Mediante una escritura en apariencia ingenua, como pueden parecer ingenuos los cuentos de hadas, Betina González (Buenos Aires, 1972) avanza en una obra misteriosa y fascinante. Personajes con un sentido de la curiosidad bien desarrollado llevan adelante historias en las que el amor actúa como motor de tramas que son, a su modo, trampas. No es casual que en varios relatos de El amor es una catástrofe natural, su nuevo libro de cuentos, las cacerías de animales funcionen como el reverso de una metáfora de vidas cansadas que necesitan estímulos para alcanzar un nuevo estatus. 

En “Cae una estrella”, relato ambientado luego de la crisis argentina de 2001 y protagonizado por una joven desempleada, la narradora cuenta: “Si la gente la pasaba mal, los animales la tenían todavía peor. Eran un triste muestrario de la desesperación humana”. Y en “Lobos y diamantes”, que protagoniza una mujer vencida, la leyenda de una niña que escapó del Holocausto nazi y quedó al cuidado de una pareja de lobos oculta una historia más terrenal, donde la heroína se cobra como puede aquello que el mundo le debe (que no es poco). En otro de los cuentos, un chico puede escuchar las voces de los animales que sufren. Más cerca de Patricia Highsmith y David James Poissant que de Esopo, la escritora argentina recrea las fábulas con humanos y animales.

Cuando no es la curiosidad o el camuflaje de las circunstancias, la condición de extranjeras de las narradoras o testigos de vidas ajenas determina el modo en que llegan las historias. Los cuatro primeros cuentos del libro dejan en claro esa posición excéntrica, definida por la incertidumbre, la sospecha y las hipótesis repentinas. “Tal vez había un plusvalor, un poder singular en el hecho de saberse muy odiada. Tanta energía de otros puesta en una tenía que tener consecuencias importantes”, conjetura la narradora de “La joven sin atributos” mientras intenta conocer la identidad de una vecina de nombre enigmático a la que asiste una monja. El misterio de Leila Ott se resolverá varios cuentos después, en una visita a la infancia del personaje.

Estos atributos de la escritura de González (entre los que se podría agregar el gusto de la autora por las anticipaciones y otros desplazamientos temporales) confluyen en un estilo que combina cierto carácter impasible con el esfuerzo por nombrar estados insólitos. Audo, el niño que protagoniza “En el corazón del bosque”, siente lástima por sus padres, que luego de una aventura de unos días lo observan “como si él fuera un dios o un animal nuevo, no el ser al que solían llamar ‘hijo’”.

Las ficciones de la autora, ganadora del premio Clarín de Novela en 2006 por Arte menor y del Premio Tusquets de Novela en 2012 por Las poseídas, suelen provocar en los lectores un efecto similar al que sienten algunos de los personajes de sus relatos. ¿Qué está pasando y qué quieren realmente los demás de nosotros?

“En muchos casos es el lector el que decide cómo se define el relato –dice la autora a Las12–. Para mí es una búsqueda que empezó con Las poseídas y continuó en mis otros libros, quizá porque las narrativas de género, como el fantástico o el terror, me resultan un poco efectistas y encorsetadas a la hora de escribir. Me gusta tener la libertad de no seguir ciertas reglas. El camino de cualquier escritor es el de lograr escribir cada vez de forma más libre. Lo mismo puedo decir del realismo. Cada texto plantea una relación única con lo real”. Ese trabajo con los límites del realismo en contrapunto con otros géneros literarios produce, como sugiere la escritora, efectos interesantes. “Y también conmueve de otra manera. Al alejarte de lo mimético, lo emocional se revela de otro modo”. De la mano de personajes en tránsito, buscadores solitarios y otros refugiados del mundo en el mundo, un realismo extrañado traspasa las páginas de El amor es una catástrofe natural.

El amor es una catástrofe natural

Betina González

Tusquets

214 páginas