Con más de 200 películas estrenadas cada año, y aun siendo uno de los más variados en formas, formatos, estilos y abordajes temáticos del mundo, el cine argentino tiene sus predilecciones. Las historias centradas en niños y adolescentes son una de ellas, con Amor urgente o Mi mejor amigo como los mejores ejemplos vistos en los últimos meses. En esta corriente suelen predominar las historias de iniciación, de descubrimientos generalmente relacionados con el amor o los vínculos, que adoptan el punto de vista de sus protagonistas: películas donde los chicos recorren un arco madurativo en consonancia con el avance del relato. Sería muy sencillo encuadrar a El día que resistía en este corpus, en tanto los protagonistas son tres hermanitos de entre 7 y 9 años. Sin embargo, la ópera prima de Alessia Chiesa es un objeto cargado de particularidades que la convierten en una rareza absoluta.

Estrenada en la Berlinale del año pasado y parte de la Competencia Argentina del último Festival de Mar del Plata, El día que resistía es igual de enigmática que su título. ¿A qué, o a quién, resisten esos chicos? Difícil saberlo en los primeros minutos, cuando la cámara observa a prudente distancia al trío –hermana mayor y menor, hermano del medio– jugando a las escondidas en medio de un bosque. Una distancia no sólo prudente sino también carente de cualquier cálculo, en tanto esa cámara parece sorprenderse con los movimientos de los chicos: a ellos persigue como si fuera un jugador más que no debe ser encontrado. El día es diáfano y la alegría, indisimulable. Lo mismo que cuando vuelven a la casa y Fan, la mayor, organiza una fiesta de caramelos que los otros celebran. “Lávense los dientes”, ordena Fan antes de que se vayan a dormir. El panorama es similar al otro día, cuando se levanten y se encuentren igual de solo que antes.

Recién sobre la media hora de metraje uno de ellos pregunta lo mismo que el espectador viene preguntándose hace rato: “¿Y mamá y papá?”. “Ya van a volver”, tranquiliza Fan, a estas alturas ya convertida en lo más parecido a la líder del clan. Durante esta escena afloran los dos lineamientos principales del film. El primero es que se trata de un universo de información escamoteada, entregada a dosis justísimas, donde los adultos no participan. No participan porque no están. Literalmente no están: los padres se fueron y dejaron una carta –que se lee recién en la mitad de la película– notificando de la partida y avisando que pueden contactarlos escribiéndoles a una dirección postal. Esto le sirve a El día... para llevar el punto de vista infantil hasta su extremo, en tanto no se trata de chicos viviendo una experiencia en la que lo adulto es un factor condicionante, sino de chicos viviendo en un mundo de chicos. Difícil recordar otra película donde no haya ni un personaje mayor dando vueltas.

La ausencia de miedo, la aceptación sin cuestionamientos de esa soledad y la soltura a la hora de moverse solos por el lugar son síntomas del segundo lineamiento de Chiesa, que es hacer de esa anomalía algo cotidiano, como si fuera lo más normal que tres sub-10 sean los únicos ocupantes de un caserón en medio de la nada durante días. Pero lentamente las cosas empiezan a enrarecerse, sobre todo cuando cae la noche, ese momento donde la oscuridad es capaz de despertar las fantasías más oscuras. En ese sentido, no es casual que la lectura de cabecera de los chicos sea Hansel y Gretel: igual que el clásico de los hermanos Grimm, aquí la luminosa aventura infantil dará paso a un incipiente terror basado en la deformación de lo rutinario y en un fuera de campo pleno de amenazas, con lo sonidos de la noche usados como elementos de enorme peso dramático. El día que resistía no sería lo que es sin sus tres actorcitos. Los tres están bárbaros y se llaman Mateo Baldasso, Mila Marchisio y Lara Rógora. Esta última se lleva los laureles como esa hermana mayor cuya autoridad coquetea peligrosamente con el autoritarismo, lo que le permite al film de Chiesa explorar la construcción de las dinámicas de poder en el mundo de los bajitos.