1.

Mengana encuentra a Fulano de vuelta de su trabajo en la clínica, mientras ella espera su turno en la cola del Rapipago. Hace años que no se ven. De hecho, la última vez que se vieron fue el día de su separación definitiva.

Fulano es amable y se conduce con seguridad. Es una versión de él que Mengana no recordaba y que no sabe si prefiere.

Ella está preparada para que él le diga que se casó y que tiene hijos, pero llega su turno en la ventanilla y él abandona el lugar no sin antes decirle que se alegra de encontrarla y que la ve muy bien.

2.

Una vez en casa, ella prende su computadora portátil y el televisor al mismo tiempo.

Se sirve una copa de vino (que en manos de un hombre no sería más que un vaso) y se dispone a pensar en él: ¿qué habrá pasado en la vida de Fulano?

Queda claro que el hecho de no estar juntos le sienta muy bien. Ha modelado su carácter (se muestra más aplomado) y hasta es posible que pague sus propias cuentas. Es una versión de Fulano que ella podría amar.

Todavía más: Mengana entiende que Fulano nunca dejó de gustarle y que en todo este tiempo él ha estado presente en su vida.

3.

¿Qué pudo llevarlo a este giro de carácter?

Cuando estaban juntos, él todavía vivía con sus padres aunque en contraturno: cuando ellos dormían, él se despertaba. También seguía de lejos una carrera universitaria y trabajaba un par de horas al día en una fundación por un sueldo ridículo.

Tenía una extraña pasión por los diarios viejos, lo que significa que amaba las noticias sin importancia. Si la información inútil se vendiera, si pudiera estudiarse, decía Fulano, él sería alguien grande, digno de respeto.

Estas historias son mi guía, solía decir.

4.

Ahora que está frente a su computadora, entra a Facebook e ingresa el nombre de Fulano en el cuadro de búsqueda.

Por supuesto, no es la primera vez que lo hace. En otras oportunidades la búsqueda ha sido vana pero, quién sabe, a lo mejor él ha creado una cuenta desde la última vez. Lo mismo que antes, los resultados son negativos.

Prueba ingresando su nombre en Google pero Fulano es un nombre demasiado frecuente y, aún en su ciudad, la cantidad de Fulanos resulta abrumadora.

Mengana extrae dos hamburguesas del freezer, las deja sobre la bacha y se tira en el sofá.

5.

Antes de dormirse, recuerda sus extrañas conversaciones telefónicas: la línea de Fulano, en el teléfono que había en su habitación, era presa de una interferencia casi permanente y ellos debían esperar largos minutos a que la línea despejara o, si esto tardaba demasiado, gritar hasta hacerse entender. El aparato sufría una manipulación tras otra: cada vez que podía, Fulano lo desconectaba. Cuando salía de casa, los padres lo volvían a conectar. 

6.

Un momento después (una cantidad de tiempo que ella es incapaz de precisar) suena el teléfono.

El televisor trasmite un programa distinto y el hielo se ha descongelado en la bebida. Ha soñado, pero mientras suene el teléfono será imposible recuperar algo del otro mundo.

Es fulano. Le propone que se encuentren esa misma noche en el hotel que solían frecuentar.

Cuándo, pregunta ella y se pone de pie.

Ahora mismo, dice él, la está llamando desde allí.

No sé, dice ella, aunque en realidad está oliendo su propio aliento contra el auricular.

Fulano dice que, en caso de que acceda a hacerlo, la estará esperando en la habitación 7, como siempre.

7.

Una vez en el taxi ella recuerda el sueño.

Las hamburguesas en la bacha se habían puesto de color verde. Pero, ¿cómo podía ser, si hasta hacía un momento estaban congeladas? Ella daba por sentado que los productos, al entrar en el freezer, conservaban la salud del primer día.

Significado del sueño: aunque no parezca, el tiempo pasa. Y te pudre de golpe.

8.

Ahora Fulano hace el amor de un modo distinto.

Es como si volviera de la guerra, en el sentido que no solamente hay deseo sexual, sino también sed y hambre: Fulano come y bebe del cuerpo de Mengana. 

Su cuerpo es pura fibra y no conoce el cansancio. Tiene un conjunto de suturas en el pecho con el mismo grado de cicatrización, cortes que pertenecen a un mismo accidente.

No hay tatuajes.

9.

Unos pocos minutos antes de que el turno termine, él se levanta de la cama, busca su pantalón y se dirige al baño mientras ella sigue sus movimientos desde la cama.

Fulano raspa la pastilla de jabón hasta arrancarle una buena cantidad de espuma –algo para nada sencillo tratándose de un jabón de telo–y la desparrama por su cara. Después extrae una prestobarba del bolsillo del jean.

Ella mira las primeras pasadas del afeite: el de Fulano es un cuerpo que puede brillar.

Después mira en torno a la cama. La de él es toda ropa de marca Richard, la ropa que se compra en el hipermercado.

10.

No hablaron. O se dijeron muy poco antes de entrar en la cama.

Ella no sabe nada de él a excepción de lo que ha visto y, aún así, resulta difícil sacar conclusiones al respecto.

Depende de la llamada de Fulano para volver a verlo. 

Pasan los días.

11.

Pasan los días.

Mengana trata de conservar la calma; después hace lo que puede con lo que tiene: merodea el hotel, se demora en la sección de ropa del hipermercado, rastrea la llamada de aquella noche que arroja como resultado el número de una cabina cercana al hotel.

Finalmente cede a la invitación de Zutano, un pediatra novato que trabaja en la clínica; alguien con lentes bifocales y un constante bigote de transpiración en lugar de bigotes.

12.

Fulano vuelve a llamarla; ha pasado exactamente un mes.

Estoy en la habitación 7, le dice.

No puedo, responde ella algo incómoda y en un susurro.

Voy a estar acá, dice Fulano y cuelga.

13.

Este nuevo encuentro es tan intenso como el anterior aunque, por parte de ella, hay una nota grave, como si pudiera tratarse de la última vez. Esto la enciende.

Al terminar, ella se acerca a la puerta del baño. Esta vez él se está duchando al tiempo que lava su ropa interior con el agua de la regadera.

Ella pregunta si van a volverse a ver y él responde que sí, en unos días.

¿En un mes?, pregunta Mengana y él se queda mirando.

¿Pasó un mes?, suelta él.

Ella necesita precisiones: quiere su número de teléfono, su mail, alguna manera de contactarlo de modo de decidir ella también cuándo verse. Así es como suele hacerse, ¿no?

El no tiene teléfono, no tiene mail; pero le asegura que volverá a llamar: puede contar con eso. No va a decirle una cosa por otra.

14.

Fulano parece percibir que ella no le cree una palabra, que no es posible que él no tenga teléfono o correo electrónico, alguna manera de ser ubicado.

Entonces, como si esto que contará tuviera algo que ver con ellos, empieza con el relato de una historia de la cual, dice, guarda el recorte.

Es la historia de un anciano rico de origen canadiense que todos los días cambiaba su testamento. Cada noche redactaba un borrador nuevo y cada mañana llamaba a su abogado para modificar su voluntad del día anterior. Pero no lo hacía por desconfianza, como sería dado suponer, todo lo contrario: lo hacía por amor.

Por su posición económica y la cantidad de años que llevaba en este mundo, era un hombre de una vida social muy intensa y, por cada visita que llegaba a cenar, había un nuevo beneficiario. 

Cuando, después de un tiempo, la larga lista de amigos llegó a su fin, el testamento empezó a cambiar sus modos: después de una gala, decidía legar su fortuna al ballet de Quebec; después de un paseo por la promenade, a la pista de hielo del lago Bienville.

Después los testamentos tomaron un rumbo extraño: un día la fortuna iba dirigida a un atardecer de abril, otro a las aves migratorias, otro a la manera en que la lluvia cae en la montaña.

¿Y quién recibió el dinero?, preguntó Mengana.

Sus hijos, dijo él.

Entonces ella le creyó.

Creyó hasta la última palabra.

15.

Ante el nuevo silencio de Fulano, la relación con Zutano se estrecha. 

Zutano tiene todo un kit de limpieza personal en casa de ella: cepillo de dientes, peine fino y shampoo contra la caspa. ¿Cómo ha ocurrido? Es imposible saberlo.

A esta altura ella debe admitir su tendencia a dejarse hacer por los hombres hasta que ya es demasiado tarde. Capaz debiera obedecer a sus primeros impulsos, como cuando pensó, la última vez, en seguir a Fulano a la salida del hotel para saber dónde vive.

 

16.

Pero se entera.

Una noche de calor, después de comprar la cena en el supermercado, se acerca a un auto estacionado en las dársenas del viejo molino.

Se trata de un R18 azul con revoques de masilla sin pintar y un par de pies que salen por la ventanilla trasera. Cuando se acerca a una distancia tal que podría sentir su olor, se encuentra con que las zapatillas de lona son de marca Richard.

Colgando del retrovisor hay una foto de una familia corta, padres y un hijo, y en la luneta, una pila de diarios de distintos años, lo que se puede apreciar por el color de las hojas y la salud de las páginas en las esquinas.

Cuando corre su sombra del asiento de atrás, Fulano la está mirando.

17.

Aunque acepta subir a su auto, no aceptará volver a la habitación 7, eso está decidido.

Incluso más: si está en el asiento del acompañante, con los pies encogidos a causa de una almohada sin funda, toda goma espuma, es porque está decidida a pedirle que no vuelva a llamar: ella está ahora en una relación seria.

Con todo, no es a la habitación 7 adonde se dirige Fulano. Conduce hacia el norte, en dirección opuesta al hotel, y se detiene en el espigón.

Es una noche oscura, lo que parece no condecirse con el calor: a fin de cuentas, una cosa y la otra no tienen nada que ver. La luz viene desde el paseo y apenas supera el radio inmediato de las lámparas de sodio, llegando poco más allá de la bajada a la playa.

Hay una pareja con una canasta de un lado y tres chicos que se pasan un porro del otro, ambos grupos a la distancia de una cancha profesional de básquet.

Fulano se ha metido en el río, no sin antes invitarla. Ella lo ha rechazado con un gesto de incredulidad. ¿Quién sería capaz de semejante locura? Ella no: el río no empieza en la arena sino en un pajonal.

Él nada cerca de la orilla pero a veces se pierde en el interior, donde las aguas se hacen negras.

18.

Entonces, con la ciudad donde se desplegó su vida a sus espaldas y el río oscuro por delante, ella recuerda uno de los cuentos de Fulano, la historia del hombre al que su barba le salvó la vida.

Una araña se había desprendido de alguna parte de su choza y, una vez en terreno firme, percibió la amenaza en la respiración irregular del hombre. El hombre había atravesado un período de angustia, y la barba, que atajó el veneno, era el resultado más visible de aquella época. En principio, dijo el hombre, creció por crecer. Ahora es mi barba por elección y respondo por ella.

La historia de la barba iba acompañada por otra, la del hombre que descubrió su vocación como leñador. No vivía al pie del bosque, como se podría imaginar, pero había decidido irse lejos de su lugar de origen. Al principio, adonde estaban, eran él, su casa y un árbol. Poco después, durante una tormenta, el árbol se vino abajo. Al cabo de unos días de ver cómo se secaba su follaje, tomó su hacha para una sola mano, cortó madera y quemó una pila por día durante cuatro meses. El acto de cortar leña y el acto de verla arder eran uno.

Así quiero llegar a merecer mi vocación y mi barba, dijo Fulano.

Por el camino del azar y en la más completa soledad.

19.

Cuando Fulano salga del agua, ella no estará allí.

Ha decidido llevar las cosas con Zutano tan lejos como sea posible: convivir, casarse, tener hijos. Lo haría esta misma noche, si fuera posible. Las dificultades, por supuesto, serán parte de la relación, momentos en los cuales querrá dejar todo atrás. Conoce el proceso: superado el punto alto de la crisis, y ya ingresando al momento de autocompasión, recordará viejos amoríos. ¿Cómo hubiera sido la vida junto a Fulano?, se preguntará entonces. Intensa, se responderá; mejor, en definitiva. En este punto maldecirá su vida. O correrá a buscar un nuevo amante, como cualquiera en su situación.