Los comicios se acercan apresuradamente, el debate político gana terreno y el clima se calienta. Sin embargo, el escenario electoral 2019 lejos está de terminar de constituirse. Lo que tenemos, hasta este momento, son trazos, signos, datos dispersos y ciertas intuiciones. Pero certezas, ninguna. Y el escenario aún no existe porque para que se constituya efectivamente deben suceder dos cosas que se determinan mutuamente: candidatos definidos y una sociedad en disposición de escucha para decidir a quién quiere como próximo presidente. Por ende, todas esas encuestas de intención de voto que consumimos los politizados tienen un valor, para decirlo suavemente, relativo.

Aun así algunas cosas podemos decir. Diversos analistas aseguran que el oficialismo, con sus candidatos a presidente, a la gobernación de la provincia de Buenos Aires y a CABA ya definidos, parte con ventaja sobre la(s) oposición(es). Y hasta cuentan públicamente su estrategia: ignorar la cuestión económica ante el evidente fracaso; sacar una última gota de jugo a “la herencia recibida” para blindar a su núcleo duro; insistir con “la transparencia” y amplificar todo lo posible la famosa “grieta”. La apuesta de campaña de Cambiemos será, justamente, no cambiar nada.

¿Le alcanza con esto? ¿Es una ventaja tener todo “cerrado” desde ahora? ¿Podrá ser exitoso electoralmente aun cuando ya ha demostrado incapacidad para gestionar? Probablemente sí, pero la pregunta podría ser la inversa: ¿cómo es que el PRO, contando con el aparato estatal de los tres principales distritos, el acompañamiento de los poderes económicos, mediáticos y judiciales y el apoyo claro de Trump y el FMI, no tenga la reelección asegurada?

Del lado de la oposición, aún hay muchas definiciones por tomar. Ahora bien, ¿es malo que no tenga todavía resuelta sus candidaturas? ¿En un marco de crisis e inestabilidad, esa indefinición no puede ser una ventaja?

El costado positivo es que hay tiempo -aunque cada día uno menos- para trabajar y pasar de ser competitivos a ser favoritos. Y mientras los que deben dedicarse a ese armado lo hacen, todos tenemos la obligación de realizar un aporte para ganarle al macrismo. Trataremos aquí entonces de hacer una contribución propositiva: Creemos que la clave está en comprender a los votantes. Y en este sentido, el primer desafío para una oposición popular y progresista consiste en trazar una renovada narrativa, hoy ausente. Toda narrativa debe contemplar una visión sobre el pasado, historizada; una sobre el presente y, sobre todo, una sobre el futuro. Este reto –político, ideológico, comunicacional– excede el nombre de la o el candidato e implica poder expresarlas con simpleza y claridad.

El presente muestra que debemos reconstruir una mayoría, lo cual obliga a disputar ese tercio de votantes que –en el día de hoy– se expresan como “ni-ni”, ni oficialismo ni oposición. Se trata del mismo tercio que disputará el oficialismo.

Hoy es hora de ir en busca de lo popular en vez de esperar a que “lo popular venga” (entendiendo a lo “popular” como los trabajadores y los humildes, pero también a los amplios sectores de la clase media, comerciantes, profesionales). Y esto implica asumir que hay, en esos ciudadanos, demandas y expectativas para las cuales no tenemos aún buenas respuestas. Basta con citar el problema de la seguridad, que atraviesa clases sociales, pertenencias barriales, verdaderas preocupaciones y miedos.

No estoy postulando aquí ningún tipo de derechización del discurso o “acercamiento al centro”, sino poner en juego nuestros valores y defenderlos, pero con formas novedosas, con creatividad además de convicciones. Y asumiendo ciertas temáticas que muchas veces nos resultan incómodas: debe haber un orden y una seguridad progresista y popular. Hay una moral y una ética progresista y popular.

Este espacio, que excede los márgenes de todos “los peronismos” pero que tiene en él su núcleo, cuenta con una rica tradición en la Argentina. Y debemos, al mismo tiempo de rescatar esa tradición, abandonar todo tipo de traza melancólica en nuestro accionar. Esa tentación de “los días más felices” siempre existe, pero ahora todo es más fugaz. De allí que no están atrás las respuestas que buscamos. Es en este tiempo, en esta sociedad, en esta cultura que disputamos políticamente y no en otra. Y lo que disputamos es la construcción del futuro.

Se dice que el 17 de octubre de 1945 los obreros cruzaron nadando el Riachuelo para apoyar a Perón. Quizá sea tiempo de hacer lo contrario: si no hay puente, los militantes debemos mojarnos bien mojados buscando atravesar el río que nos alejó de muchos compatriotas. Sin temor, porque ahí hay sol.

Q Consultor político, Comunicador (UBA), editor de Artepolítica.com y miembro del Grupo Fragata.