Pocos actores pueden ufanarse de una trayectoria tan amplia como para haber interpretado a un ángel y a lo más parecido al diablo que pisó la Tierra. Tal es el caso de Bruno Ganz, una de las figuras más importantes del cine europeo de los últimos cincuenta años, quien falleció este sábado en Zurich, a los 77 años, a raíz de un cáncer intestinal. Retirado de los sets y las tablas desde el año pasado, cuando anunció públicamente su enfermedad, el suizo supo ponerse bajo el mando de directores tan diversos como Werner Herzog, Eric Rohmer, Ridley Scott, Francis Ford Coppola y Win Wenders. Este realizador alemán lo convirtió en uno de sus actores fetiche y le abrió las puertas para obtener un merecido reconocimiento con Las alas del deseo (1987), donde interpretó a un ángel cuya responsabilidad es cuidar de las personas y desea ser humano al enamorarse de una mujer a su cargo. Pero fue gracias a su polémico Adolf Hitler en La caída (2004), de Oliver Hirschbiegel, que se hizo mundialmente famoso. “Soy un actor que trata de identificarse con la persona que interpreta. Eso significa que quise entender quién fue Hitler”, aseguró a Página/12 durante su visita al Festival de Mar del Plata de 2010.

Uno de los rostros más importantes del Nuevo Cine Alemán, Ganz era hijo de un mecánico suizo y de una ama de casa italiana. Tenía 16 años cuando un amigo que trabajaba como técnico de iluminación en un teatro lo invitó a ver el detrás de escena de una obra, una experiencia que fue el germen de su carrera: noche tras noche se acercaba hasta allí para aprender las técnicas de los actores que veía en escena. Mudado a Alemania en 1962, alternó papeles en series televisivas y películas menores, al tiempo que sus protagónicos en adaptaciones de autores clásicos le edificaban una prestigiosa reputación en el ámbito teatral que alcanzó su punto máximo en 1973, cuando la revista especializada Theater Heute lo catalogó como el actor más destacado del año.

Su carrera cinematográfica se mantenía discontinua y sin demasiados trabajos destacables, hasta que Eric Rohmer lo convocó en 1975 para el papel de Der Graf en la adaptación del cuento La marquesa de O. De ahí en más no paró. En el lustro posterior filmó el Nosferatu de Werner Herzog, El amigo americano de Wim Wenders, Círculo de engaños de Volker Schlöndorff y En la ciudad blanca de Alain Tanner. En 1987 se puso nuevamente al servicio de Wenders para uno de sus personajes más recordados: el ángel Damiel en Las alas del deseo, película que Ganz definió ante este diario como “muy poética y casi un documental, porque representa a una Berlín que ya no existe más”.

Pero el suizo será recordado sobre todo por su trabajo en La caída. Para interpretar a Adolf Hitler acuartelado en su bunker durante los últimos días de la Segunda Guerra Mundial, cuando el avance soviético era imparable, estudió el acento de la provincia austríaca donde nació y se internó en un centro de enfermos de Parkinson para estudiar sus movimientos. El resultado fue una actuación que le valió partes iguales de elogios y críticas –-entre ellas la de su amigo Wenders-- por la carnadura humana de un hombre que poco tenía de tal, además de un sinfín de memes y videos alusivos (basta con tipear “Hitler se entera de...” en Youtube para comprobarlo).

En parte entendí a la persona”, reconoció durante su visita a Mar del Plata, y explicó: “Lo que no llegué a entender, ni encontré respuestas en la bibliografía que consulté, es de dónde salía toda esa energía que tenía y ponía en juego en sus discursos. Él tenía una capacidad enorme para llamar la atención del pueblo alemán, se produjo como una ósmosis con la gente. Pude entender la ambivalencia con la que trataba a los generales, pero no comprendí la falta total de empatía. Tengo tendencia a reprocesar los personajes una vez terminada la filmación. Los recapacito, los pienso de nuevo, y reconozco que ningún personaje me ha llevado tanto tiempo de digerir y de procesar como éste”.

Uno de sus últimos trabajos fue El vendedor de tabaco, en la que le dio vida a Sigmund Freud durante su vejez. Vista en Alemania a fines del año pasado y con estreno anunciado en varios países para los próximos meses, la película no es el único legado que deja Ganz. También queda el Anillo de Iffland, que por tradición usa de forma vitalicia quien es considerado el mejor actor alemán. Un anillo que desde este sábado busca nuevo dueño.