Mariano Loiácono personifica las mejores energías que la tradición del jazz es capaz de engendrar. Su gesto musical concentra una mezcla poco frecuente de lucidez y arrebato, una combinación imprevisible y voluble que cuando el talento del trompetista parece controlar, enseguida desequilibra otra vez sus proporciones para avivar nuevas preguntas. Así sucesivamente una y mil veces, en cada concierto, en cada grabación. En dúo, con orquesta o con cualquier formación. Con un lugar ganado desde hace tiempo entre los músicos más activos y atractivos del jazz de Buenos Aires, Loiácono ya dio seis discos en primera persona, además de una infinidad de colaboraciones. El último de sus registros se llama Vibrations, lo grabó en Nueva York en mayo del año pasado y lo presentará el viernes y el sábado en noches dobles, a las 21 y a las 24, en Bebop Club (Moreno 364). Una apuesta personal importante, que define al trompetista también como brillante gestor de sí mismo. 

Loiácono grabó Vibrations al frente de un quinteto que se completa con músicos de gran trayectoria y nivel absoluto: Geroge Garzone en saxo tenor, Anthony Wonsey en piano, David “Happy” Williams en contrabajo y Rudy Royston en batería. Para las paradas porteñas, después de pasar por el Uco Jazz Festival de Mendoza y por el centro Cultural Parque de España de Rosario, con Loiácono estarán los mismos Wonsey y Royston en piano y batería, además de Antonio Hart en saxo alto y Ron McLure en contrabajo. Portentos por portentos, estos cambios no alteran la esencia de la música de Loiácono, siempre ceñida al hard bop y sus posibilidades. “La ilusión de tocar con músicos de Nueva York es parte constitutiva de todo músico de jazz”, comenta el trompetista al comenzar la charla con PáginaI12. “Apenas se me dio la oportunidad, empecé a viajar periódicamente a Nueva York a tomar clases. Enseguida surgieron oportunidades de tocar invitado por quienes me daban clases, en esos ámbitos conocí a otros músicos, y así se fueron tendiendo lazos, afirmando amistades más sólidas en cada viaje. Hasta que pensé la posibilidad de grabar un disco allá”, explica Loiácono, nacido en 1982 en Cruz Alta, del lado cordobés de la “pampa gringa”, adonde regresa cada vez que puede. “A comer buen asado y a cortar jamones en serio”, puntualiza.

“Cuando tuve claro qué quería grabar, empecé a llamar a los músicos, con quienes ya había tocado en distintas circunstancias. Para mi asombro, todos aceptaron enseguida. Es más, fueron muy generosos y contemplativos con sus pretensiones. La cosa se iba armando y un día en la disquería Minton’s me encontré con Fernando Roveri, le comenté mi idea y enseguida se ofreció a asumir la producción ejecutiva del disco”, continua Loiácono. “A esa altura, el disco era posible y empecé a elaborar las músicas, pensando en cada intérprete, y les mandé las partes a cada uno. Rudy (Royston) me recomendó un estudio en Nueva Jersey donde grabaron verdaderos mitos, como Freddie Hubbard o Sheila Jordan. Fijamos un día y fuimos a grabar”, cuenta el trompetista. Y mientras habla, por cómo enarca las cejas sobre los ojos bien abiertos; pareciera que la música de ese recuerdo todavía le retumba en el cráneo.

“You Don’t Know What Love Is”, un estándar de Gene De Paul al que Chet Baker supo rondar con una versión con cuerdas y otra en la que canta; “Dear John”, un tema de Hubbard sobre la secuencia armónica de “Giant Steps” de Coltrane; y “To Michael Brecker”, una especie de passacaglia de Garzone, complementan la música de Loiácono, que logra en el tema que da nombre al disco la síntesis expresiva de un trabajo de altísima densidad jazzística. “La única segunda toma que hicimos fue con ‘Vibrations’. Y esa fue la que al final pusimos. El resto salió de una, tocando todos juntos, como en vivo”, sigue contando el trompetista, que con este quinteto logra un manejo del tiempo sorprendente, además de un nivel de interpretación superlativo.  “¡Es que los quías llegaron al estudio con la música estudiada! No hacía falta repasar nada. Por ejemplo, ‘Waltz for My Hero’ tiene una intro de piano solo y antes de empezar Anthony (Wonsey) ya tenía claro cómo la iba a tocar. Williams tenía las partes pasadas a mano por él mismo y me dijo que así, mientras las copia, las estudia. ¡Happy Williams! ¿Te das cuenta? El tipo que tocó más de treinta años en trío con Cedar Walton... Encima, antes de grabar ‘Dear John’ me cuenta es la segunda vez que graba este tema, la primera había sido con el mismo Hubbard –el autor– cuando hicieron el disco Bolivia. Y fue en ese mismo estudio. Estos son los detalles que te transportan a otro mundo”, reflexiona Loiácono, y se emociona.

Trompetista, compositor y arreglador, Loiácono se formó en la banda de Cruz Alta. A los 16 años entró como primera trompeta en la Orquesta Juvenil de la Universidad Nacional de Rosario y también pasó por la Orquesta de la Opera de esa ciudad. “Yo tocaba música clásica y estaba seguro de que mi camino iría por ahí, hasta que un buen día se me dio por            estudiar improvisación. Fue Julio Kobryn, después de la primera clase, el que puso en mis manos dos discos que me movieron todos los esquemas: uno era de Chet Baker; el otro, Kind of Blues, de Miles Davis. Escuché eso y nada volvió a ser como antes. Tenía 23 años, y con desesperación empecé a escuchar y escuchar para recuperar el tiempo perdido”, dice Loiácono. “Miles, Hubbard, Clifford Brown, Lee Morgan, Woody Shaw. Por ahí empecé a encontrar razones. Pero más escuchaba y más necesitaba escuchar, incluso dentro de esa segunda línea de trompetistas del jazz que vaya a saber por qué no llegaron donde llegaron otros. Tipos como Bobby Hackett, Eddie allen o Johnny Coles, que tocaba con Mingus, o el mismo Roy Eldridge, también son muy interesantes y hay que conocerlos para terminar de definir un estilo”, asegura el trompetista.

Además de estar a cargo de la Big Orchestra del Centro Cultural Kirchner, en la actualidad Loiácono mantiene su quinteto y no le esquiva a saludables cruces y encuentros. Recientemente, por ejemplo, con los pianistas Ernesto Jodos y Adrián Iaies y la cantante Julia Moscardini.

–¿Qué te deja en lo musical la experiencia de este disco?

–Grabé con algunos de mis ídolos de siempre. Ese fue uno de los grandes desafíos. Y el resultado me entusiasma, porque da cuenta de cierta coherencia en el proceso de crecimiento y maduración que comenzó con mi primer disco. Siento que es posible escuchar una línea, que no pasa sólo por los estilos, sino por algo más profundo que tiene que ver con la energía, con el concepto. En este sentido, Vibrations es un paso adelante en una dirección precisa.