Cuando la editora Mayda Bustamante, responsable de la editorial española Huso, me propuso participar en una antología de cuentos en homenaje a Pessoa, no lo pensé demasiado. Pessoa no es solo uno de los poetas que más admiro, sino uno de los más entrañables. Uno de esos escritores que, al terminar la lectura, me provocan deseos de abrazarlos.

Y fue una noche de enero,  hace un año, caminando por el centro histórico de Colonia –el lugar donde resido buena parte del año– que decidí ambientar el relato allí. Colonia del Sacramento no es solo una ciudad antigua y hermosa junto al Río de la Plata, sino que lleva mucho de Portugal en sus entrañas por el hecho de haber sido colonia portuguesa. No me era difícil imaginar la peculiar figura  de Pessoa caminando a paso lento, bajo la luz de la luna, por esas calles empedradas y silenciosas. El lugar me imponía una atmósfera apropiada para el relato.

Luego tenía que elegir el punto de vista. Quién contaría la historia. Elegí narrarla desde la voz de una mujer mayor, ya enferma, que recuerda una vivencia de juventud. Esa voz tenue y melancólica de la vejez –y que nunca antes había transitado en mis textos–  me permitía pensar una historia vacilante, entre la realidad y el ensueño.

Es una historia imaginaria, y sin embargo –lo pienso ahora–  es curioso cuánto de nuestra vida se filtra en nuestros textos. Hablar de Colonia de Sacramento es también contar mi historia, y no debe ser casual haber elegido encarnar la voz de una mujer grande y enferma por primera vez, ya que la salud de mi madre se deterioró este año en forma abrupta. Por otra parte, en ese mundo paralelo que creamos con nuestras palabras en la escritura, pude realizar un sueño: abrazar a Pessoa.

El cuento forma parte de una antología bilingüe titulada Los cuentos que Pessoa no escribió, recientemente publicada España, por Huso Editorial  y en los próximos días en Portugal.