leen la trama para seguir mejor la historia, pero yo creo que eso es perjudicial, porque activan las actitudes conceptuales de expectativa y comparación con el aspecto literario de la obra. Así nos arriesgamos a perder lo esencial: compartir un ritual colectivo que nos habla a cada uno de nosotros a través de la canción, la danza y el silencio, mostrando cómo éramos y cómo seguimos siendo.