“Todos sinfónicos, todos los géneros, todos en el Colón”. Con este slogan, el Festival Únicos ofrece, al igual que el año pasado, una carta de conciertos de artistas de variadas procedencias en el teatro más importante del país, que luego se irán replicando en forma gratuita en un escenario montado al aire libre en los Bosques de Palermo. El primer show de la seguidilla fue el de la  mexicana Lila Downs, el martes, en una noche que siguió con sus compatriotas Café Tacvba. Y aunque semejante despliegue --musical y aspiracional-- no sumó demasiado a la particularmente explosiva música de Lila Downs, sino que más bien la opacó por momentos, el encanto y la fuerza vocal de la mexicana, y el entusiasmo de un público incondicional, completaron un encuentro festivo y feliz a pesar de todo. 

Sobre las siete y media, hora fijada para el comienzo del concierto, las filas de gente todavía zigzagueaban alrededor del Colón. Finalmente, el teatro lució lleno en todos sus sectores a excepción de la platea, donde los altos costos hicieron que quedaran varias zonas de butacas vacías. Un público no habitué recorrió entusiasta las instalaciones de “El Gran Coliseo” --pobladas de promotoras para la ocasión--, entre las selfies y la admiración por la belleza del lugar. Fue ese público el que imprimió calor y entusiasmo a la noche, entre cantos, gritos de cariño hacia la artista -respondidos con gentileza desde escena, con el mismo cariño--, algún que otro grito dedicado al presidente (a esta altura, un clásico de toda multitud) y un coro cerrado en un momento del concierto: “Aborto legal, en el hospital”. Una hora y media después, en el bis final, ese público terminó de pie, cantando, bailando y celebrando “La cumbia del mole”, ese contagioso canto de amor a Latinoamérica, sus cocinas, sus mujeres, sus culturas. 

La dinámica del concierto fue alternando canciones vestidas con orquesta sinfónica, con dirección y arreglos de Edgar Ferrer, armada para estos conciertos --aunque la mexicana la presentó como “la Filarmónica de Buenos Aires”--, y otras con una banda también convocada para el espectáculo, con músicos locales. Cuando todo eso dejó de sonar --como en “Cucurrucucú paloma”, solo con guitarra y contrabajo-- aparecieron los tramos más destacados del concierto, con la impresionante capacidad vocal de Downs y su modo de imprimirle a cada tema fuerza y ángel propios.   

“Qué honor tan grande volver a Buenos Aires, y en este recinto sagrado”, saludó la mexicana, ataviada con uno de sus coloridos trajes típicos, y luciendo dos largas trenzas. A su lado, el pie del micrófono también estaba repleto de flores --como suele lucir en sus presentaciones--; de una mesita iba sacando los instrumentos, los tejidos típicos o el sombrero con los que acompañaba cada tema. El concierto comenzó con la muy bailable “Mezcalito”, la orquesta para un lado y la canción para el otro. Y aunque con el correr del concierto orquesta y repertorio fueron ajustándose y encontrándose, la impresión general fue la de una notoria falta de ensayo que opacó la propuesta, más allá de la también notoria capacidad de los músicos. 

De todos modos, Lila Downs fue ganando el concierto con su voz y su fuerza. Como es su costumbre, no olvidó mencionar a los compositores de cada tema, o a las lenguas indígenas en las que ha “tenido el privilegio”, dijo, de cantar. Y así presentó “La martiniana”, del poeta zapoteco Andrés Henestrosa, que dedicó “a las Madres de Plaza de Mayo”, y la “Cumbia maya”, con una graciosa letra que tradujo. Y “Vámonos”, de José Alfredo Jiménez; “Viene la muerte echando rasero”, del poeta campesino Concepción Aguilar, o “Zapata se queda”, otro de sus clásicos y un buen momento del concierto, o la tremenda ranchera “Fallaste corazón”, otra demostración del color y la amplitud del registro vocal de Downs. También su versión de “Clandestino”, de Manu Chao, que viene haciendo en sus conciertos en vivo, y que grabará, anunció, en su próximo disco. “Vale la pena hablar hoy de la inmigración”, expresó.

“La visión indígena de dar y recibir es una lección que he aprendido y valorado mucho a lo largo de estos años de carrera. Cuando había dejado la música por un tiempo, escuché a lo lejos una voz que me marcó para siempre, y que me volvió a la música. Esa voz era la de Mercedes Sosa. Y aunque esta canción es de la gran Violeta Parra, ella fue la que la hizo famosa”, contó antes de hacer su versión de “Gracias a la vida”, despertando un cerrado aplauso ante la mención del nombre de la tucumana. 

Esa festiva conexión mexicana con la muerte volvió a aparecer con “Son de difuntos”; el desgarro amoroso, transformado en el modo de interpretar de la mexicana en declaración de mujer bien plantada, en “Paloma negra”.  Al igual que el concierto, el público también se fue poniendo a punto con el correr de los temas. En un palco se extendió una bandera de México con la inscripción “Ayotzinapa -- 43”, en referencia a los estudiantes normalistas que aun siguen desaparecidos, y que hoy son el mayor símbolo del crimen y la corrupción en México. Downs saludó especialmente a quienes desde allí se hicieron ver como sus compatriotas, sombrero mexicano en alto. También devolvió cada grito de amor con simpatía. “¡Vení a casa que te hago empanadas!”, le gritó alguien cuando hablaba de las cocinas donde “se muele”. “Bueno, pues, ¿dónde es eso?”, devolvió con picardía. El final fue con un largo aplauso para la intérprete, para los músicos y para el director.

* Lila Downs y Café Tacvba se presentarán con entrada gratuita, al aire libre y también en formato sinfónico, en Av. Figueroa Alcorta y Dorrego, este jueves desde las 19.30, en un show en el que también actuará Massacre.