PáginaI12 En Alemania
Desde Berlín

“¿Habremos perdido la guerra o solamente unas batallas?” La pregunta que se plantea en letras de molde en el comienzo mismo de Nuestras derrotas, el documental del cineasta francés Jean-Gabriel Périot no tiene necesariamente una respuesta cuando concluye, 94 minutos después. Pero a la luz de los acontecimientos que vienen sacudiendo a Francia desde fines del año pasado, con el surgimiento de los llamados “chalecos amarillos”, se diría que este trabajo tan modesto en sus medios como sorpresivamente ambicioso y logrado en sus resultados consigue echar algo de luz sobre aquello que puede cambiar en las bases mismas de una sociedad.

Presentado en el Forum del Cine Joven de la Berlinale, el segundo largometraje de Périot después del extraordinario Una juventud alemana (2015) –también estrenado aquí en Berlín y luego difundido en el Bafici y la Sala Lugones– parte de un taller que el propio Périot realizó con una decena de alumnos secundarios de un colegio de la localidad de Ivry-sur-Seine, al norte de París. Entre mayo y junio del año pasado, cuando se cumplía medio siglo del histórico Mayo del 68, Périot le propuso a esas chicas y muchachos recrear escenas de algunas de las películas emblemáticas de ese momento, desde La chinoise (1967), de Jean-Luc Godard, hasta La salamandra (1971), de Alain Tanner, pasando por documentales emblemáticos como Hasta pronto, espero (1967), de Chris Marker. En principio, se trata de un pequeño experimento: ver qué pasa hoy con esas imágenes y, sobre todo, con esos textos que los alumnos de la Francia multicultural actual deben interpretar. Y que hablan de cambiar el mundo.

A diferencia de Una juventud alemana, que también trabajaba sobre la herencia de Mayo del 68 pero estaba íntegramente construida a partir de imágenes de archivo de las revueltas en Alemania Federal, aquí en Nuestras derrotas no se ve un solo fotograma de los films originales hasta el rodante final de créditos. Lo que aparece en pantalla refiere inequívocamente a esos materiales pero ahora reconstruidos de modo muy básico por los alumnos de Périot, un cineasta que entiende el documental como un modo de conocer el mundo. Y de interrogarse por las maneras de cambiarlo.

¿Qué es la política? ¿Qué son los sindicatos? ¿Para qué sirve una huelga? ¿Están de acuerdo con “la violencia como medio de acción”, como proponían los revolucionarios de La chinoise? Luego de representar sus papeles, esos adolescentes se ven confrontados a esas preguntas, para la mayoría de las cuales casi no tienen respuestas. O son muy imprecisas. O perezosas. O muy banales. Casi hasta la desesperanza, se podría pensar, considerando que la localidad de donde provienen fue históricamente un bastión del Partido Comunista Francés. Sin embargo, hay transparencia, hay honestidad y ocasionalmente breves destellos de belleza, como hubiera dicho Jonas Mekas. Porque unas preguntas disparan otras: sobre el futuro, sobre la vida soñada, sobre la felicidad. 

Cuando parece que el film está por concluir, surge de pronto una coda, una suerte de epílogo, filmado por Périot con los mismos adolescentes unos meses después, en diciembre del año pasado. Las chicas y chicos representan ahora las imágenes de un video que se viralizó en las redes sociales y en las que se veía a jóvenes como ellos humillados por la policía, luego de haber sido detenidos en una manifestación. También ahora hay preguntas por parte del realizador: ¿qué sintieron al ver esas imágenes? ¿Se reconocieron en ellas? ¿Participaron de esas movidas estudiantiles? Y los mismos que unos meses antes les costaba articular una respuesta ahora hablan de solidaridad, de unión, de rebelión, incluso de amor y de belleza, como el poema de Heine que se cita en La salamandra y que esas chicas y chicos ahora dicen comprender: “Sí, será un hermoso día. El sol de la libertad calentará la tierra con más felicidad que toda la aristocracia de las estrellas. Una nueva generación se levantará, engendrada en abrazos elegidos libremente, y ya no en una capa de tareas y bajo el control de los recaudadores de impuestos del clero...”

De luchas y del clero habla, a su vez, muy explícitamente, Grâce à dieu, el nuevo film de otro director francés, el muy prolífico François Ozon, en concurso por el Oso de Oro. Basado en un caso real que todavía hoy está en una instancia de desarrollo judicial, la nueva película del director de Frantz (2016) y El amante doble (2017) –sus dos últimos títulos estrenados en la Argentina– Gracias a Dios sigue los pasos que llevaron al procesamiento de un cura de Lyon, Bernard Preynat, acusado de más de 70 casos de pedofilia. 

Con una estructura inusual, que comienza apenas con un único personaje y luego, casi subrepticiamente, va sumando otros hasta conformar una suerte de film coral, el relato de Ozon se inicia con la toma de conciencia de una de las víctimas (Melvil Poupaud), resuelto a hablar a pesar de los años transcurridos, o quizás debido a ellos. Católico practicante y padre de cinco hijos, este personaje –que se apoya en las declaraciones sobre el tema del Papa Francisco– primero intenta comunicarse con los superiores del pedófilo, pero lo único que va encontrando a su paso son evasivas y dilaciones, una detrás de otra, hasta que se decide por la instancia judicial. Es entonces cuando van apareciendo paulatinamente otras víctimas del predador, que se van sumando a la causa hasta conformar un colectivo denonimado “La palabra liberada”, de gran repercusión en los medios, al punto de que es procesado también el cardenal de Lyon, Philippe Barbarin, acusado todavía hoy de complicidad y encubrimiento.

A un ritmo de una película por año, como mínimo, François Ozon es un cineasta tan prolífico como inasible y desigual. Puede ir de una adaptación de una obra de teatro de Fassbinder (Gotas que caen sobre rocas calientes) a un thriller psicológico (La piscina), pasando por una tragedia misteriosa (Bajo la arena), una comedia frívola deliberadamente kitsch (8 mujeres) o una fábula social con ribetes fantásticos (Ricky). En esta ocasión, y a pesar de las similitudes que Gracias a Dios pueda tener a priori con En primera plana –la ganadora del Oscar 2015, sobre la investigación periodística de un caso similar en Boston, Estados Unidos- el modelo elegido por Ozon no parece tanto el de Hollywood como el de Cinecittá. 

Si hubiera que buscarle una genealogía a Gracias a Dios sería más bien el cine político italiano de los años 70, un poco a la manera del de Francesco Rosi, donde a partir de un caso particular se iba escalando en la denuncia hasta toda una estructura de poder jerárquico, como sucede aquí. A su vez, y de una manera muy distinta a la del film de Jean-Gabriel Périot, Ozon también ha hecho un film en presente absoluto, donde queda claro que las soluciones nunca son individuales sino colectivas y que el aprendizaje se hace en la lucha cotidiana. 

 

Melvil Poupaud en Gracias a Dios, de François Ozon, en concurso.