Se podría decir, ahora que las películas con protagonistas trans están dejando de ser eventos excepcionales, que hubo una primera etapa caracterizada entre otras cosas por cumplir, a conciencia o no, con un ritual narrativo: en algún momento la chica tiene que volver a su casa natal, enfrentarse por segunda vez con un mundo hostil que pone en evidencia lo sufrido en la infancia. Como si desde la mirada externa (¿cis?) se impusiera la  necesidad de narrar las vidas trans dando cuenta del desastre de origen, regodeo con el punto de partida. En el periodismo, se produce un recorte similar. A medida que lentamente la existencia trans deja de ser objeto de crónica policial, la narrativa se concentra en el hito de: “la primera trans diputada/maestra/madre”, otra forma del confinamiento vía clisé.

Por todo esto, asombra y encanta que cuando alrededor del minuto 10, en Breve historia del planeta verde suena el teléfono de la casa de Tania (una despampanante y tierna chica trans, actriz de cabaret, interpretada por Romina Escobar) para avisarle que su abuelita ha muerto y entonces ella, acompañada por sus dos amigos freaks –una chica que sufre de amor y un chico tímido– emprende el camino de regreso, la película de Santiago Loza demuestra que ha decidido pegar un volantazo y alejarse a kilómetros de fantasía de aquella narrativas trans obligatoria. Tania y sus amigos vuelven al pueblo de origen de los 3, pero nada de lo previsible pasará. La película avanza como un largo poema sin palabras por la banquina del realismo, ingresa a los sueños de infancia sin ton ni son y desbarranca con libertad por la imaginación más cursi y más entrañable citando como el mismo Loza describe “películas que a la cinefilia más dura les pueden resultar menores, desde Laberinto a ET, pasando por Cielo Líquido, una película punk psicodélica de los 80 a Armando Bo y Roger Waters, con otro cine más introspectivo, por llamarlo de alguna manera”. En la primera escena los personajes se están despertando, están dejando un sueño que muy probablemente no abandonen del todo. Luego del sensual amanecer de estos tres solitarios que conforman un cuerpo triáangular y queer llamado amistad, empieza el road movie peatonal hacia el delirio. Resulta que la última voluntad de la abuela es que su nieta lleve de regreso a su hogar al alienígena con el que la anciana ha estado viviendo los últimos años. Describir a ese extraterrestre y las reacciones que provoca y sobre todo la sorpresa que jamás causa en la pequeña comunidad del trío, es espoliar. El guión, cuenta Loza, partió de de las ganas de dialogar con un cine pop que consumía en la niñez. Las telenovelas, las horas kilométricas de tele consumida en las tardes de una casa cordobesa a la hora de la siesta. Si esta estética funcionó entonces como vìa de escape, ahora también funciona como puerta de salida de lo previsible. 

Breve historia del planeta verde es una pequeña fantasía sobre la amistad entre outsiders. Una road movie a pie de personajes que fueron ofendidos, lastimados y van encontrando la fuerza en esa unión. “Lo que digo puede que suene naif, pero necesitaba hacer una película sobre la amistad y su poder de salvación en tiempos tenebrosos.”

¿Como hiciste el casting? Los tres protagonistas son especiales, todos tienen una rareza muy encantadora y solapada.

Conocía a los tres y escribí para ellos el guión. Paula es una actriz que admiro mucho y generalmente está vinculada al humor. Luis viene más de la danza y del teatro. A Romina la conocía de pequeñas apariciones que había visto en películas y me habló de ella Rubén Marone, mi terapeuta de aquel momento que trabajaba en NEXO. Cuando me junté con ella tuve la certeza de que era. Tomé algunos elementos de las personalidades de los tres. Romina trabajó en KM 0 la disco que aparece al principio. Traían sus vestuarios muchas veces, sus objetos están en la película. El resto es pura ficción.

El acto de dormir está muy presente en diálogos e imágenes. ¿Habrá sido todo un sueño tuyo?

Es así porque la película podría ser vista en ese estado de duermevela. Donde no se está despierto del todo ni dormido. Y las sensaciones están distorsionadas y aparecen imagen remotas de la memoria. Y en ese tránsito hacia el sueño profundo ya nada malo puede ocurrir. La película también es una evocación, tal vez el recuerdo de alguien desde un futuro. 

¿Cómo construyeron el personaje del extraterrestre, mitad de camino entre el chasco y el recuerdo de infancia? 

Es la imagen arquetípica del alien. Algo del alien caricatura.  Es un alien queer, pobre, sudaca, de bajo presupuesto. ¡Pero con glamour y fluorescencias!

Hubo un diseñador y realizador que construyó la criatura, a la vieja usanza, con efectos robóticos físicos que luego fueron mejorados digitalmente. Pero era un camino, el de los FX que no conocíamos. La productora Constanza Sanz Palacio tomó ese riesgo, también el de trasladar todo un equipo a Tierra del Fuego, donde transcurre gran parte del película. Edu Crespo hizo la fotografía y esa cámara termina siendo un personaje más. El paisaje fueguino, la convivencia de un equipo chico pero glorioso, que confiaban en una película imposible, toda esa fe se filtró en la película.

Llegando al final podría leerse una asociación algo peligrosa entre extraterrestre y transexualidad sobre todo por la conexión simbiótica que presentan Tania y monstruito… ¿Cómo ves eso?

No creo que haya una asociación peligrosa. Se que es una película que camina por el borde, del humor, del ridículo, de lo cursi, de lo descaradamente emocional, de los guiños a diversos géneros narrativos e imaginarios. Yo siento que es una película vital, que tiene irreverencia pero también una profunda melancolía. Y ahí no puedo evitarlo. Es como percibo las cosas.

¿Te sentís un poco marciano?

Para mí el mundo no es un lugar favorable. La película tiene ese elemento fantástico que tiñe todo el relato, también códigos de melodrama, de cine fantástico. Los personajes fueron maltratado y la salida es parte del sistema poético que va armando la película. Aparece la amenaza de la muerte, del acoso, están ahí pero no es lo que marca la película. Lo extraterrestre está ligado a los tres personajes de la película. También es mi sentir, yo también  me siento  alienígena. No encajo en ningún lugar, escribo, hago cine, pero nunca me sentí parte del medio, ni muy profesional, ni nada de lo que, se supone, traen los años. Y en ese sentido creo que la película es trans, lo alienígena no sólo está vinculado a ese personaje. Es trans porque va mutando, porque es un largo tránsito, un devenir. Y se hizo con un esfuerzo enorme y creo que tiene una gran ternura.

Hay algo del Principito en el final… Una sabiduría incomprendida que regresa a su planeta…

Los tres protagonistas fueron hostigados en un pasado. Hay ecos de los ochenta. Ahora hay una palabra par definir eso, el bullying, pero antes no. Y las secuelas están en “todes” los que padecen o padecieron. En mi caso me han quedado, entre otras marcas, una timidez que no puedo sacudirme del todo. Y desde ese lugar de extrañeza es donde narro. Intento una suerte de justicia poética para los personajes y para mí. No creo en la muerte como salida, pero sí en la fantasía y en poder imaginar y en la libertad que me otorga la ficción. Y creo en la belleza, aún la más rara de las bellezas, la belleza del mamarracho, de lo que asusta, de todo lo que tiene una forma que no pueda ser atrapada.