La casa en la que se crió, en el barrio conurbano Carlos Gardel, fue la primera que tuvo televisión por cable en manzanas a la redonda. Las operadoras no entraban a la villa porque la consideraban zona peligrosa, aunque sí lo hacían en El Palomar, a pocas cuadras. Un día, César vio a unos operarios trabajando cerca e identificó una boca de distribución. Volvió de madrugada con un vecino y una escalera y, de golpe, su hogar se convirtió en una especie de cine íntimo pero intenso. A los 10 años descubrió la justicia poética: “Mi mamá miraba muchas películas todos los días y nos hacía verlas con ella”. Hoy, después de estrenar Atenas en el cine Gaumont y a dos semanas de cumplir los 30, descubre que en esa colgada de cable estuvo el origen de lo que, entre otras cosas, es hoy: un realizador audiovisual independiente y prolífico (lleva más de diez obras entre cortos, largos y documentales), pero también creativo y multitarea, ya que guiona, dirige, edita, a veces filma, siempre actúa y encima aporta algo de la música con guitarra, teclados o percusión.

“Siempre me dediqué a investigar mucho mirando y formándome desde lo técnico. También aprendí a tocar algunos instrumentos para saber qué pedirle a un músico en una escena. Leo, pruebo, hago. Esa autonomía es la que me permitió ser cineasta: ahorré pasos y tiempo. Si no, recién ahora estaría sacando mi primera película. Además sé muy bien que por ser un pibe de la villa me miran con otra lupa, así que me aprendí hasta lo que no tenía que usar”, asegura César González, encarando en velocidad una carrera cinematográfica que complementó a la literaria, esa por la cual muchos lo conocieron inicialmente a partir de sus libros de poesía, firmados con un antiguo seudónimo, Camilo Blajaquis.

Atenas es una ficción testimonial en la que César González sigue explorando el universo villero a través de un elenco autóctono, aunque con una historia novedosa: las protagonistas principales son mujeres que les dan una interesante profundidad de clase a las problemáticas de género que hoy se ponen sobre la mesa. Perséfone Valdéz (Débora González) tiene 20 años y pasó los últimos cuatro y medio en el penal de Ezeiza, aunque afuera no encuentra la libertad –condicional– que el sistema le concede: sus papás están muertos, ningún amigo del barrio Puerta de Hierro la aloja y, como no tiene experiencia ni secundario completo, queda librada a una búsqueda laboral perversa que permite ver como operan los núcleos territoriales de la trata de personas. En ese escenario adverso aparece Juana (Nazarena Moreno) como única persona interesada en ella, generando en esa sororidad que se encuentra y desencuentra un movimiento de átomos que activa las historias paralelas con las que se compone la trama narrativa, sobre la descompuesta trama social y estatal.

Lo curioso es que Atenas se filmó en 2014. “La hice antes de la primera gran marcha del Ni Una Menos y ni siquiera conocía el término ‘sororidad’: tampoco quiero representar algo que no me pertenece ni ser demagogo”, se sincera César. Y explica: “Muchas compañeras que vieron mis primeras películas me decían que estaban buenísimas pero que les gustaría que hubiese más pibas. Ellas me convencieron y me ayudaron. Sobre todo mi mamá, que estuvo presa”. Nazarena Moreno actuó en varias de las películas de su hijo y en Atenas adquiere un protagónico interesante en el rol de Juana. “Laburar con mi vieja es bravo porque tiene mucho carácter, pero a la hora de filmar no la veo como mi mamá sino como la gran actriz que es”, dice César, sonriendo.

Atenas muestra que una mujer villera, cuando sale de la cárcel, se expone a una gama muy amplia de adversidades, lo cual propicia que caiga en ciertos lugares de mucha violencia. Como las falsas entrevistas de trabajo en las que se aprovechan de su necesidad”, cuenta César acerca de una elección que no procuró totalizar sino más bien fungir de botón de muestra. “Fue, en cierta forma, una manera de citar casos que padecen muchas mujeres, como Araceli Fulles, que vivía cerca de donde vivo yo y un día fue a buscar trabajo pero un mes después apareció muerta. Aunque también hay otros tantos invisibilizados de manera obscena, como en las villas del sur de Capital. Son muchos los relatos de pibas desaparecidas y coercionadas a ejercer la prostitución desde muy chiquitas.”

El elenco de Atenas está compuesto por un plantel que César fue construyendo en el barrio para sus películas. “Hubo mucho ensayo, talleres y mirar películas o fragmentos de obras de teatro. Para saber qué hacer. Y qué no”, describe el realizador. “También funcionó probar y repetir. Que se acostumbren a ese ejercicio de memorizar textos y tener una disciplina. Y convencerlos de que, más allá de lo artístico, hay algo político: vamos a mostrarnos pero de una forma profunda y de calidad. Y eso no lo conseguís con guita sino con las emociones que lográs transmitir.”

Entre los actores también está Patricio Montesano, el profesor que lo inspiró con una multitud de libros en el Instituto de Menores Manuel Belgrano, un lugar que ni siquiera aparece en Google. Se luce en una escena muy potente sobre una plaza del conurbano, donde termina un recitado de poesía quemando algo que parece una biblia. “Seguimos siendo amigos hasta hoy. Hermanos. Siempre da una mano en las películas. Entre los libros que me daba cuando estaba preso, había mucho de cine, porque a él le gusta. Y hablábamos mucho sobre la potencia audiovisual para contar las cosas, y también de las representaciones que ‘la pantalla’ hacía sobre determinadas problemáticas sociales.”

Atenas tiene doble función diaria en el Gaumont (a las 17.15 y a las 21.15) y también en el Cine Italia de Formosa, pero es una película que rechazó el Bafici y a la que el INCAA impuso numerosos obstáculos antes de darle el apoyo que terminó consiguiendo gracias a gestiones de la productora Pensar con las Manos, con la cuál González se alió para superar bretes burocráticos delirantes: “Impugnan, por ejemplo, a la gente que no tiene documento. Es insólito que en el cine más independiente, donde se supone que el Estado está más presente que nunca, pase esto. Las leyes nunca contemplaron que podría llegar a hacer cine gente a la que ese sistema ni siquiera le da un DNI. O lo pierden y no lo pueden volver a hacer, entonces andan así por la vida, más aún con un gobierno como éste.”

En simultáneo, César también muestra su otra película reciente, Lluvia de jaulas, aunque de manera esporádica y en centros culturales. Además trabaja en Antorchas, que ya está filmada y no se centra en la villa. Y prepara dos libros: su cuarto poemario (el último lo publicó en 2015) y un estreno ensayístico junto a la editorial de la revista Sudestada, donde participa. “Ojalá salga todo este año, aunque tampoco quiero aburrir”, dice César, como disculpándose. “Lo hago porque, para mí, crear es resistir a la muerte. Nada de eso me mueve el amperímetro económico. Ni siquiera tengo trabajo fijo. A gatas llego a sobrevivir. Pero no reniego, porque es lo que me permite ser libre. A pesar de que la libertad sea una construcción de sentido que Atenas cuestiona: para algunas personas, salir es más difícil que entrar.”