Daniel Velasco (foto), alias Vikingo, tiene 39 años y es parte de la cooperativa del Teatro El Mandril, que funciona en el barrio porteño de San Cristóbal. Allí trabaja a tiempo completo como responsable de la cocina del teatro. Después de haber atravesado distintas situaciones habitacionales, y ante la imposibilidad de pagar un alquiler de manera individual, en los últimos años volvió a vivir a la casa familiar, en el barrio de La Boca, con su mamá, su abuelo y su hermano. “Nos ayudamos entre todos cuando a uno le va flojo en el mes”, dice.

Es diseñador y editor de imagen. Hace flyers para bandas de amigos y tiene una banda de rock, Pantera Records, con la que se presentan en “ambientes autogestivos”. Siempre le gustó la cocina y asegura que encontró su verdadera vocación hace cinco años, cuando comenzó a trabajar en El Mandril.

“En mi caso, como trabajo en una cooperativa, mi ingreso depende mucho del trabajo que tengamos cada mes. Si tenemos menos obras o ferias, cobramos menos”, cuenta Daniel. Además, sostiene que como trabajador de la economía informal es muy difícil poder alquilar algo por su cuenta y, mucho más aún, acceder a una vivienda propia. “Son sueños que uno va dejando de lado. Creo que hoy por hoy vivir solo es tener que vivir trabajando para pagar un alquiler de algo que ni siquiera es tuyo y que nunca va a serlo”, dice resignado Daniel. 

En diálogo con PáginaI12, Daniel cuenta que su familia “fue una de las últimas en vivir en los conventillos de madera y lata en Barracas”. A los 18 años se fue a vivir con amigos y desde ese momento tuvo distintas experiencias, siempre compartiendo el hogar, hasta que hace 3 años, y ante la necesidad económica, decidió volver con su familia. Su testimonio da cuenta de un problema estructural que afecta a los vecinos de la Ciudad de Buenos Aires: el déficit habitacional. “Nunca tuve la posibilidad de vivir solo. Desde que me recibí y empecé a trabajar, a los 18 años, nunca tuve la posibilidad de acceder a un trabajo de ocho horas como la ley manda. Porque, supuestamente, si trabajás ocho horas te tiene que alcanzar para vivir dignamente pero hoy en día no te alcanza para nada”, asegura.

“No conozco gente que viva sola o con compañeros que trabajen ocho horas y les alcance con ese sueldo. La gente que conozco que vive sola trabaja 12 o 14 horas por día y vive para pagar un alquiler. Ni siquiera pueden vivir para pagar la cuota de una casa propia y es algo que te desmotiva mucho porque nunca sabes cuándo te aumentan o si vas a poder seguir ahí”, cuenta.

Ante este panorama, “hoy prefiero vivir con mi familia, tener una vida tranquila y un trabajo que me haga feliz”, aunque el deseo de independizarse sigue presente. “Por suerte tengo un trabajo y la ayuda de mi familia, entonces sé que un techo no me va a faltar nunca pero, como todos, uno quiere vivir solo y tener su propio espacio”, dice. Además, “si me voy, complicaría a mi familia porque en este momento el equilibrio económico depende de los cuatro”. Y es que la casa familiar de Daniel se sostiene entre todos y su abuelo, de 80 años, es el principal “salvavidas del hogar”. “Estaríamos mucho más complicados sin él, que como tiene una buena jubilación puede sostenernos. Mi mamá, que también es jubilada, tendría que verse forzada a tomar un trabajo o mi hermano y yo tendríamos que vivir solo para pagar los gastos, que cada vez aumentan más”, agrega. 

Daniel cuenta que su entorno son cada vez más los amigos que están volviendo a la casa familiar o se mudan al conurbano bonaerense, donde los alquileres son más accesibles. Sobre todo entre aquellos que trabajan como monotributistas y, por ende, no se amoldan a lo que el mercado inmobiliario exige para acceder a un alquiler. “En este contexto, la única alternativa por la que volví a creer en un futuro posible es poder trabajar en El Mandril y la posibilidad de comprar el lugar con mis compañeros. Es la única experiencia en mis 39 años de vida que me devuelve algo de dignidad y me promete un futuro creado por mi y mis compañeros”, concluye.