Desde Berlín

Momento de despedidas y cambios en la Berlinale. Después de 18 años al frente del festival, Dieter Kosslick dirigirá a partir de hoy jueves y hasta el domingo 17 la última edición a su cargo, la número 69 de la historia de la muestra, una de las tres más importantes del calendario cinematográfico internacional, junto con las de Cannes y Venecia. No es poco tiempo y Kosslick sin duda se va dejando una profunda huella en el festival. Antes político que cinéfilo, desarrolló iniciativas como el potente Berlinale Co-production Market y el espacio de formación Berlinale Talents, abierto a jóvenes cineastas de todo el mundo y que actualmente tiene subsedes a lo largo de todo el año en ciudades tan distantes entre sí como Beirut, Buenos Aires, Durban, Guadalajara, Rio de Janeiro, Sarajevo y Tokyo. 

De esos semilleros se ha nutrido regularmente un diez por ciento de la programación del festival en sus múltiples secciones, en las que Kosslick se ocupó de fomentar una importante apertura al mundo, que incluyera no sólo al cine de Europa oriental –un clásico en una ciudad con la historia que tiene Berlín– sino también de Asia, Africa y América latina. Fuertes cuestionamientos de distintos sectores del cine alemán –la prensa local en general, algunos cineastas en particular– fueron empujando a Kosslick hacia una salida que no tenía prevista. Pero más allá de su voluntad de perpetuarse en el cargo, no deja de haber cierta injusticia en los ataques que forzaron su dimisión. 

A diferencia de Cannes, que suele privilegiar a sus “abonados” (aquellos mismos directores que vuelven una y otra vez a concursar por la Palma de Oro), y de Venecia, que en los últimos años se ha convertido en una mera plataforma de lanzamiento para el Oscar de Hollywood, la Berlinale en cambio es de los tres festivales el que siempre ha tomado más riesgos en su competencia oficial, incluyendo operas primas de directores latinoamericanos (como Historia del miedo, del argentino Benjamín Naishtat) o films de extrema exigencia de grandes maestros de la radicalidad, como el húngaro Béla Tarr o el filipino Lav Diaz, por poner apenas un par de ejemplos. Esta misma línea se supone es la que profundizará su sucesor, el italiano Carlo Chatrian, de justo prestigio como exconductor del festival de Locarno y que asumirá la responsabilidad de la enorme Berlinale (por lejos el más grande y accesible al público de todos los festivales internacionales) a partir de la edición 2020. 

De hecho, el concurso por el Oso de Oro incluye este año los films más recientes de algunos de los nombres más celebrados por la cinefilia internacional, entre ellos la extraordinaria cineasta alemana Angela Schanelec, autora de Marseille (2004) y Atardecer (2007), entre otros grandes títulos elogiados en Cannes y en la misma Berlinale. Actriz además de directora, Schanelec vuelve este año al festival jugando de local con su décimo largometraje, Estaba en casa, pero, sobre la desaparición de un preadolescente de 13 años, que reaparece silenciosamente unos días después provocando todo tipo de cuestionamientos existenciales en su madre. 

Otro cineasta de peso es el canadiense Denis Coté, un habitué del Bafici, que trabaja alternativamente en los campos del documental o la ficción, con títulos como Vic + Flo ont vu un ours (Premio Alfred Bauer aquí en la Berlinale 2014) y Boris sans Béatrice (2018), también presentado en la competencia por el Oso, a la que ahora regresa con Ghost Town Anthology, con un guión original de su autoría. Como en el film de Schanelec, el silencio también parece jugar aquí un papel esencial, a juzgar por su punto de partida: en un pequeñísimo pueblo de apenas 200 habitantes, un hombre muere en un accidente automovilístico, pero sus habitantes se niegan a hablar de las circunstancias de la tragedia.

También hay mucha expectativa aquí en Berlín por Synonyms, del israelí Nadav Lapid, ganador del Bafici 2013 por su controvertida opera prima Policeman y consagrado luego por La maestra de jardín (2015), que le valió todo tipo de polémicas en su país. Para Lapid, “Israel es un país de derecha con un cine de izquierda. A través del cine se pueden entender los problemas de la sociedad israelí, pero raramente se entiende lo que la gente en verdad piensa. El gran problema de Israel es que hay mucha gente que cree que no hay problemas. El rol de los directores de cine de mi país ha sido mostrarlos”. Quizás porque ya eso no le sea tan fácil, con Sinónimos narra la historia de un joven israelí (¿un alter ego del director?) que se radica en París y trata de construir allí una nueva identidad y adoptar un nuevo idioma, algo que por supuesto no le resulta sencillo, según adelanta el catálogo del festival. 

La austríaca Marie Kreuzer también es un nombre a seguir, con un cuerpo de obra muy sólido y nutrido, a pesar de su juventud. La directora de We Used to Be Cool (2016) propone ahora en competencia El suelo bajo mis pies, una historia de hermanas y secretos familiares que promete ser inquietante. Y ya que estamos, Kreuzer es junto a la ya nombrada Schanelec una de las siete directoras mujeres en concurso en Berlín. Ellas son parte del 41 por ciento que contabilizó el sitio especializado Women and Hollywood, donde se recuerda que el año pasado aquí en Berlín fueron solamente el 21 por ciento y que a pesar de esa desventaja –pero en el apogeo del #MeToo– se llevaron la mayoría de los premios principales, entre ellos el Oso de Oro. 

Otras mujeres cineastas que este año ayudan a equilibrar la balanza de la competencia son la polaca Agnieszka Holland, la española Isabel Coixet, la alemana Nora Fingscheidt, la macedonia Teona Strugar Mitevska y la danesa Lone Scherfig, quien tendrá el honor de abrir esta noche el festival con La bondada de los extraños, protagonizada por Zoe Kazan. Si a este conjunto se le suma el estreno mundial del autorretrato Varda par Agnès, que la “abuela de la nouvelle vague” acaba de completar a los 90 años, se puede asegurar que en su festival de despedida Dieter Kosslick no ahorró esfuerzos para estar a la altura de la paridad de géneros. 

¿Y el cine argentino? Pisa fuerte en la competencia por el Oso de Oro en los Berlinale Shorts. Y no precisamente con directores debutantes y desconocidos. Por un lado, el realizador de Rapado (1991), Silvia Prieto (1998), Los guantes mágicos (2003) y Dos disparos (2014), nada menos que Martín Rejtman, trae ahora a Berlín el corto Shakti, que promete el humor seco y punzante de toda su obra anterior. Por otra parte, el documentalista Manuel Abramovich, que ya se lució aquí en el festival con su largo Soldado (2017), pone a consideración Blue Boy, un corto rodado en un club nocturno gay de Berlín con entrevistas a trabajadores sexuales provenientes de distintas partes del mundo. 

Habrá también otros dos cortos argentinos en la sección Generation, dedicada al cine protagonizado por jóvenes y para jóvenes: Los rugidos que alejan la tormenta, de Santiago Reale, y Mientras las olas, de Delfina Gavaldá y Carmen Rivoira. Por su parte, la sección oficial no competitiva Panorama, donde abunda el cine latinoamericano, con amplio predominio del brasileño, incluye dos largos: Los miembros de la familia, opus dos de Mateo Bendesky, protagonizado por Tomas Wicz y Laila Maltz, y Breve historia del planeta verde, de Santiago Loza, que vuelve a la Berlinale un año después de haber presentado aquí mismo su Malambo, historia de un hombre bueno. Que ese planeta al que alude el título de su nuevo film tenga una conexión con la lejana Tierra del Fuego no hace sino generar aún mayor expectativa por una experiencia que se anticipa por lo menos extraña. 

Finalmente, en la sección Forum, dedicada al cine más radical, contará con la presencia de Fern von Uns (Lejos de nosotras), de Verena Kuri y Laura Bierbrauer, dos directoras alemanas formadas en la Universidad del Cine de Buenos Aires y que construyeron una ficción muy permeada por lo real, la historia de una madre soltera argentina que vuelve a su casa familiar, en una colonia de origen alemán en el interior profundo de la selva de Misiones, donde el pasado y el presente se confunden casi como si fueran uno solo. Y en Forum Expanded, donde lo radical se vuelve lisa y llanamente experimental, participa el corto Parsi, de Eduardo “Teddy” Williams (director del largo El auge del humano), quien ahora trabajó a partir de un poema hipnótico de Mariano Blatt. Cine de poesía para combatir al cine de prosa, como diría Pier Paolo Pasolini.