Vamos a la playa no es lectura ligera ni diario de viaje. En todo caso, el relato de una excursión vacacional se convierte en una suerte de ensayo gráfico que incluye la reseña histórica social y económica, cierta etnografía de los pueblos bonaerenses (costeros y no), alguito de biología marina y hasta una aguafuerte sobre las costumbres de los artistas plásticos de vacaciones. Azul Blaseotto propone un registro marcadamente documental, aunque advierte también que el libro tiene algunos pasajes ficcionales –no aclara cuáles–. Si en los diarios de viaje los datos de contexto están para dar carnadura a la historia y dejar bien parado al autor-viajero, aquí sucede al revés: la historia de unas vacaciones en pareja está para justificar la hilación de intereses de la autora y, de paso, bajar línea en torno a distintos asuntos político-económicos como las políticas estatales vinculadas al servicio de trenes, la relación con las fuerzas policiales o los emprendimientos inmobiliarios costeros. Unas vacaciones con sentido crítico.

  El gran mérito de la autora es no dejar jamás que la solemnidad se apropie de sus páginas. Blaseotto conjuga la mirada política de los territorios que visita con el ocio vacacional. Como diciendo “ojo que se puede” al proponer evitar la habitual alienación estival. Así, cuando el relato corre el riesgo de saturarse con un tema –porque en muchos pasajes Blaseotto baja información pura y dura–, la autora sabe cortar el momento. En general, recurre a algún chiste soez que alivia la lectura y permite pasar inmediatamente al tramo siguiente de su trayecto. Así se permite transitar desde la construcción de los ferrocarriles, al ambiente social en la ciudad de Dolores –marcado por la existencia de su penitenciaría–, tomarse un micro a la historia de Villa Gesell y otras ciudades de la costa atlántica bonaerense, playas recorridas en bicicleta, la pesca del día o un encuentro con León Ferrari y otros amigos artistas.

  Un aspecto interesante de Vamos a la playa es que, a diferencia de otros historietistas que vienen de la plástica, la autora no hace de eso la faceta central de la obra. Es decir, mientras otros buscan mostrar cuán buenos plásticos son en la historieta (y olvidan que son dos lenguajes con gramáticas muy distintas), Blaseotto usa el dibujo como medio para contar algo y no para mostrarse. Quizás por eso por momentos incluso prescinde de sus propias tintas y usa fotos o mapas. La construcción gráfica está al servicio de decir cosas y no a la inversa. Incluso en esta elaboración consigue dar unidad a acercamientos muy distintos a los objetos y personajes que retrata. Los personajes pueden ser muy caricaturescos al tiempo que un micro interbalneario hiperrealista y un molusco casi en registro de dibujo científico.

  Como suele suceder con otras historietas de registro documental, Vamos a la playa tambalea un poco cuando de secuencias y dinamismo se trata. Sus pasajes “expositivos”, aunque claros, obligan a detenerse, a mirar y relacionar. En ese punto, más que como una novela gráfica hay que entender al libro como un ensayo gráfico. En todo caso, la mixtura de géneros narrativos corre a la propuesta editada por el sello Tren en movimiento de las categorizaciones habituales. Que siga sucediendo eso en la historieta argentina, donde la crisis empuja a algunos editores a buscar (infructuosamente) fórmulas mágicas que les garanticen al menos un piso de ventas, es una grata señal.