Hay hitos insoslayables en la mitología trekkie. Ciertos capítulos, desde luego. Cierta interacción con otras inteligencias alienígenas, claro. Y dos series que son básicamente rectoras porque concentran en sí todo el espíritu de la franquicia Star Trek (o “Viaje a las estrellas”). Esas dos son la serie original (la del Capitán Kirk, el señor Spock y compañía) y La nueva generación (la del Capitán Jean-Luc Picard). De un modo u otro, para bien o para mal, todas las otras series y películas de la saga son tributarias de estas. Quizá por eso la segunda temporada de Star Trek: Discovery pone en el centro del conflicto la figura del ultralógico Spock, ese mestizo humano-vulcano de rictus constante que cautivó a la teleaudiencia desde su rol de oficial científico en la U.S.S. Enterprise, allá pasada la mitad de la década del ‘60.

En la iteración actual de la saga, que emite cada jueves la cadena CBS en Estados Unidos y replica Netflix al día siguiente, la protagonista es la hermanastra humana de Spock. Lo era ya en la primera temporada, pero lo que antes no pasaba de ser un elemento secundario –casi legitimador de la oficial Michael Burnham, encarnada por Sonequa Martin-Green– ahora es central. Sucede que la relación entre ambos hermanos está rota y de su acercamiento depende la resolución del conflicto (o misterio) de la temporada: la aparición de siete señales rojas en la galaxia y azarosas intervenciones de “ángeles rojos”. La trama se completa con algunas líneas argumentales secundarias, como la evolución política entre las casas Klingon, las aspiraciones de ascenso de la oficial Tilly (quizás el mejor personaje secundario de Discovery, a cargo de Mary Wiseman), la aparición de un nuevo capitán y las consecuencias que dejó el último conflicto en la tripulación.

Mientras se emitía la primera temporada los fans de la saga protagonizaron encendidas polémicas en torno a las acciones y motivaciones de los personajes, el tono –por momentos lúgubre– de la serie, e incluso sobre los temas que tocaba Discovery. Sobre el último punto no hay mucho para decir, sólo resta enarcar una ceja ante quienes se quejaban de las alusiones políticas o del abordaje de temas sensibles. Incluso experiencias olvidables como Star Trek: Enterprise hacían un estandarte de hablar de aborto, violaciones, derecho internacional, identidad y cuanto se le pueda ocurrir de “polémico” a las almitas sensibles. Metafóricamente, en algunos casos, de modo más directo en otros, pero desde aquello para lo cual siempre sirvió la ciencia ficción que es poner en un Otro lo que sucede, a fin de poder entenderlo y procesarlo.

El tono de la serie, eso sí es cierto, es sensiblemente más oscuro (la estética acompaña) y el drama es un punto más crudo, o al menos más alejado del melodrama. La primera temporada, al cabo, ponía a la nave en un rol estratégico en una guerra a gran escala y ponía a los personajes a lidiar con las peores opciones. En todo caso, es un signo de época que caracteriza a gran parte de las (mal) llamadas “series ñoñas”, que incluyen fantasía, superhéroes o ciencia ficción, géneros habitualmente considerados secundarios o pasatistas. Aquí había oscuridad, inevitables malas decisiones y todo lo ominoso imaginable por delante. Pero –como bien recordaba la protagonista en el cierre de la primera temporada– es justamente en esos momentos aciagos donde el ideario trekkie se prueba. Cuando “hacer lo correcto” no conviene o para triunfar hay que poner en entredicho o contrariar una regla de la Federación.

En este sentido, tanto la primera temporada de Discovery como la que está en curso cumplen plenamente. Con el agradable añadido de que la producción y efectos especiales acompañan muy bien (señal de que sólo con que exista una tecnología no alcanza, también deben estar quienes sepan usarla con buen criterio estético).

Quizás el único problema para esta temporada es que no es muy amigable para quien no está familiarizado con el universo ficcional creado por Gene Roddenberry. Por ejemplo, saber quién es Spock allana mucho el camino para entender las dificultades que tienen por delante los protagonistas. Tener presente la primera temporada es fundamental, pues reaparecen personajes que bien podían creerse dejados de lado al concluir el conflicto. Y son personajes ya definidos, con quienes es muy difícil empatizar o siquiera interesarse por su futuro sin haber atravesado su minuciosa presentación capítulo a capítulo durante 2018. Si la mayoría de las series de Star Trek se caracterizaban por sus capítulos mayormente autoconclusivos (si adolecían o se beneficiaban de ello es otro tema), aquí la línea argumental central es rectora, y es la estrella lejana que guía a la nave y su tripulación. Perderla de vista es dejar a los personajes sin motivación. Si uno puede ver casi todos los capítulos de La nueva generación como paracaidista, eso está fuera de la cuestión en Discovery. No es una mala noticia, tampoco: eso significa que hay 15 capítulos del año pasado y cuatro cortometrajes de este, sin contar las entregas de las últimas semanas, para repasar antes de llegar a velocidad warp.